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UN PROCESO 'PENIL'

El veredicto que declaró inocente a la mujer que le cortó el pene a su esposo pone fin a una tragicomedia y a temblar a muchos hombres.

21 de febrero de 1994

EL VIERNES PASAdo fue el último capítulo de una tragicomedia que desde hace varias semanas tenía conquistada a la opinión pública estadounidense: el caso de una mujer que le cortó el pene a su marido. Lo que sucedió durante el juicio no tiene antecedentes. Mientras los hombres abogaban por cadena perpetua para la mutiladora, las mujeres convertían a la acusada en una especie de heroína nacional.
La historia de Estados Unidos estaba plagada de penes impunes: el incansable de John Kennedy, el infiel de Gary Hart, el que perseguía a Anita Hill, el travieso de William Kennedy y últimamente el del presidente Bill Clinton cuando era gobernador. Pero hace siete meses esta manicurista ecuatoriana cambió esa historia al cortar de un tajo, con un cuchillo de cocina, el de su esposo John Wayne Bobbit, que era un pene abusador. El órgano, protagonista de violaciones, acosos y abusos, había sido finalmente castigado, decapitado y tirado en un lote baldío .
Probablemente por eso las siete mujeres y los cinco hombres del jurado de un tribunal municipal donde era juzgada Lorena, luego de siete horas de deliberación, la perdonaron. El jurado dio un veredicto de "inocente por motivos de demencia temporal", que puso fin a un proceso judicial que durante varias semanas fue seguido en vivo y en directo por 150 millones de televidentes en Estados Unidos, desde secretarios de Estado hasta amas de casa. Un juicio que puso a discutir a medio país, entre comentarios grandilocuentes de feministas reivindicadas, chistes de buen y mal gusto, si Lorena era una carnicera o una heroína.

LA TRAGICOMEDIA
La historia se inició en junio pasado, en un pueblo llamado Manassas, a 30 kilómetros de Washington D.C., cuando una mujer le cortó el pene a su marido, mientras éste dormía, después de que él intentara violarla. Luego salió despavorida de su casa y lo lanzó en un desolado lote. Enseguida llamó a la policía para informar dónde lo había tirado. De inmediato el jefe de la estación dio orden a las unidades que se encontraban en la zona de buscarlo. El marido, de 26 años, fue llevado por un amigo al hospital. Aún consciente, sostenía sobre sus partes púbicas una toalla ensangrentada. Cuando el médico de turno, Steven Sharpe, le preguntó qué le había pasado en la mano, el hombre le explicó que el problema estaba en otra extremidad. Fue cuando Sharpe se dio cuenta de lo que había ocurrido y llamó de urgencia al urólogo James T. Sehn. Mientras los médicos le advertían al hombre que se fuera haciendo a la idea de aprender a orinar sentado, llegaron los policías con el pene en un recipiente con hielo. Tras una operación de nueve horas, los médicos lograron reimplantarlo. Pero tanto Lorena, la mutiladora, como John, el mutilado, fueron llevados a juicio. Con 16 unidades móviles y 200 reporteros cubriendo el juicio, la historia pasó de ser una insólita venganza a algo más revelador. La cadena CNN dobló sus ratings de sintonía y tuvo que soportar las quejas de miles de televidentes que llamaban a protestar por breves cortes informativos sobre la cumbre de Rusia. El rostro lloroso de Lorena se metió en las alcobas de los gringos y en pocos días encendió la vieja y trillada batalla de los sexos. El espectáculo había comenzado. Los animadopres de los más populares talk shows le daban una y otra vez la vuelta a la mutilación.
Mientras tanto, en Ecuador un grupo de manifestantes amenazaba con cortarle el pene a 100 gringos si declaraban culpable a su compatriota, y en las afueras de la Corte más de un centenar de activistas hispanos vendía por 20 dólares camisetas con la leyenda de "Revancha, qué dulce es" y "El amor duele" y prendedores con la foto de Lorena y la leyenda "Cirujana General". En algunos restaurantes se ideó una especie de juego de gallina ciega, en el que las concursantes intentaban imitar a Lorena con un muñeco de plástico.
Las páginas de opiniòn de los periòdicos de circulación nacional y local se llenaron de columnas de analistas que se daban golpes de pecho por los niveles de trivialidad a los que se había llegado, y otros que trataban el tema como si fuera el final victorioso de una revolución sexual. La escritora Cynthia Heimel aseguraba que Lorena Bobbit no era un modelo para imitar, pese a que los medios de comunicación trataban de convencer a la gente que este caso, que era un circo patético, se había convertido en un "importante fenómeno sociológico". Heimel decía que el castigo para los hombres que violan y golpean a las mujeres debía ser más certero. Las mujeres comunes y corrientes, las que sufren en silencio las palizas de los esposos borrachos, salieron en la televisión a confesar abiertamente que todas llevan una Lorena por dentro.

DESPENALIZADA
El éxito de la defensa de Lorena se basó, por supuesto, en este clamor general. "Lo que tenemos es la vida de Lorena superpuesta contra el pene de John Wayne Bobbit -dijo la abogada Lisa Kemler-. Era un pene del cual ella no podía escapar". Pero en la victoria legal también tuvo que ver mucho una estrategia muy bien planeada por sus abogados: durante el juicio Lorena nunca mostró una expresión de odio o venganza contra su marido. Durante los testimonios sobre lo ocurrido, ella prefería llorar y repetir: "Me hizo daño, me hizo mucho daño". E incluso decir que no recordaba el episodio de la mutilación.
Si con el veredicto que declaró inocente a Lorena se ha dado un paso en la liberación sexual de la mujer, eso lo dirán los miles de ensayos sociológicos y libros que con seguridad se publicarán sobre el tema en ese país. Pero queda claro que el público estadounidense ha demostrado que los escándalos sexuales no lo fatigan, especialmente si se los transmiten en vivo. La morbosidad que causa oir a un testigo decir que escuchó unos gritos que no sabía si eran de placer o de dolor, que salían de la casa de su vecina Lorena Bobbit, produce más audiencia que cualquier telenovela. Las imágenes de un médico sosteniendo en sus manos una fotografía del miembro mutilado venden más que un debate en vivo sobre el NAFTA.
Ahora la pregunta es por qué este tipo de episodios pueden producir semejante grado de atracción en la opinión pública. Como sucedió con el caso del juez Clarence Thomas y Anita Hill, o con el juicio por violación a William Kennedy, que fueron seguidos hasta en sus más mínimos detalles por la teleaudiencia nacional, la vida íntima de John Wayne y Lorena fue ventilada a todo lo largo y ancho del país. Lo que pasa, escribió Rush Limbaugh, el animador de uno de los programas más populares de la televisión "es que estamos aburridos de lo normal. Y parece que estamos aburridos con lo bueno y lo decente. Si la gente está hoy fascinada con una mutilación sexual, ¿qué la fascinará mañana?".