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VIDAS PARALELAS

Se conmemora el centenario de la muerte de la emperatriz Sissí de Austria, la Lady Di del siglo XIX.

1 de junio de 1998

Lady Di es para las nuevas generaciones el símbolo de la tragedia. A pesar de que en apariencia lo tenía todo, su vida estuvo signada por la desgracia. La corta historia de la princesa de Gales, siempre en el ojo de los medios, es el ejemplo tangible de que el dinero y la belleza no son suficientes para alcanzar la felicidad. Aunque quienes la conocieron de cerca aseguran que nadie ha sufrido como ella en ese mundo de viajes, venias, lujos y oropeles, tortas, huevos, pan y pez, lo cierto es que su historia no es única dentro de la realeza europea.
En el siglo XIX otra mujer de sangre azul tuvo el mismo sino trágico: la emperatriz Elizabeth de Austria. Mejor conocida como Sissí, pasó a la historia justamente por su desgracia. Si bien los mayores de 50 años la recuerdan por la película que, además, inmortalizó a la actriz Romi Schneider, la verdad es que su vida distó mucho de ser la dulzarrona historia rosa narrada en el cine. Mientras que la emperatriz del celuloide se ajustaba a los tradicionales cuentos de hadas con final feliz, la de carne y hueso protagonizó un papel que tuvo matices de desventura.

El libreto
Basta escudriñar las biografías de Diana y Sissí para encontrar similitudes sorprendentes. Las dos eran nobles y, por añadidura, fueron sus hermanas mayores las elegidas inicialmente para desposar a los monarcas. Pero los príncipes, Carlos y Francisco José, se inclinaron por las más jóvenes, que no estaban preparadas para asumir el papel de esposas de herederos del trono. Sissí no conocía las estrictas normas de la casa de Habsburgo y robaba tiempo a sus funciones oficiales para cabalgar libre por el campo. Diana, por su parte, no encajaba en el rígido protocolo de la familia Windsor y del palacio de Buckingham, lo que le significó repetidas llamadas de atención. Ambas fueron víctimas de las reglas que les cortaban las alas.
Las dos llegaron vírgenes al matrimonio, requisito indispensable para llevar la corona, y sus bodas, convertidas en espectáculo, fueron las ceremonias sociales más importantes de la época. También, como siguiendo un mismo libreto, al año de matrimonio tuvieron su primer hijo. Hubo, sin embargo, una variación en las líneas de esa escena: mientras Diana le dio al reino un heredero varón, Sissí no corrió con la misma suerte. Sus primeros dos embarazos fueron niñas, para disgusto de los Habsburgo.
Fueron pájaros encerrados en jaulas de oro. Ambas tuvieron que sufrir la presión de las figuras prepotentes de sus suegras. Si Diana estuvo siempre bajo la mirada inquisidora de la reina Isabel II, que no veía con buenos ojos la rebeldía de su nuera, Sissí tuvo que soportar la arrogancia de la archiduquesa Sofía, cuyo poder intimidaba al propio emperador. El dominio fue tan grande que la joven madre tuvo que delegar en su suegra la crianza de sus hijos. Sofocadas en un mundo que les negaba la espontaneidad, tampoco contaron con el apoyo íntimo de sus maridos. En los dos casos ellos establecieron distancia y no hicieron nada por frenar la intervención de las madres en los asuntos domésticos. También eran víctimas de un temor reverencial frente a sus progenitoras.
Aunque Carlos y Francisco José sentían cariño por sus esposas, no fueron indiferentes a los encantos de otras mujeres que, finalmente, causaron el principio del fin de sus relaciones. Los romances no pasaron inadvertidos para Diana y Sissí, quienes, cansadas de la infidelidad de sus príncipes no tan azules como los de los cuentos decidieron tomar en sus propias manos las riendas de sus vidas. Sissí escribió un acta de independencia en la que declaró su emancipación de la Corte. Obligaba al emperador a nombrarla como única responsable de la educación de los príncipes. Diana no se quedó atrás. Sin actas, pero con acciones, se enfrentó a las niñeras impuestas por palacio y jamás permitió que la alejaran de sus hijos.
A lo largo de sus historias personales, Diana y Sissí, poco a poco, fueron demostrando que eran mucho más que simples muñecas de vitrina. Diana fue la reina de corazones de su pueblo y encabezó causas como las de la lucha contra el sida, la protección de la infancia y la erradicación de las minas antipersonales. Sissí, por su parte, fue mucho más allá y llegó a intervenir en los asuntos de Estado. Su posición política fue decisiva a la hora de firmar el acuerdo austrohúngaro, que le permitió ceñir la corona de Hungría en 1867.

Trágico desenlace
En el paralelo de las vidas de las dos princesas hay más detalles sobrecogedores. Ambas, obsesionadas por el físico como consecuencia de problemas emocionales de autoestima, se sometían a rutinas espartanas con el único objeto de conservar la figura. Y si Diana confesó públicamente que había sufrido de anorexia y de bulimia como reacción a la infidelidad de Carlos, de la bella Sissí se descubrió más tarde que había sido anoréxica y que se sometía a dietas de hambre para adelgazar. Aseguraban que para dormir se fajaba con una toalla húmeda. Su meta era no sobrepasar los 50 centímetros de cintura. Y si la emperatriz se vio obligada a alejarse de Viena durante dos años a causa de una tuberculosis, Diana fue presa de crisis depresivas que la llevaron en más de una ocasión a intentos de suicidio.
Sin embargo, de las dos, Sissí fue la más atormentada. Finalmente, y a pesar del trágico accidente en el que perdió la vida, Diana pareció haber encontrado la felicidad al lado del millonario egipcio Dodi Al Fayed. Sissí, por el contrario, nunca pudo vivir en paz. El suicidio de su hijo Rudolf la sumió en un dolor profundo del que no se pudo recuperar. Cansada de luchar, sólo anhelaba la muerte. La encontró en la forma menos esperada en manos de un anarquista, Luigi Luchenni, quien la asesinó el 10 de septiembre de 1898. El hombre le atravesó el corazón con un estilete.
Ahora, 100 años después de su trágica muerte, Sissí se han convertido en ídolo de los austríacos, que preparan una serie de eventos musicales, libros y series de televisión para honrar su memoria. Al igual que Diana, la bella emperatriz pasó de la desdicha y la tragedia al mito.