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UNA DUQUESA DE 4 EN CONDUCTA

Nazismo, espionaje y una sórdida vida íntima, en la última biografía de la Duquesa de Windsor.

15 de agosto de 1988

A simple vista era una mujer como cualquier otra. Una norteamericana, que no contaba entre sus atributos con una gran belleza, hizo realidad el sueño de todas las mujeres de su tiempo: ser el amor del entonces Príncipe de Gales y futuro Rey de Inglaterra, Eduardo VIII. Se trataba de Wallis Simpson, la mujer por la cual, ante la imposibilidad de hacerla reina de su imperio por ser extranjera, plebeya y separada, el 10 de diciembre de 1937 el recién coronado Eduardo VIII abdicó al trono. La noticia conmocionó al mundo entero y la pareja se convirtió en el símbolo mundial del amor que rompe todas las barreras. Pero esa imagen de pureza y sacrificio, que logró soportar los embates de la prensa y las intrigas de la realeza británica, acaba de sufrir uno de sus más duros golpes. El investigador Charles Higham acaba de publicar (editada por Mc Graw Hill Book Company) una escandalosa biografía de la Duquesa de Windsor, en la que las perversiones sexuales, el espionaje, la ambición y la intriga, forman el ambiente que rodeó uno de los romances que más han conmovido al mundo en el siglo XX.
Desde su nacimiento, el 19 de junio de 1895, Bessie Wallis Warfield parecía predestinada para el escándalo. Para liberarse del estigma de ser hija ilegítima, pudo haber llevado la vida convencional de las niñas de sociedad de Maryland. Pero Wallis no podía soportar convencionalismos. A pesar de vivir de la caridad de su tío Salomón, Wallis era ante todo una Warfield: una snob innata.
Desde la más corta edad adoraba la sensualidad del dinero. Su familia la envió a los mejores internados y allí hizo gala de gran rebeldía y liderazgo. En aquellos exclusivos colegios trabó amistad con acaudaladas herederas como Renée DuPont y Mary Kirk, contactos que le serían extremadamente útiles en el futuro.
Como para millones de adolescentes, su amor platónico era el apuesto Príncipe de Gales, un amor que por mucho tiempo fue sólo una fantasía. Sin ser especialmente bella, Wallis logró cautivar a la alta sociedad de Baltimore, a la que entró definitivamente en 1923. Había cultivado con esmero sus modales y el arte de atraer a los miembros del sexo opuesto: sabía adular el ego masculino. Tuvo mil romances y los uniformes la enloquecían. Sin embargo, a pesar de su rutilante éxito, sintió la necesidad de descubrir nuevos horizontes. Sabía que su destino no estaba en Maryland. Wallis visitó entonces a su prima Corinne, en la base naval de Pensacola, donde sostuvo innumerables romances con los oficiales. Earl Winfield Spencer sería el encargado de conquistar su corazón: guapísimo, de excelente familia, rico y episcopal, era el partido ideal. También era la oveja negra de su familia, tenía un dudoso récord disciplinario, era alcohólico y, sobre todo, bisexual.
Wallis lo ignoraba todo. Su boda fue esplendorosa, pero la vida de casada un infierno. Durante una temporada en California, Wallis vería de lejos en una fiesta a su ídolo: el Príncipe de Gales. A los 22 años Wallis no tenía todavía hijos y coqueteaba con cualquier uniforme que se le presentara, mientras Win bebía cada día más y la acusaba de adúltera. Muchas veces la encerró con llave en la casa durante sus ausencias. La Primera Guerra Mundial había terminado y para los Spencers el fin de su matrimonio era también inminente. Wallis trató de evitar el escándalo, pero Win ya la había abandonado por otra. Por esa época, Win fue trasladado a China y Wallis permaneció en Washington, volvió a ver a sus amigos del pasado y entró en el torbellino de la sociedad diplomática. Hablaba muy bien el alemán y se defendía con el francés. En una recepción, cautivó al Príncipe Gelasio Caetani, embajador de Italia, quien la adoctrinó en las teorías fascistas. Fuera de la fuerte atracción física, Caetani utilizó a Wallis para difundir las ideas de Mussolini en la sociedad de Washington. El affaire fue corto y Wallis volvió sus ojos hacia el primer secretario de la embajada argentina, Felipe Espil, el clásico latinlover y entonces, el mejor partido de Washington. Wallis no perdió el tiempo. Planeó un ataque con precisión militar y logró su objetivo. Espil era un diplomático pacifista que quería evitar guerras futuras. Wallis escuchaba y aprendía. Además, eran los protagonistas del escándalo más grande de la ciudad, lo que la emocionaba.
En 1923, Wallis, inmersa ya en el mundo de la diplomacia y el espionaje, transportó material de inteligencia a China, siguiendo una práctica muy común de la marina de los Estados Unidos en aquella época. Arriesgó varias veces su vida y vivió la miseria y violencia de la guerra civil, pero también conoció los lujos de Oriente. Se reunió con su marido en Hong Kong y éste la introdujo en los famosos Singing houses o burdeles de lujo. Allí, según el "dossier de China" del FBI,Wallis aprendió "prácticas perversas", que incluian exhibiciones de lesbianismo y el sofisticado y milenario arte erótico del Fang Chung, basado en prácticas como la relajación que busca despertar los apetitos sexuales del más grande de los indiferentes y demorar el orgasmo. No había acabado de aprender tales prácticas cuando su marido la abandono otra vez, en esta ocasión por un joven y atractivo pintor.
De regreso a Shanghai, según e FBI, Wallis sonsacaba secretos navales de los oficiales británicos que la cortejaban. Se supone que transmitía la información a los rusos, enemigos de Estados Unidos e Inglaterra. También se determinó que estuvo envuelta en transacciones de drogas y que representaba a ricos hombres en las mesas de juego. Era, evidentemente, una mujer mantenida. Al mismo tiempo, continuaba transportando información militar norteamericana a través de China. En Pekín estuvo ligada románticamente con el agregado naval de la embajada de Italia. En la ciudad imperial se hizo gran amiga de Herman y Katherine Rogers, con quienes sostuvo un extraño ménage a trois. En Shanghai tuvo un affaire con otro apuesto fascista, el conde Galeazzo Ciano, yerno y gran fanático de Mussolini. Era el comienzo de un nuevo escándalo, ya que Wallis quedó embarazada. Abortó y, como consecuencia, quedó estéril de por vida. Su salud se resquebrajó, se vio obligada a regresar a los Estados Unidos y el 3 de octubre de 1925 se divorció oficialmente de Win, no sin nostalgia.
Una vez libre, volvió a sus antiguas amistades y uno de sus novios del pasado le propuso matrimonio. No aceptó, aclarando que sólo se volvería a casar por dinero. En la navidad de 1926 conoció a Ernest Simpson, un rio y cultivado hombre de negocios quien se divorciaría para casarse con ella. Dorothea Simpson, la esposa abandonada, afirmó que "Wallis fue muy inteligente, me robó a mi marido mientras estaba yo enferma". Wallis no estaba enamorada, pero Ernest le ofrecía estabilidad económica y entrada a la sociedad londinense, sus sueños de toda la vida.
El Príncipe de Gales era el centro de atracción de Londres y Wallis se mantenía al tanto de todo cuanto le ocurría. Hasta ese momento, la señora Simpson no había logrado conocer al anhelado Príncipe, pero su suerte comenzó a cambiar en octubre de 1930. Por esos días se radicó en Londres el matrimonio formado por Benny Thaw y su esposa Consuelo, grandes amigos de Wallis. Consuelo era la hermana melliza de Gloria Vanderbilt y, más importante aún, era la hermana mayor de Thelma -Lady Furnes-, quien por ese entonces era la amante del Príncipe de Gales. El contacto estaba hecho y Wallis no desaprovechó la oportunidad para conocer a fondo, y de fuente confiable, los secretos de la personalidad de Eduardo. Con paciencia fue desenredando el ovillo, se enteró de los problemas de impotencia sexual que aquejaban a su presa y logró descifrar uno de los puntos más débiles del Principe: su necesidad de sentirse dominado por las mujeres que amaba. Las invitaciones a eventos de la high londinense le llegaban a montones y Wallis no faltó a ninguno. Estrechó sus lazos de amistad con Gloria Vanderbilt, con Thelma, con Nadeja Mildford Haven y con Consuelo, quienes hacían parte de un poderoso grupo de lesbianas de alta sociedad que escandalizaban a la conservadora sociedad de Londres.
Estas relaciones la llevaron de nuevo a la Corte, donde por segunda vez logró llamar la atención de Eduardo. Pocos días después de este encuentro, Wallis partió hacia el sur de Francia, invitada por Consuelo Thaw y acompañada por Gloria y Nadeja. Aunque no se conocen a fondo los detalles de este viaje, lo cierto es que Consuelo, con quien Wallis compartió habitación en Francia, no ocultaba la atracción que sentía por la señora Simpson. El escándalo se desencadenó cuando la mucama de Gloria Vanderbilt encontró a su patrona besándose apasionadamente con Nadeja. El rumor se regó en Londres como pólvora y Ernest Simpson le ordenó a su esposa que regresara inmediatamente a su lado.

EL ESPERADO ENCUENTRO
A todas estas, Wallis andaba terriblemente deprimida, añoraba volver a ver al Príncipe pero no encontraba la ocasión para hacerlo. Finalmente, en enero de 1932, Ernest y Wallis fueron invitados al palacio principesco de Fort Belvedere. Wallis ignoraba que el Príncipe, a pesar de sus andanzas con Thelma y Amelia Earhart, ya le había echado el ojo. Sobra decir que en la cabeza de Wallis no faltaban los más maquiavélicos designios. En marzo de 1933, Wallis se daría cuenta del favor real y desde entonces se volverían inseparables. Wallis supo vencer la falta de virilidad del Príncipe gracias a las técnicas del Fang Chung, aprendidas en China, y a su complacencia en una serie de juegos que incluían escenas de "nana-nene", en las cuales él correteaba en pañales y ella lo perseguía. Ella dominaba y él se sometía. El Príncipe quedaría eternamente agradecido por esto y dependería siempre de ella. Intelectualmente, tenían también mucho en común, ya que ambos eran pacifistas y partidarios de Hitler y Mussolini.
Wallis era ya reconocida como la amante del heredero al trono, aunque para guardar las apariencias aseguraba que su relación era exclusivamente platónica, mientras Ernest Simpson parecía aceptar con resignación su papel de cornudo. Asistían juntos a muchos eventos y cultivaban contactos nazis y fascistas. El embajador sin cartera y encargado de Relaciones Exteriores de Hitler, Joachim Von Ribbentrop, quedó fascinado con Wallis y le mandó durante varias semanas 17 rosas rojas a diario. Se dice que en la primavera de 1936, Wallis sostuvo un romance con Ribbentrop. Por ese entonces Wallis controlaba totalmente la voluntad del Príncipe. Los servicios secretos británicos estaban cada vez más preocupados por los amigos de la pareja. La familia real detestaba a Wallis y esta última tampoco les ocultaba su desprecio. La salud del Rey Jorge V empeoraba cada día más, hasta que el 19 de enero de 1936 entró en su último sueño.
La ascensión al trono de Inglaterra del Príncipe de Gales debía hacerse a la mayor brevedad. Es así como Eduardo VIII asumió el cargo para el cuál se había preparado toda su vida. Durante aquellas semanas, Wallis vivió bajo una terrible presión, ya que su condición de amante real era inaceptable. El nuevo Rey insistía en hacerla su esposa y Reina de Inglaterra, pero la familia real se oponía rotundamente a esto, debido a razones mucho más poderosas que la simple antipatía que Wallis despertaba.
El estar casada con Ernest y sus andanzas en China, no eran las únicas razones en su contra. En Whitehall había una preocupación que afectaba directamente la seguridad de Inglaterra y de los Aliados. Todos los días el Rey recibía documentos secretos sobre la situación internacional, provenientes de las embajadas británicas en el mundo entero. Se sospechaba que cierta información crucial, contenida en aquellos documentos, llegaba a Berlín y que Wallis era la culpable. Se dice que Ribbentrop le pagaba a Wallis, con fondos alemanes, para que influenciara al Rey a favor de Hitler.
El gobierno británico no podía permitir que el Rey se casara con una espía y, ante la imposibilidad de un matrimonio morganático, el Rey decidió abdicar. Wallis trató de disuadirlo de cometer semejante locura, para lo cual estaba dispuesta a regresar a América. Según cartas encontradas por Higham, Wallis no estaba enamorada del Rey. Sólo quería seguir siendo su amante y conservar al mismo tiempo a su marido. Quería ser poderosa, pero sin las cargas del poder y la agonía de la culpa. Sabía que no se libraría jamás del estigma de provocar la abdicación real. Tras firmar los documentos que oficializaron su abdicación a la corona, el Rey se convirtió en el Duque de Windsor. Wallis nunca sería reconocida oficialmente como Duquesa de Windsor; fue una batalla que nunca pudo ganar. Había librado al Príncipe de sus problemas sexuales y emocionales, ante lo cual el monarca no podía limitar su gratitud,a "consideraciones de deber, honor y estado". Además, estaba perdidamente enamorado.
La indignación que cundió entre los súbditos fue tal, que se llegó a rumorar que había un plan para asesinar a Wallis. Para garantizar su seguridad fue enviada al sur de Francia, mientras obtenía el divorcio de Ernest. A pesar de las diarias amenazas de muerte y del constante asedio de la prensa, Wallis continuó llevando su extravagante y sofisticado tren de vida, sello de su inolvidable estilo. Sus trajes eran únicamente originales de Chanel, Mainbocher y Schiaparelli. Sus joyas y pieles eran la envidia de todos. El 3 de junio de 1937 tendría lugar el matrimonio de la década. Durante su luna de miel recorrieron Europa y el clímax del viaje lo marcó el encuentro con Adolfo Hitler, el 22 de octubre. El Duque de Windsor creía en las promesas pacifistas de Hitler, ignorando las verdaderas intenciones del Fuhrer. El plan de Hitler consistía en convencer al Duque de la importancia de destruir a los Bolcheviques rusos, de instalar un gobierno pro-nazi en Londres, exiliar a la familia real inglesa en Canadá y restaurar al Duque en el trono, con Wallis como Reina. Hitler supo aprovechar a los duques como relacionistas públicos para sus ideas en los círculos aristocráticos europeos. Cabe anotar que Hitler se sentía fuertemente atraído por Wallis. Constantemente miraba películas en las que ella aparecía y no se cansaba de admirar su elegancia y buen gusto. Para el gobierno inglés, la presencia de los Duques en Europa era altamente peligrosa debido a sus amistades y a las actividades de espionaje de Wallis, quien continuaba entregando información secreta al enemigo.
La gobernación en las Bahamas ciertamente los alejó de la zona de riesgo, pero no por eso los Duques renunciaron a sus amistades nazis y fascistas. Se hicieron grandes amigos de Sir Harry Oakes, Harold Christie y Axel Wenner-Gren, quienes eran socios del nazi Banco Continental de México y vendían armas a Hitler. Según Higham, es muy probable que los Duques hubieran invertido parte de su vasta fortuna en aquel banco. Las actividades de espionaje de Wallis continuaban. La Duquesa enviaba periódicamente su ropa a Nueva York para ser lavada en seco y el FBI sospechaba que mensajes ocultos se incluían en esos envíos. Mientras tanto, las casas ducales en París y la Costa Azul seguían siendo protegidas por los nazis, que habían arrasado las propiedades del resto de la realeza europea durante la ocupación.

SEXO DE POST-GUERRA
Al terminar la Segunda Guerra Mundial, los Duques repartieron su vida entre París y Nueva York. La reputación de la pareja no era muy positiva, en vista de sus asociaciones en tiempo de guerra con el enemigo. Por esta razón, contrataron los servicios del publicista Guido Orlando, quien debía hacerlos populares en la sociedad neoyorquina. Se rumora que el Duque se enamoró de Orlando y que sostuvieron un breve romance. No hay que olvidar que en su juventud, el Duque había sido tildado varias veces de afeminado (le fascinaba bordar) y de haber sostenido un romance con su pariente Lord Louis Mountbatten.Higham sostiene que en aquellos años de ambivalencia sexual, antes de conocer a Wallis, es poco probable que el Duque hubiera tenido experiencias homosexuales concretas, fuera de sus habituales jugueteos.
Irónicamente, fue Orlando -el encargado de su buena imagen- quien introdujo, en 1947, a los Duques en su más sórdida relación. Les presentó al millonario playboy y homosexual Jimmy Donahue. A partir de entonces los Duques no se separarían de Donahue, formando el más escandaloso ménage á trois de Nueva York. Se afirma que el Duque vivia un tórrido romance con Jimmy, mientras que la Duquesa aparentaba en público que el affaire era con ella. Lo más seguro es que en la relación estuvieran incluidos los tres. La alta sociedad aceptaba difícilmente al escandaloso trío. Fue una época de stress, decadencia y derroche. El Duque volvió a sus excesos de alcohol y lo único que sacaba a Wallis de su depresión eran las maravillosas joyas que le obsequiaba frecuentemente su marido.
En 1952 adquirieron su famosa mansión en el Bois de Boulogne, en París en donde Wallis hizo el mayor despliegue de su genial estilo de vida. El Duque, por su parte, se ocupaba de la casa campestre en las afueras de París, en la que pasaba días enteros dedicado a la jardinería. Por aquella época Wallis trabó amistad con el apuesto Russell Nype, con quien se rumora que cometió adulterio por primera vez desde su matrimonio con el Duque. Nype se ha rehusado sistemáticamente a comentar la veracidad de los rumores, pero tampoco los ha negado. El affaire con Donahue, quien asediaba en todas partes a la Duquesa, terminó en Baden-Baden. En aquella ocasión, en medio de un episodio de alcoba, Donahue pateó a la Duquesa con tanta fuerza que la hizo sangrar. El Duque, ultrajado, echó al desagradable personaje. La caúsa de semejante riña era venial: Donahue comía demasiado ajo y esto ofendía a los Duques. La relación con Donahue perjudicó enormemente a la pareja, ya que Jimmy había protagonizado sórdidas orgias y más de un escándalo relacionado con prostitución masculina y sadismo. Se había salvado varias veces de prisión; gracias a la fortuna de su madre.
De todos modos, a pesar de haber protagonizado innumerables escándalos y de haber sido rechazados de por vida por la Corona Británica, los Duques de Windsor nunca abandonaron el estilo de vida que siempre los caracterizó. El halo de felicidad que aparentemente rodeó su matrimonio, se mantuvo intacto hasta el 29 de mayo de 1972 cuando, con la muerte del Duque, finalizó una de las historias de amor más apasionantes que recuerde el mundo. A partir de ese momento, Wallis Simpson se dedicó a conseguir que la realeza que tanto la odió, le permitiera descansar a la hora de su muerte al lado de Eduardo, en Londres.
Los últimos años transcurrieron entre la soledad y el temor. La única persona que la acompañó hasta el final fue su amiga, la Condesa de Romanones -quien también tenía más de un escándalo a cuestas-, y la perspectiva de un secuestro o un robo le quitó la paz que estaba buscando. Lo cierto es que, pese a los delirios seniles que empañaron lo que le quedaba de vida, la Duquesa nunca abandonó su inigualable estilo. Sola, olvidada por su familia y la de su esposo, la Duquesa de Windsor falleció el 24 de abril de 1986, en París. Su deseo de ser enterrada al lado del Duque se cumplió. Pero que la familia real la llamara Su Alteza Real la Duquesa de Windsor, fue algo que nunca obtuvo. Para ellos seguía siendo simplemente Wallis, la plebeya que sedujo al Rey.