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Un libro abierto

Murió Hans Ungar, el padre de los libreros, quien durante más de medio siglo estuvo al frente de una de las librerías más antiguas de Bogotá. Esta es su historia.

30 de mayo de 2004

Hace 66 años los horrores de la Segunda Guerra Mundial trajeron a Hans Ungar a Colombia. Paradójicamente este hecho dramático de su vida acabó siendo una gran contribución a la cultura del país.

No puede decirse otra cosa de quien es conocido como el padre de los libreros, uno de los fundadores de la Universidad de los Andes, propietario de la emblemática Librería Central y de la galería de arte El Callejón, una de las más antiguas de la capital, que impulsó a artistas como Obregón, Grau y Botero. Este es el invaluable legado que deja a su muerte.

"Qué sería de mí sin libros", dijo hace algún tiempo. Esa frase define bien su vida porque los libros siempre fueron su pasión y en Colombia encontró la oportunidad de desarrollarla. Hans nació en Viena en una familia burguesa de origen judío propietaria de prestigiosos salones de moda. Hasta los 22 años tuvo una vida normal: había prestado el servicio militar voluntario, estudiaba economía y ayudaba en el negocio familiar. Pero en marzo de 1938, cuando las tropas alemanas de Hitler llegaron a Austria, todo cambió.

"Mi familia sabía que nos esperaban tiempos muy duros pero nadie podía prever lo grave que sería", escribió en una carta biográfica que hoy conserva su hija Elizabeth. En los primeros días de abril Fritz, escritor y hermano mayor de Hans, fue detenido durante una manifestación del movimiento de juventudes, no político, del que hacía parte. A Hans también lo retuvieron por algunas horas para interrogarlo sobre las "actividades" de su hermano y le dijeron que éste sería liberado al día siguiente. Eso nunca sucedió. Fue entonces cuando se dieron cuenta de que la persecución en el fondo se debía a su origen, aunque no eran judíos practicantes.

Los padres de Hans decidieron que él debía huir de Austria. Para entonces uno de los únicos países que todavía otorgaba visas era Colombia. La fila frente al Ministerio de Relaciones Exteriores para solicitar el pasaporte era enorme. En esas estaba Hans cuando un hombre lo tomó de los brazos y sin decirle nada lo puso al comienzo de la cola. Se trataba de uno de sus compañeros del servicio militar, que ahora hacía parte del ejército nazi, pero había decidido darle a su amigo la oportunidad de vivir. Sus padres en cambio decidieron quedarse con la idea de rescatar a Fritz. La última vez que los vio fue en julio antes de subirse al tren con destino al puerto de Hamburgo para tomar el barco que lo traería a Colombia. Ellos y su hermano murieron en la cámara de gases de Auschwitz.

"El viaje fue el preámbulo de la vida que me esperaría en Colombia, en extremo interesante y lleno de aventuras", contó en la carta. Hans Ungar llegó a una Bogotá de cerca de 350.000 habitantes, a vivir en una pensión que quedaba detrás del Palacio de San Carlos, el día de la posesión del presidente Eduardo Santos. No le fue difícil encontrar trabajo pues era políglota y tenía algunas nociones del español. Su primer empleo fue como secretario de un banquero inglés. Pero como lo que ganaba era poco fundó una pequeña empresa de cine móvil. Trasladaba los equipos en una vieja camioneta hasta los municipios aledaños, donde cobraba por cada asiento, que obtenía gracias a acuerdos con las cafeterías de los diferentes lugares. También volvió al negocio de la moda pues su jefe inglés inauguró un salón de pieles canadienses que Hans manejaría hasta que se incendió en el caos del 9 de abril de 1948.

Por esta época su pasatiempo era visitar la Librería Central, "no con el ánimo de comprar, porque el dinero no le alcanzaba, sino para ver los libros", cuenta Elizabeth. El lugar le recordaba la gran biblioteca que había en su casa en Viena. La Central fue una de las primeras en Bogotá, fundada en 1926 en el pasaje Santa Fe, hoy la plazoleta de la Universidad del Rosario, y su propietario era el austríaco Pablo Wolf. Cuando éste murió, a su viuda se le ocurrió que la única persona que podía hacerse cargo de la librería era su más asiduo visitante. Como Hans no tenía cómo comprarla la señora Wolf se inventó una original fórmula de pago: le daba un sueldo de empleado de 2.000 pesos pero la mitad se la descontaba para pagar la deuda. Aunque según recuerdan sus familiares el trato fue más bien simbólico.

Durante los 57 años al frente de la librería su esposa Lilly Bleier siempre estuvo a su lado. "Eran un dúo perfecto. Él era el asesor intelectual y ella, la encargada de establecer los lazos afectuosos con los clientes pues la librería ante todo ha sido un centro de encuentro", cuenta Elizabeth. Ella viajó de Austria a Colombia por las mismas razones que Ungar. Fueron 61 años de matrimonio, dos hijos, cinco nietos y más de medio siglo juntos las 24 horas del día. Hoy Lilly sigue trabajando en la librería con la misma energía que caracterizó a su esposo hasta el último momento.

En 1948 su amigo Mario Laserna lo motivó a participar en la fundación de la Universidad de los Andes, en la que fue profesor de historia y literatura. Además todos los domingos los oyentes de la HJCK escuchaban sus comentarios literarios. "Nunca quiso dejar el micrófono. A pesar de estar enfermo pedía que le llevaran la grabadora a la orilla de su cama", cuenta Álvaro Castaño Castillo, fundador de la emisora y gran compañero de tertulias de Ungar.

Otra de sus creaciones es su biblioteca privada, que tiene más de 26.000 obras incluidos varios incunables, libros editados desde la invención de la imprenta hasta principios del siglo XVI. "Hágame una casa alrededor de una biblioteca", le dijo Ungar al arquitecto Fernando Martínez Sanabria. "Las paredes de la casa siempre estuvieron forradas de libros. Él sabía dónde estaba cada uno y aunque era muy generoso no le gustaba prestarlos", afirma su nieta Luisa. "Tampoco le gustaban los 'best sellers' y menos los norteamericanos", recuerda Bernardo Hoyos, otro de sus grandes amigos. También despreciaba los computadores: "¿Quién puede acostarse con un computador?", era el argumento que Hans le daba a su nieta sobre la supremacía de los libros cuando ella trataba en vano de convencerlo de las bondades de la tecnología. Y es que su sentido del humor era otra de sus características.

Amaba viajar tanto como los libros, incluso una vez se embarcó en la búsqueda infructuosa de un tesoro en La Guajira. Otro de sus grandes amores eran los animales, especialmente su perro Lumpi, su compañero tanto en las horas de lectura cuando se sentaba en sus piernas, como de los últimos meses cuando no se separó de la cama de su amo.

"En esos últimos momentos lo que más lo mortificaba era no poder caminar por su biblioteca para acariciar sus libros", explica Lilly. Sin embargo nunca se separó de ellos pues su esposa, su hija y sus nietos se convirtieron en sus ojos para leer sus textos favoritos. Hans Ungar se llevó consigo todo un universo de conocimientos, pero dejó como legado invaluable su contribución a la empresa de difundir la cultura universal en Colombia.