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Leo Sharp alcanzó a ganar más de 1 millón de dólares trabajando para el cartel de Sinaloa. La Policía lo arrestó justo antes de que entregara su séptimo encargo de 104 kilos de cocaína. | Foto: Foto: A.P.

DELITO

El Narco-bisabuelo

Un floricultor estadounidense de 90 años acaba de ser condenado a prisión por haber traficado más de 1.200 kilos de cocaína para el cartel de Sinaloa. Leo Sharp, la mula más vieja del mundo, burló a las autoridades durante casi una década.

20 de junio de 2014

La camioneta de Lincoln se dirigía, como en tantas otras ocasiones, por la autopista interestatal 95 hacia Detroit, al norte de Estados Unidos. Leo Sharp, su conductor entonces de 87 años, un famoso floricultor y veterano de la Segunda Guerra Mundial, estaba nervioso: manejaba despacio, pero erráticamente. El vehículo, colmado de envolturas de comida, periódicos viejos y botellas de leche, también transportaba entre las pilas de desechos cinco maletas. Estas contenían 104 kilos de cocaína del cartel de Sinaloa, una de las mafias más poderosas y temidas del mundo.

Corría el 21 de octubre de 2011 y el estadounidense, apodado Tata, había quedado de entregar la mercancía esa tarde, pero nunca llegaría a su destino. Desde hacía varios meses las autoridades le seguían el rastro. Tras dos horas de silenciosa persecución, el policía Craig Ziecina encendió su sirena y detuvo el carro. Como lo muestra el video captado desde la patrulla, Sharp, ofuscado, se bajó antes de tiempo: “¿Qué pasa, señor oficial? Tengo 87 años y quiero saber por qué me detienen”. Cuando vio el perro antidroga, suspiró. “Mátenme”, alcanzó a decir. Ahora, tras un largo litigio, Sharp acaba de ser condenado a tres años de cárcel, una pena irrisoria para una de las mulas más prolíficas del cartel mexicano.

“Todo comenzó en el verano de 2011, cuando arrestamos a uno de los colaboradores de esa organización que decidió cooperar con nosotros. Empezamos a interceptar las llamadas de 11 teléfonos y ahí nos dimos cuenta de que había una sofisticada red de Sinaloa en Detroit”, le contó a SEMANA Jeff Moore, el agente especial de la DEA que lideró la operación. A través del informante, se enteraron de que cada mes entraban 200 kilos de cocaína a la ciudad, una cantidad inédita, pues poco antes el promedio mensual oscilaba alrededor

de 12. También confirmaron que el principal transportador, el encargado de recoger la mercancía en Arizona y llevarla a Detroit, se había convertido en leyenda urbana gracias a que había evadido a las autoridades durante los últimos diez años.

“Cuando lo vimos por primera vez, quedamos en ‘shock’. A pesar de ser un anciano de casi 90 años, estaba en perfecto estado de salud. Era muy difícil sospechar que un señor como él, tan común y corriente, trabajara para la mafia”, aseguró Moore. Por esa razón Sharp se había vuelto la mula ideal: era un bisabuelo sin antecedentes criminales que había luchado en la Segunda Guerra Mundial. Nada en su conducta daba indicios de sus andanzas criminales, ni siquiera que se ausentara por largos periodos de tiempo, pues eso hacía parte de su trabajo como floricultor.

Sharp hacía injertos de lirios y tenía registrados a su nombre 180 híbridos de esa flor. Durante años se había desplazado por todo el país para asistir a congresos de floricultura y reclutar clientes. Llegó a ser tan famoso en ese nicho, que miles de entusiastas peregrinaban a su finca en Indiana a ver sus más recientes creaciones. Cada primavera llegaban buses llenos de turistas dispuestos a comprar sus famosas flores. Pero llegó el internet y el bisabuelo no logró adaptarse al nuevo mercado. Sin mucho dinero en el banco, empezó a buscar alternativas laborales y encontró una justo donde menos la esperaba: en su propio jardín.

El estadounidense había contratado mano de obra barata para trabajar en sus cultivos. “Tenía empleados mexicanos y

resultó que ellos conocían gente que conocía otra gente que terminó involucrando a Sharp”, contó Darryl A. Goldberg, su abogado, en un reciente reportaje de The New York Times. Entonces hacia 2003 Sharp empezó a viajar con algunos de sus trabajadores a las charlas sobre lirios y todo parece indicar que en esos paseos entró en contacto con el cartel de Sinaloa. Al comienzo solo transportaba dinero, pero la posibilidad de mover el producto se volvió irresistible: los narcotraficantes pagaban 1.000 dólares por kilo. Según ese precio, el floricultor alcanzó a ganar más de 1 millón de dólares llevando cocaína a Detroit.

Cuando lo atraparon, Sharp dijo que el cartel lo había obligado a trabajar para ellos. También declaró que tenía demencia senil y que meterlo en la cárcel era como imponerle cadena perpetua. Prometió pagar su deuda cultivando papayas y trató de mostrarse como un anciano amoroso e inofensivo: durante el juicio sonreía, hacía chistes y mostraba fotos de su hija, sus nietos y bisnietos a los guardias. Por un momento, parecía que se saldría con la suya. Pero ni Moore ni la DEA se comieron el cuento: “Él sabía a pesar de su edad en qué se había metido y, de hecho, era muy amigo de varios capos. En las grabaciones telefónicas que chuzamos jamás hubo amenazas de violencia, aunque hacia el final se notaba que estaba buscando una salida”, explica el agente.

De todas formas, a Sharp no le fue mal si se tiene en cuenta que su condena pudo haber sido de hasta 20 años. Pero su mayor alegría es que no le quitaron su finca de lirios, la cual quizá se convierta de nuevo en un sitio de peregrinaje para miles, así sea por razones completamente distintas.