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Un tecnócrata soñador

El nuevo Ministro de Salud tiene tantos títulos como sueños para transformar a ese sufrido sector.

4 de enero de 1993

TAN PRONTO COMO EL RETIRO DEL M-19 del gabinete dejó un vacío en la cartera de Salud, entre las instituciones médicas que habían recibido con reservas la llegada de los exguerrilleros a ese Ministerio resucitó la esperanza de que el presidente César Gaviria nombrara a un médico en ese cargo. Pero fiel a sus creencias en el sentido de que más que cirugía, lo que el sector salud necesita es gerencia, el primer mandatario nombró a un economista.
Se trata de Juan Luis Londoño de la Cuesta, un paisa que desde 1990 ocupaba la subjefatura de Planeación Nacional. Administrador de negocios de Eafit en Medellín y máster en economía de Los Andes, se fue a Harvard tras su segundo máster, que consiguió para luego convertirse en el tercer colombiano en obtener un Ph.D en economía en ese prestigioso centro de estudios.
Su tesis de doctorado -que trabajó bajo la dirección del afamado Jeffrey Sachses- hoy una de las investigaciones más consultadas por quienes se interesan en la historia económica y social de Colombia. Analiza en ella la evolución de la distribución del ingreso en el país durante las últimas décadas, y demuestra cómo en ese terreno, Colombia ha vivido una evolución positiva excepcional en el tercer mundo y superior a la del mundo desarrollado.
Aunque en un principio se le identificó con los demás miembros del equipo aperturista, la verdad es que Londoño se distingue de los demás por su permanente inclinación hacia los temas sociales. Cree en las virtudes del mercado libre, pero es un convencido de que grandes inversiones del Estado en el área social corrigen las injus ticias que se generan por cuenta del laissez faire.
Como botón de muestra de sus convicciones, a las pocas horas de su posesión presentó un proyecto de ley al Congreso, que para 1993 destina más de 150.000 millones de pesos al subsidio directo de los más necesitados en materia de servicios de salud.
Londoño es una de esas personas que representa más edad de la que tiene: 35 años. Obsesivo por el trabajo, da sin embargo la vida por su familia. Si tiene que trabajar hasta la madrugada, sale de la oficina a las ocho de la noche para ir a acostar a sus dos hijas, y luego regresa a sus labores. Es tan distraído que hace pocos días, cuando fue a cumplir una cita en El Espectador, olvidó ponerse los zapatos. Le incomodan tanto, que prefiere andar en medias o en chinelas de lana cuando está trabajando. Se enloquece con los computadores, y todos los conceptos los traduce a gráficas. Detesta que fumen delante de él y se muere por los helados. Es un buen jefe y se gana fácilmente el calificativo de "brillante". Con esas virtudes, tendrá ahora que demostrar que sus dos años en el gobierno le han enseñado algo del manejo de la política y el Congreso, sin los cuales difícilmente podrá ver convertidos en leyes sus sueños de tecnócrata.