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UN HOMBRE DE CORAJE

Jorge Ramírez Ocampo recuerda la trayectoria política y privada del ex ministro conservador Francisco Posada de la Peña.

13 de abril de 1998

El pasado martes falleció en Barranquilla Francisco Posada de la Peña. Pacho fue un ejemplar miembro de familia que rodeó de afecto a su esposa Judy y a sus hijos Eduardo, Francisco y Claudia. Paraellos, para sus nietos y para toda su familia nuestras sentidas condolencias.Conocí a Pacho en 1965 cuando era Ministro de Justicia. En esa época se presentó una controversia porque a él le correspondía reemplazar al Presidente y sus colegas lo consideraban demasiado joven para asumir esa responsabilidad. Pero ya para entonces Posada de la Peña era un hombre maduro que se había forjado en importantes posiciones oficiales en su región.
Ocupó la cartera de Trabajo durante la administración Gaviria y fue el gestor de la reforma laboral de 1990. Colombia era consciente, desde hacía muchos años, de la necesidad de modificar a fondo el régimen de trabajo porque, tal como lo señaló el ex ministro, "la legislación laboral vigente... se había convertido en un verdadero freno para la creación de empleo; no procuraba... la estabilidad de los trabajadores; estaba fomentando la informalidad; no arrojaba claridad sobre las cargas económicas; no incentivaba la productividad, ni la inversión, ni la diversificación industrial". Pero nadie se había atrevido a medírsele a tamaña empresa.
Sólo un ministro visionario, inspirado en la filosofía cristiana, que ya había disfrutado de todas las oportunidades que ofrece la República; que conocía a fondo los riesgos financieros de la empresa privada porque había dirigido uno de los grupos más poderosos del país; que había sido parlamentario y dominaba los secretos del trámite legislativo; que tenía la experiencia de negociar con los más avezados diplomáticos internacionales; que no tenía más ambición que el servicio a su patria ni más meta que la de redimir a la clase trabajadora, podía tener el coraje para acometer la magna tarea de reformar un código que ya tenía 40 años de vigencia y se había convertido en un fetiche intocable.
En la última etapa de su vida, cuando vio a la patria amenazada por la corrupción y la violencia, se entregó con empeño quijotesco a una candidatura presidencial que le ofrecía la posibilidad de volver a la tarea que más le había apasionado: la política. Fue esta una oportunidad para presentarle al país una visión fresca de las posibilidades de rescatar a Colombia y devolverle la tranquilidad, la fe en sí misma y la destacada posición internacional que tradicionalmente había ocupado.Cuando se encontraba inmerso en esa valerosa misión evangelizadora lo sorprendió la muerte, que privó a sus familiares, a sus amigos y a todos los colombianos de su afecto, de sus luces y de su liderazgo.