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El aviador

Pobre millonario

De excéntrico millonario a piltrafa, Howard Hughes protagonizó un sobrecogedor drama. Una película de Martin Scorsese revive a este mito del siglo XX.

9 de enero de 2005

La vida de Howard Hughes siempre tuvo visos de película. Piloto, productor de Hollywood, playboy, Hughes no solo fue rico en dinero sino también en escándalos y excentricidades. La más reciente película de Martin Scorsese, que se estrena en Colombia el 18 de febrero y que protagoniza Leonardo di Caprio, relata en parte su extraña existencia. Pero Scorsese se limita a los primeros años de vida pública del millonario y deja de lado las circunstancias que lo llevaron a convertirse en un personaje de leyenda: su encierro de casi dos décadas y su muerte en la peor de las miserias humanas a pesar de ser uno de los hombres más acaudalados del mundo. El 5 de abril de 1976 Howard Robard Hughes murió de falla renal a bordo de un avión que lo llevaba de México a Houston. Su estado era tan lamentable que el FBI tuvo que examinar sus huellas digitales para comprobar que se trataba de él pues el cadáver no pesaba más de 40 kilos y medía unos cuantos centímetros menos de lo que se recordaba. Esa piltrafa era lo que quedaba del hombre que en sus años mozos batió todos los récords de velocidad de la aviación, por lo que fue llamado 'el segundo Lindbergh', y conquistó a las mujeres más hermosas del mundo. Un triste final para cualquiera, pero impensable para un hombre que vivió desde la cuna en la mayor riqueza. Hughes vino al mundo el 24 de diciembre de 1905 en Houston, Texas, y fue el hijo único de una mujer neurótica y un inquieto hombre dedicado a la explotación de petróleo. Cuando Howard tenía cuatro años su padre aseguró el futuro de la familia al inventar una broca especial para perforar pozos petroleros que revolucionó el negocio y dio origen a la Hughes Tool Company. En 1924 murió su padre y con sólo 18 años heredó el 75 por ciento de la compañía, pues dos años antes había perdido a su madre. A finales de ese mismo año un juez amigo de la familia le confirió la mayoría de edad a pesar de no haber cumplido aún los 21 y el joven se convirtió en presidente de la empresa. Pero ya para entonces Howard tenía claro que la compañía era sólo la herramienta para perseguir sus verdaderas ambiciones: la aviación y la cinematografía. Al año siguiente se mudó a Los Ángeles para estar cerca de la industria fílmica. Allí financió varias producciones de relativo éxito hasta que decidió escribir y dirigir la que fue la cinta más costosa de su tiempo, Hell´s angels, con Jean Harlow en el papel principal y unas complejas secuencias de combates aéreos que muchos consideran hoy un clásico del cine. La película perdió 1,5 millones de dólares en taquilla (había costado 3,8), pero le dio a Howard la oportunidad de entregarse a su otra pasión: la aviación. Durante la filmación, Hughes obtuvo su licencia de piloto y decidió fundar Hughes Aircraft Company, una división de su empresa dedicada a la aeronáutica. Esta nueva rama de la compañía se convirtió en un centro de experimentación para el inquieto Howard, que en los años siguientes se dedicó a pulverizar récords de velocidad. En 1937, por ejemplo, voló de Los Ángeles a Newark (Nueva Jersey) en siete horas y 28 minutos. Al año siguiente le dio la vuelta al mundo en tres días, 19 horas y 17 minutos y de paso rompió el récord que ostentaba Lindbergh en el trayecto Nueva York-París. Con la llegada de la Segunda Guerra Mundial, Hughes se concentró en producir aviones de combate. Pero su sueño era construir el transporte más grande imaginado. Así nació el H 4, más conocido como 'Spruce Goose', que Hughes diseñó personalmente. Este gigantesco hidroavión, construido en madera por la escasez de metal que imperaba, tenía ocho motores de hélice y capacidad para 700 soldados o 60 toneladas de carga. Pero la gigantesca aeronave, mucho más grande que un Jumbo actual, sólo intentó volar una vez, el 2 de noviembre de 1947. Se levantó poco más de 20 metros sobre las aguas frente a Long Beach, California, y durante menos de un minuto voló una milla. Hoy este sueño de Hughes se exhibe en un museo de Oregon. Durante todos estos años Hughes también cultivó una bien ganada fama de playboy. No había ocasión en que no estuviera acompañado de una mujer hermosa, preferiblemente estrella de Hollywood o aspirante a serlo. Por su cama pasaron, según la leyenda, divas de la talla de Ava Gardner, Katherine Hepburn, Ginger Rogers, Lana Turner, Jean Harlow, Bette Davis y Rita Hayworth, entre otras. Incluso se rumoró que durante un tiempo salió simultáneamente con dos famosas hermanas: Olivia de Havilland y Joan Fontaine. En 1957, decidido a sentar cabeza, Hughes se casó con la actriz Jean Peters. Pero sin saberlo, Peters acababa de unirse a uno de los hombres más extraños de la época. En 1958 el millonario le concedió una entrevista a un periodista de la revista Life. Sería la última de su vida, pues desde entonces Hughes se apartó del mundo por voluntad propia. A pesar de ser dueño de enormes mansiones, el millonario decidió instalarse permanentemente en el Hotel Beverly Hills. "Hughes pasaba casi todo su tiempo sentado desnudo en una silla de cuero blanco en el centro de la sala, un área que él llamaba 'zona libre de gérmenes", relatan Donald Bartlett y James Steele en su libro Empire: the life, legend and madness of Howard Hughes (Imperio: la vida, leyenda y locura de Howard Hughes), escrito en 1979 y que cuenta los primeros síntomas del desorden obsesivo-compulsivo que lo acompañó hasta la muerte. Al Beverly Hills le siguieron varios hoteles en Las Vegas, que Hughes terminaba por comprar para evitar ser desalojado, pues sus hábitos de higiene, excéntricos por decir lo menos, convertían las lujosas habitaciones en muladares que casi había que demoler cuando el incómodo huésped partía. La obsesión de Hughes con los gérmenes no parecía incluir los suyos propios, pues mientras exigía que sus ayudantes siguieran un ritual de limpieza de media hora antes de tener el mínimo contacto con cualquier cosa que él fuera a tocar, él mismo se rehusaba a bañarse, cortarse el pelo o las uñas e incluso a cepillarse los dientes. Sin embargo mantenía en su nómina a dos barberos. Su pánico a contaminarse lo llevó a forrar todo con toallas de papel: las sábanas de la cama, que rara vez dejaba cambiar, los muebles y hasta el piso, donde ponía una toalla nueva antes de dar un paso. Sus ayudantes, seis hombres, sólo podían dirigirse a Hughes por medio de cartas escritas por un secretario con guantes de algodón blanco y que antes de ser entregadas debían envolverse en hasta 20 toallas de papel. Él les respondía con largos memorandos en los que detallaba, por ejemplo, la manera correcta de abrir una lata de fruta para evitar contaminarla. "El equipo a utilizarse en esta operación consta de los siguientes artículos: un periódico sin usar, un abrelatas esterilizado, un plato grande esterilizado, un tenedor esterilizado, una cuchara esterilizada, dos cepillos esterilizados, dos barras de jabón, toallas de papel esterilizadas". Así comenzaba la instrucción, que recomendaba además lavarse las manos cuatro veces antes de comenzar la tarea. Cada vez más enfermo, Hughes siguió viajando por todo el mundo (Bahamas, Vancouver, Londres), siempre hospedándose en el hotel más lujoso de cada ciudad. Sus manías se hicieron legendarias: guardaba su orina en botellas de leche vacías, usaba cajas de Kleenex a manera de zapatos y comía lo mismo -sopa enlatada, por ejemplo- durante meses. La comida era precisamente uno de los principales dolores de cabeza de sus ayudantes. En una ocasión, cuando estaba en Las Vegas, le informó a su secretario que en adelante sólo comería helado de banano y nueces de la marca Baskin Robbins. Durante meses se negó a probar algo distinto, de manera que cuando el fabricante decidió retirar el sabor del mercado, sus ayudantes entraron en pánico. La solución fue pedirle al fabricante que hiciera un nuevo lote del producto especialmente para Hughes. Baskin Robbins accedió con la condición de fabricar mínimo 350 galones de helado. Le enviaron el pedido desde Los Ángeles y Hughes siguió con su particular dieta. Unas cuantas semanas después el millonario le escribió una nueva carta a su secretario: "El helado estuvo excelente, pero es tiempo de cambiar. De ahora en adelante sólo lo quiero de vainilla". La leyenda dice que durante muchos años las familias de sus ayudantes comieron helado de banana y nueces. En 1971 Hughes se divorció de Jean Peters. Pero la actriz, a quien la prensa de todo el mundo acosó para que hablara de su matrimonio con el excéntrico magnate, dejó a todos con los crespos hechos. Muchos dicen que su discreción se debió especialmente a los 70.000 dólares anuales que su ex marido le pasó por el resto de su vida. La obsesión por conocer los detalles de la vida secreta de Hughes llegaron a límites insospechados en 1972, cuando la editorial McGraw-Hill anunció la publicación de la biografía autorizada de Howard Hughes, escrita por un hombre que aseguraba haber trabajado en el proyecto con la bendición del millonario. El 7 de enero de ese año Hughes convocó a siete periodistas a una rueda de prensa telefónica para desmentir al supuesto biógrafo. Fue la última vez que Hughes tuvo contacto con el mundo exterior. En agosto de 1973 se fracturó la cadera al caerse en el baño. Debilitado por años de adicción a los calmantes y por su particular dieta, Hughes no quiso volver a levantarse de la cama. La inmovilidad hizo además que desarrollara llagas en el cuerpo. Cuando murió, Hughes tenía 70 años, un patrimonio estimado en 2.000 millones de dólares y ningún heredero conocido. Cuatrocientas personas clamaron tener derecho a la herencia de Hughes, incluyendo un camionero llamado Melvin Dumar, que aseguraba que en 1975 había recogido al magnate en una carretera de Estados Unidos y que en agradecimiento éste lo había nombrado su heredero universal. Las autoridades probaron que Dumar mentía, pero el director Jonathan Demme llevó su historia al cine en 1980 con el título Melvin and Howard. Sus millones fueron a parar a manos de 22 primos suyos, de ambos lados de su familia. De su paso por el mundo sólo quedaron un enorme avión, un puñado de películas y cientos de historias que dan testimonio de una soledad tan grande que ningún dinero pudo mitigar.