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Aunque muchos navegantes han dado la vuelta al mundo, esta es la primera vez que la travesía se realizará partiendo de Santa Marta. Franco Ospina escogió esta ciudad porque es considerada por los koguis el centro de la tierra

Aventura

A toda vela

Franco Ospina piensa cumplir el sueño de todo navegante: le dará la vuelta al mundo en su velero El caminante del Viento II. Una nueva aventura para un capitán amante de los riesgos.

5 de mayo de 2007

Quienes conocen al capitán Franco Ospina coinciden en que la mejor palabra para describirlo es “chiflado”. Quizá no se puede decir otra cosa de un hombre que continúa navegando pese a que ha estado a punto de perder la vida por huracanes, picaduras de mosquitos infectados, y que incluso fue encarcelado en un país árabe. Un hombre que fue capaz de seguir la ruta de Cristóbal Colón en un minúsculo bote que en sus palabras parecía más “una bañera” que una embarcación digna de tal proeza, y en el que a duras penas cabían sus 1,92 metros de estatura y sus 100 kilos de peso. En pocos meses emprenderá una nueva odisea: recorrer el mundo a través de sus mares en un velero bautizado El Caminante del Viento II, en honor al primero que tuvo o porque tal vez define su propio espíritu aventurero. La mayor evidencia de ello es que anda con un mapa bajo el brazo.

A sus 50 años, Franco lleva el mar en las venas. Su padre, Francisco el ‘Capi’ Ospina, gran protector de los koguis de la Sierra Nevada de Santa Marta, fundador del acuario El Rodadero y quien fue capitán de puerto de Santa Marta, lo lanzó al agua desde niño de manera que su juguete favorito fue el océano. Desde entonces aprendió la filosofía de esa cultura indígena, descendiente de los taironas: “La Tierra debe ser cuidada y el mar reverenciado”. A los 7 años tuvo su primera lancha, a los 12 se volaba del colegio para ir a pescar a pulmón y a los 17 fue campeón nacional de natación, habilidad por la que ganó una beca para estudiar en Estados Unidos. Su elección no podía ser otra que ciencias del mar. Allí trabajó en el Sea Aquarium de Miami donde entrenaba focas y delfines, una labor que luego pondría en práctica al hacerse cargo del acuario de su padre.

En esa época adquirió su primer velero y se convirtió en su capitán. Como la plata no le alcanzaba para hacerse a una buena embarcación, por 350 dólares compró uno pequeño, roto y oxidado, llamado Wind Walker. Las averías, que trataba de arreglar a punta de brea, no le impidieron navegar. “Como no tenía motor, cuando se iba el viento me quedaba a la deriva y tocaba nadar seis horas remolcándolo”, recuerda. Acostumbrado a ese tipo de travesías, no le pareció absurdo en 1992 unirse a las celebraciones de los 500 años del descubrimiento de América en España, pese a que el propio rey Juan Carlos de Borbón trató de persuadirlo diciéndole “no os vayais en esa barca”. La preocupación del monarca era apenas lógica. Su nuevo velero, El Caminante del Viento I, era un poco mejor que el primero que compró, pero “tan frágil como una cáscara de huevo”, reconoce “más para navegar en la represa de Tominé, donde actualmente se encuentra, que para el océano”. En las conmemoraciones, Franco sólo iba a hacer parte del acto protocolario en el que los reyes darían la salida, el 3 de agosto, a una regata de 200 embarcaciones en Huelva, un trayecto que culminaría en Santo Domingo. Pero a él y a su compañero, el marinero sanandresano Nemesio Novaglia, se les ocurrió festejar a su manera y realizar la ruta del tercer viaje de Colón que los llevaría a la isla de Trinidad, para de allí seguir a Santa Marta.

Nada más tocar el río Guadalquivir, antes de entrar al mar, el bote empezó a llenarse de agua. Varios días después, cuando creían que el impasse estaba resuelto, una fuerte tormenta tropical, con olas hasta de 15 metros, les rompió el mástil y el timón y los hizo naufragar. Luego se enterarían de que su verdugo era el huracán Andrew. “Desaparecido el hijo del ‘Capi’ Ospina”, anunciaron los medios en Colombia. “Como no se sabía nada de él, una profesora me sacó de clases para decirme que tenía que estar preparado para lo peor”, cuenta Andrés Ospina, hijo y compañero de aventuras de Franco. Después de dos días salió el sol y el capitán pudo usar su teléfono satelital de paneles solares para pedir ayuda. El Caminante del Viento había llegado a un pueblo en el sur de Marruecos donde no recibió la mejor bienvenida. “Me bajé a pedir ayuda. Uno de los hombres del puerto que hablaba un poco en inglés me dijo que como no tenía visa, me tenían que arrestar, recuerda Franco. Nemesio se salvó porque se quedó en el barco y no pisó suelo marroquí”. Pasó dos días en prisión hasta que fue liberado por las gestiones de la Cancillería colombiana. Pero el velero había sido desvalijado por algunas de las personas del puerto y tuvieron que zarpar con el timón amarrado con una cabuya.
Semanas más tarde, una nueva tormenta tropical acabó con sus provisiones de agua y comida. “Teníamos una máquina para desalinizar agua, pero había que bombearla manualmente durante una hora para tener un litro, que no alcanzaba porque luego de ese trabajo quedábamos deshidratados”. Sobrevivieron comiendo atún crudo e incluso una tortuga, algo que aún le causa tristeza porque en el acuario criaba estos reptiles para liberarlos. Por si fuera poco, el viento dejó de soplar y la gasolina para el motor se agotó. Su suerte cambió cuando un barco ucraniano los auxilió. Finalmente, llegaron a Santa Marta el 7 de noviembre de 1992: “Tardamos un mes más que Colón, 500 años después”, bromea Franco. En la costa 20.000 samarios los recibieron como héroes.

“Después de eso qué miedo voy a tener”, explica. Por eso en 2004 emprendió una nueva expedición para comprobar si el sueño de integrar a Suramérica a través de sus ríos era posible, “como decía Bolívar”. Para esta aventura, al estilo de las expediciones que realizó el barón Von Humboldt a comienzos del siglo XIX, contó con dos cómplices, Fernando y Ricardo Cano, con quienes creó la Fundación Natibo. “Nuestro propósito no era realizar un viaje turístico sino demostrar el potencial económico de esta región, porque las carreteras que la integran ya están hechas y son los ríos”. El camino que los condujo del río Meta hasta el río de La Plata no estuvo exento de penurias. En el caño Casiquiare, brazo natural que une el Orinoco con el Amazonas, el bote se estrelló contra un playón por donde rara vez pasaba un alma. “Ya Franco lo único que se le ocurrió fue hacer tinto”, cuenta Fernando, quien aún se sorprende de la tranquilidad que caracteriza a su amigo. Horas más tarde fueron remolcados por unos mineros contrabandistas que, según los expedicionarios, pasaron por casualidad huyendo de las autoridades.

Pero lo peor ocurrió cuando a Franco lo picó un mosquito que le produjo una miopericarditis viral aguda y estuvo en coma varios días. Por suerte los tres paros cardíacos que sufrió sucedieron en Medellín, donde se encontraba, después de haber interrumpido el trayecto, buscando una nueva embarcación. Pero a las dos semanas se unió al equipo para iniciar el regreso a Colombia, esta vez por mar y con una nueva misión: unirse a un estudio de la Fundación Yubarta para seguir la inexplorada ruta migratoria de las ballenas jorobadas desde el estrecho de Magallanes hasta la isla Gorgona, en el Pacífico colombiano, a donde llegan cada año para aparearse.

Su nuevo proyecto será recorrer 60.000 kilómetros para darle la vuelta al mundo. “La idea es llevar un mensaje de conservación del agua”, cuenta Andrés Pineda, quien será el encargado de producir documentales gracias a los cuales los colombianos podrán ser testigos de la travesía. Esta será la primera vez que se realice el trayecto desde Santa Marta, tierra considerada por los koguis el centro del mundo. Allí regresarán, si el buen viento y la buena mar los acompañan, 10 meses después, seguramente para iniciar un nuevo viaje, porque, como afirma Fernando Cano, “creo que a los 80 años Franco estará dándole la vuelta al mundo, haciendo cualquiera de sus ocurrencias”.