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SOLA HASTA EL FIN

Tras una vida llena de sufrimientos y amarguras, Bette Davis entra en la galería del recuerdo de Hollywood.

13 de noviembre de 1989

En uno de los apartes más dolorosos de su autobiografía "Una vida solitaria", la actriz Bette Davis, quien acaba de morir de cáncer en París a los 81 años, escribía: "Todos los días me miro al espejo y con los ojos medio cerrados intento preguntarme si ha valido de algo haber vivido como lo hice, a contra corriente, oponiéndome a todos, inclusive a este corazón que ya está tan cansado".

Entre su primera aparición en una obra de teatro a los 18 años de edad y su última película, "Las ballenas de agosto", Bette Davis tuvo que enfrentar toda clase de conflictos mientras se ganaba dos Oscares por sus personajes en Dangerous y Jezabel, en 1935 y 1938; el premio a toda una vida otorgado por el American Film Institute y luego el Emmy por su aparición en la serie de televisión "Extraños, la historia de una madre y una hija", que causó enorme revuelo.

Apareció en cerca de 100 películas pero los espectadores, especialmente los de generaciones anteriores, la recuerdan mejor por sus personajes tensos, dramáticos y crueles en filmes como "Eva", "Condición humana", "La víbora" y "¿Qué pasó con Baby Jane?", en la cual se dedica a martirizar a su hermana sometida a una silla de ruedas, interpretada por otra gran actriz, Joan Crawford.

Se casó cuatro veces y en medio de las rubias y tentadoras estrellas de Hollywood de la época (cuando dominaban mujeres como Jean Harlow y Greta Garbo), ella se impuso por el salvaje dramatismo y la fuerza que daba a sus personajes, los cuales, en la mayoría de las ocasiones, eran malvados, despreciables y ruines. En su autobiografía dice sobre estos papeles permanentes de mala: "Me preguntan siempre hasta dónde esas mujeres malditas corresponden a mi propia vida y nunca respondo, dejo que se queden con la inquietud de saber si soy tan mala como dicen o es pura propaganda".

Los últimos que la vieron fueron los periodistas y espectadores del reciente Festival de Cine en la ciudad vasca española de San Sebastián. Casi no podía tenerse en pie y durante una semana sólo apareció en público en dos ocasiones, ayudada por dos personas que sostenían ese cuerpo frágil y vestido con ropas costosas. Hizo cambiar todo el mobiliario de la suite que ocupó en el nostálgico hotel María Cristina, asistió a una de sus películas y recibió el premio Donostia que le entregó el festival. Entonces dijo: "Menos mal que decidieron entregarme este premio hoy porque, si esperan unos días más, quizás hubieran tenido que buscarse una actriz viva".

Ya estaba preparada para la muerte, lo mismo que los millones de fanáticos que siguen mirando sus películas en la televisión o en casetes. La reacción de Hollywood al conocer su deceso fue la de sentirse huérfano de una de las pocas y grandes estrellas que seguían sobreviviendo. Era todo un símbolo. Como lo siguen siendo James Stewart y Gregory Peck. Un símbolo que actuó al lado de los más populares actores de todos estos años. Filmó además con los más grandes directores norteamericanos y europeos porque siempre la buscaban por esa expresión salvaje, dura y terrible que sabía darle a sus personajes. Engañaba, destruía, mentia, daba zarpazos e intentaba manipular a todos.

Otras películas destacables de su filmografía son "Victoria amarga" The little foxes, de William Wyller, "Milagro por un día", de Frank Capra; Hush, hush, Sweet Charlotte, de Aldrich, quien ya la había dirigido en Baby Jane, "Muerte en el Nilo" y, la última, "Las ballenas de agosto", dirigida por el veterano Michael Anderson, al lado de Vicent Price y Lillian Gish.

Cuando le preguntaban si se sentía una leyenda viva, se echaba a reir y respondía: "Cuando me muera, entonces si seré una leyenda". Sobre su físico: "Mi belleza los desorientaba al principio pero después se acostumbraron a mis ojos, a mi boca, a mis manos".

Y sobre la colorización de las películas clásicas, decía con rabia: "Es una estafa".