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Regreso del infierno

Felipe Reyes de la Vega tocó fondo en el mundo de la drogadicción. Ahora recuperado quiere una segunda oportunidad para volver a la política.

7 de agosto de 2005

Muchos políticos construyen sus campañas con base en la buena imagen que quieren mostrar de su pasado. Felipe Reyes de la Vega, en cambio, lo hace sin ocultar que su pasado ha sido oscuro, pero que por el hecho de haberlo superado, merece una nueva oportunidad. Después de haber tenido una exitosa carrera política en el conservatismo y en importantes cargos del Distrito en Bogotá, un día empezó a perderlo todo debido a su adicción a las drogas y al alcohol. Fueron varios años de ausencia de la vida pública en los que, como él mismo dice, "tocó fondo" hasta cuando empezó el camino de su recuperación. Hace seis años su tragedia quedó atrás y por eso hoy vuelve al ruedo al lanzarse como candidato a la Cámara, encabezando la lista del movimiento Equipo Colombia liderado por los senadores Luis Alfredo Ramos y Gabriel Zapata.

"He decidido romper mi anonimato y utilizar la tribuna política para llevar un mensaje a quienes están sufriendo por causa de esta enfermedad", asegura sin temor a compartir su experiencia, pues considera que sin darse cuenta cualquier persona puede estar expuesta a problemas similares. Incluso él nunca sospechó que pudiera ser una víctima más. A simple vista, su vida parecía perfecta. Nació en el seno de una familia de intelectuales y políticos: su bisabuelo fue el presidente de la República el general Rafael Reyes, y su abuelo materno, José de la Vega, fue, junto con Laureano Gómez, el fundador del periódico El Siglo. Pero antes que la política, su primera pasión fue la actuación, por lo que se radicó por unos años en España para estudiar teatro y más tarde participó en varias producciones cinematográficas.

Hasta entonces el único tropiezo que había afrontado era que con tan sólo 20 años tuvo que hacer de padre y madre de su hija Cristina, que nació con problemas de salud. Su primer matrimonio con una joven de la aristocracia polaca había durado un año y terminó cuando ella decidió abandonarlos para regresar a Europa. "Yo pensé que superada la enfermedad de mi hija la película de terror había terminado. Pero tiempo después me daría cuenta de lo equivocado que estaba".

En busca de mayor estabilidad, Felipe empezó a estudiar derecho en la Universidad Santo Tomás donde conoció al senador Fernando Sanclemente, quien lo impulsó a lanzarse por primera vez al Concejo. Aunque en esa oportunidad no logró ser elegido, a los 27 años fue nombrado secretario general de la Alcaldía. Luego vendrían la Secretaría de Tránsito y tres períodos en el Concejo de Bogotá, donde ocupó la vicepresidencia en dos ocasiones. Al mismo tiempo dictaba clases en la Santo Tomás y era decano de posgrados de la Universidad de la Salle. Además de su éxito en la vida pública, su vida personal no podía ser mejor: tenía un feliz segundo matrimonio y dos hijos, Luis Felipe y Miguel. A pesar de todo, fue en ese momento cuando entró en el infierno de las drogas.

Reyes atribuye el desencadenamiento de su adicción a tres hechos que cambiaron su vida de la noche a la mañana. El primero habría sido el proceso penal de los auxilios parlamentarios que involucró a algunos concejales y al entonces alcalde Juan Martín Caicedo Ferrer, que terminó en prisión. "Nunca me detuvieron, yo no era culpable de nada, pero la tensión era insoportable", recuerda. Los otros dos episodios fueron más dolorosos: las muertes en un mismo año, 1994, de su hermano y su padre. "Yo no reconocía mi problema y además fue un proceso gradual y engañoso. Al principio no se me notaba, podía desempeñar mi trabajo y parecía algo positivo porque siempre era el alma de las fiestas. '¿yo adicto? Eso es envidia que me tienen', pensaba".

Sin embargo, hacia el final de su tercer período como concejal su problema empezó a ser notorio, al punto que encargó a su suplente para que lo reemplazara. Su vida familiar también se fue a pique y un día su esposa, "cansada de padecer", como cuenta Felipe, se fue de casa con los dos niños. "Papi, yo te espero", le dijo su hijo Miguel antes de irse, palabras que le hicieron ver que las personas que más quería eran las que más sufrían. "A veces trataba de dejar mi adicción y me iba a una finca por un mes sin drogarme, pero cuando regresaba, consumía lo del mes más los intereses", cuenta Reyes, quien reconoce que diariamente llegó a tomarse una botella de whisky además de consumir cinco gramos de cocaína.

Pero en febrero de 1999, un amigo que había pasado por lo mismo le propuso internarse en la Clínica Oceánica, un centro de rehabilitación en Mazatlán, México. Sin nada que perder, aceptó: "Estaba cansado de sufrir, de lavados de estómago, de ambulancias. Incluso estuve a punto de morir tres veces por sobredosis". Fueron casi dos meses de fortalecimiento físico, sicológico y espiritual, que incluyeron mucho deporte, trabajo comunitario y terapias de grupo en las cuales recuperó la esperanza al escuchar el testimonio de personas que habían superado el problema. Por eso se propuso compartir su vivencia.

Dos años después del comienzo de su recuperación, el presidente Andrés Pastrana, su amigo y pariente y a quien Felipe había colaborado durante sus campañas, le tendió la mano y lo nombró cónsul en Ciudad de México. Enfocó su labor en las cárceles, creando grupos de rehabilitación en los que trabajaba con los reclusos, principalmente colombianos, que tenían problemas con la droga. Ahora, después de años de rumbear a punta de soda y de no tocar ni siquiera un cigarrillo, intenta reanudar su interrumpida carrera política. Como aspirante al Congreso, su idea, entre otras, es presentar un proyecto que permita incluir en el programa escolar una asignatura sobre prevención de adicciones que les brinde a los jóvenes que están en riesgo de caer en el vicio una oportunidad de seguir adelante.

Su estado de ánimo hoy lo describe recordando las palabras que le dijeron sus hijos a su regreso del tratamiento: "Bienvenido a la vida".