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Versos sin letra

Una campesina del norte del Valle del Cauca que no sabe leer ni escribir es la sensación del Encuentro de Poetas Colombianas, gracias a su talento y prodigiosa memoria.

7 de agosto de 2005

Cuando Encarnación García Villa encuentra un tema que la inspire y compone uno de sus poemas, las primeras en enterarse son las gallinas que alimenta en el estrecho patio de su casa, hecha de guadua y bahareque. Frente a ellas comienza su recital, una perorata fluida que la acompaña en sus labores diarias y que se escucha en cada rincón de la humilde vivienda. Esta campesina se ha convertido en un ícono para la región, especialmente para las 500 personas que con ella habitan el corregimiento de Limones, en la zona rural del municipio de Zarzal, Valle del Cauca. Ella compone versos desde la adolescencia y hoy cuenta con un repertorio de 825 poemas. Ha publicado dos libros y alista otras dos obras. Y es analfabeta.

"Mi mente es un torrente de ideas que hormiguean en mi cabeza", dice Encarnación mientras señala su blanca cabellera. Es allí donde compone versos alimentados por la miseria que le rodea desde muy niña y que no le permitió acceder a ninguna clase de estudio. Explica que adquirió la riqueza oral que la caracteriza a través de años de escuchar radionovelas y devorar las noticias que se emiten por televisión. "Así me informo de todo lo que ocurre y las cosas van saliendo naturalmente. Me inspiro en los ríos, el campo, la pobreza, la violencia, el amor y mi familia", señaló la mujer cuya piel, cortada por arrugas, revela los 67 años que carga a cuestas.

Hace 16 años llegó descalza, con sus ilusiones guardadas en un bolso de tela y sus composiciones en su memoria, al Encuentro de Poetas Colombianas, uno de los certámenes más importantes del país en la materia y que se realiza desde hace 21 años en el Museo Rayo, ubicado en Roldanillo. Todavía no se explica de dónde sacó el valor para presentarse. "Ese día le dejé listo el almuerzo a mi esposo y gasté mis ahorros en el pasaje. Cuando entré al museo, todos me miraban con cara de criticones", recuerda Encarnación, mientras muestra un álbum con viejas fotografías.

La primera persona con la que habló fue Águeda Pizarro, esposa del reconocido pintor Ómar Rayo y organizadora del evento, "le dije que quería exponer mis poemas, de inmediato me los pidió para leerlos y yo le respondí que con mucho gusto se los recitaba", cuenta. Y le dieron la oportunidad ante un auditorio que la recibió con escepticismo. Su osadía duró tres poemas. Como nadie le dijo nada, creyó que no eran buenos y regresó a su rancho.

Pero en el santuario de figuras geométricas, donde reposan las obras de Rayo, su poesía había conquistado la agudeza lírica de los asistentes, "sorprende la manera como compone versos rimados, perfectos, enriquecidos por la tradición oral propia de las raíces españolas", declaró Águeda Pizarro a SEMANA. Una definición a la que se une el maestro Ómar Rayo, "Esta mujer es un fenómeno. Declama una poesía decimal. ¿Cómo lo entendió, cómo lo aprendió, nadie sabe. Es algo que lleva en los genes", argumenta el pintor.

Impactados por su capacidad, no dudaron en rastrear a la artista y desde entonces se convirtieron en los amanuenses de las íntimas vivencias de la poeta analfabeta, "algunas de las obras ya habían sido copiadas en cuadernos por sus familiares, yo me encargué de las nuevas composiciones", aseguró Juan José Madrid, director del Museo Rayo.

Hoy, Encarnación sigue armando versos, luchando contra la vejez que ya le arrebató la visión de uno de sus ojos y rogando que la memoria no se agote. Porque quiere seguir recitando esos poemas que le salen del alma hasta cuando ésta deje de habitar su cuerpo adolorido.