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Victoria de Suecia, la heredera al trono, mantuvo una seria relación con el plebeyo Daniel Westling durante cinco años. Pero su amor no fue aprobado por la casa real ni por el Parlamento. Ella optó por terminar la relación

Realeza

¿Todo por amor?

Algunos miembros de las casas reales del mundo han dejado sus títulos para casarse con quien aman. Otros, como la princesa heredera Victoria de Suecia, prefieren la corona a la felicidad.

2 de diciembre de 2006

La reina Juana I de Castilla es recordada por la historia como Juana 'la loca'. La llamaban así porque ella se permitió enamorarse de su esposo, Felipe 'el Hermoso', y vivir sin discreción las pasiones de un amor que nunca fue correspondido. Los monarcas debían reinar con lucidez, y servir a su pueblo era su prioridad. Para ellos, el matrimonio no era más que un asunto diplomático con fines puramente políticos.

Aunque las monarquías del mundo moderno han roto con esas costumbres y muchos de los matrimonios reales han sido consecuencia del amor, la libertad de los príncipes a la hora de escoger sus parejas sigue siendo relativa. Ello pareció quedar demostrado la semana pasada con el rompimiento de la heredera al trono, Victoria de Suecia, con su novio Daniel Westling, después de estar juntos por cinco años.

Victoria conoció a Daniel en un gimnasio, donde él era entrenador físico. Ella, que estaba superando su anorexia, encontró en él un confidente. La relación se fue tornando más seria, hasta que la princesa se mudó con él. Pero ni los reyes Carlos Gustavo y Silvia, ni el Parlamento aprobaron la relación. No consideraban que un joven humilde pudiera ser un buen consorte de la futura reina. Además, siempre pensaron que Daniel buscaba sacar provecho de la relación.

Durante meses hubo rumores de matrimonio, pero nunca se hizo un anuncio oficial. El noviazgo no fue reconocido por la casa real yDaniel nunca fue invitado a los actos oficiales, incluido el cumpleaños de la princesa. Victoria había dejado muy claro que "yo nací para servir a Suecia, y si las circunstancias me colocan en la disyuntiva de elegir, renunciaré al amor antes que al trono". Y todo indica que el momento llegó y ella cumplió su palabra.

Otros miembros de familias reales se han encontrado ante la misma disyuntiva. La princesa Margarita, hermana de la reina Isabel I, se enamoró del militar Peter Townsend. La unión no fue aceptada porque era divorciado. De haberse casado con él, habría perdido su título y su lugar dentro de la línea sucesora al trono. Así que prefirió casarse con el fotógrafo Anthony Armstrong-Jones, de quien se divorció después de 16 difíciles años de matrimonio.

Pero no todos han preferido conservar su título a compartir su vida con la persona amada. El caso más famoso es el del rey Eduardo VIII, quien abdicó al trono para casarse con la norteamericana divorciada Wallis Simpson. Pero la realeza británica ya había vivido un caso parecido cuando Patricia de Connaught, nieta de la reina Victoria, decidió casarse con un plebeyo y renunciar a su título real. Luis de Luxemburgo, el tercer hijo de los duques de Luxemburgo, dejó su título y se casó hace dos meses con la ex militar con quien había tenido un hijo seis meses antes. El año pasado, la princesa Sayako de Japón, cumpliendo con la ley impuesta en ese país, dejó el palacio real para convertirse en una ciudadana de a pie al casarse con Yoshiki Kuroda, un hombre común y corriente.

Hoy día se ha vuelto cada vez más común que los sucesores al trono se casen con plebeyas. El príncipe Felipe y doña Letizia, en España, y Haakon y Mette-Marit, en Noruega, han logrado que su amor sea aprobado por sus familias y el gobierno. Este último caso es muy diciente. Aunque ella era madre soltera y tenía un pasado turbulento, el príncipe decidió que se casaría, así tuviera que renunciar al trono. En un acto de romanticismo, apareció en televisión para pedir al pueblo, con éxito, que aprobara su amor.

Pero en el caso de la princesa Victoria el desenlace fue menos feliz. Su ejemplo indica que para las mujeres, amar y reinar libremente sigue siendo un poco más complicado.