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Vivir para cantarlo

Este mes, Chavela Vargas vuelve a Colombia y se despide de los escenarios del país. Esta es la historia de la resurrección de una leyenda.

14 de marzo de 2004

Nadie la escuchaba. Quienes ocupaban las mesas del bar El Hábito en Ciudad de México estaban más entretenidos en comer, beber y conversar que en prestarle atención a la mujer de 73 años, poncho rojo y ne-

gro, pantalones indígenas y pies descalzos que cantaba en el escenario aquel verano de 1992. Seguramente algunos de los presentes la habían aclamado más de 20 años atrás, cuando estaba en la cúspide de la gloria, pero en ese momento ese recuerdo era más borroso que un fantasma. El alcohol que la hizo su presa durante casi dos décadas la había condenado al olvido.

El único que parecía escuchar su voz ronca interpretando Macorina, Amanecí en tus brazos o La llorona era un español que insistentemente se le acercaba y le decía: "Señora Vargas, ¿me haría usted el favor de cantar Las ciudades' de José Alfredo Jiménez?". A pesar de su interés, el hombre no fue complacido, pero se las ingenió para entrar al camerino de la artista. La tomó de la mano y de rodillas le suplicó: "Chavela, vente a España que allá sí te quieren". La propuesta de Manuel Arroyo, un editor de libros, le pareció una locura: ¿quién iba a acudir a un concierto después de tantos años de ausencia? Sin embargo se arriesgó. Este fue el comienzo de la segunda vida de Chavela Vargas, quien dejó las cantinas, abandonó el tequila y resurgió artísticamente al llevar la música popular mexicana a los escenarios más importantes del mundo como el Olympia de París y el Carnegie Hall de Nueva York, donde no necesitan entender la letra de sus canciones para conmoverse con su interpretación. Este mes Chavela, a sus 85 años, vuelve a Colombia invitada por el Festival Iberoamericano de Teatro como parte de una gira mundial de despedida (ver artículo página 132). "Aunque en realidad se está despidiendo siempre, incluso desde que nació", le dijo Arroyo a SEMANA.

"Ella es la encarnación del artista trágico. La gente la admira no sólo como artista sino como ejemplo de vida", continúa Arroyo, productor de cuatro de sus discos. Todo comenzó en 1993, cuando él se las ingenió para organizar una presentación en un pequeño recinto de Madrid llamado Sala Caracol. La propia Chavela era la menos optimista con la idea del regreso pues años atrás, cuando en medio de una de sus borracheras se presentó en un famoso show de televisión en España, cantó tres veces La llorona. Sin embargo el público la sorprendió: no se oyó ni un respiro mientras sonaron los acordes de la guitarra y ella cantaba, pero estallaron los aplausos cuando terminó su intervención. "Era el ritual que había estado esperando, la emoción que soñaba", escribió Chavela en su autobiografía Y si quieres saber de mi pasado. Y así es desde entonces.

Lo de Chavela fue una resurrección. Muchos habían llegado a creerla muerta, a tal punto que la cantante argentina Mercedes Sosa dijo en una presentación: "Si alguien pasa por México, que ponga una rosa de mi parte en la tumba de Chavela Vargas". Faltó poco para que esto fuera cierto. Como había conocido el éxito de la mano de la bohemia, aquel ambiente de los 50 de "la cantina, el tequileo y la pachanga", el alcohol se convirtió en parte esencial de su vida. "Me tomé 45.000 litros de tequila", calcula Chavela y bromea diciendo que con José Alfredo Jiménez, no sólo autor de algunas de sus canciones sino compañero de parrandas, se bebió todo México.

Durante los 20 años que duró en el abismo lo perdió todo. Tuvo que cambiar su enorme residencia en Cuernavaca por un cuarto en la casa de quien fue su empleada doméstica, y llegó a trabajar como albañil para sobrevivir. Esta situación hacía presagiar un final poco digno para alguien que se había convertido en el símbolo del bolero ranchero en México, que se había hecho rica y famosa al grabar alrededor de 400 canciones, que se codeó con estrellas de la talla de Elizabeth Taylor, Grace Kelly y Ava Gardner y quien fue amiga íntima de artistas como Diego Rivera y Frida Kahlo. Un final injusto para una mujer que había sido emblemática por hacer lo que le daba la gana en una sociedad machista, por usar pantalones y pistola sin temor y por no ocultar su condición de lesbiana.

Pero un día el guayabo fue tan fuerte que le dijo a su empleada: "Marta, dame el último trago". Y fue el último. El camino para recuperar su gloria en los 90 fue tan duro como el que tuvo que recorrer desde los años 30 para conocer la fama y el éxito. De su infancia en Costa Rica, país donde nació, no tiene buenos recuerdos. En su familia la tildaban de rara y por eso la hacían a un lado. "Creo que se dieron cuenta de que yo era homosexual desde niña. Entre otras razones porque siempre andaba detrás de la hija de la cocinera", cuenta sin tapujos en su biografía. A su padre lo recuerda como un mujeriego y a su madre, como a una "neurótica hipocondríaca". Su único escape era su sueño de cantar y para cumplirlo, un día tomó un avión a México, país que hoy la considera patrimonio nacional. "Espero que algún día en cada casa de este pueblo haya una puta, una lesbiana y un maricón", sentenció al partir de su hogar.

Sin embargo México no le dio una bienvenida cálida. "Tiene una voz terrible, señorita Vargas", llegaron a decirle. Y mientras se abría un espacio en la escena musical se las ingenió para no morirse de hambre y fue desde cocinera hasta chofer de una familia adinerada. En medio de las dificultades, las cantinas se convirtieron en su refugio y en la puerta al reconocimiento. En una oportunidad fue invitada a la Casa Azul de Diego Rivera y Frida Kahlo, donde se reunía lo más granado del mundo artístico. "Me quitarán de quererte, llorona, pero de olvidarte nunca." dice La llorona, canción que Chavela interpretó para la película Frida, protagonizada por Salma Hayek, y que es un reflejo de su sentimiento por la artista a quien tanto amó. "Mi amiga, mi amada, mi buena Frida", escribió Chavela en el capítulo de su autobiografía dedicado a la pintora.

De ahí en adelante su escenario fueron casas de millonarios y hoteles en Acapulco, el sitio de descanso del jet set de Hollywood de la época. Fue en esta ciudad donde se celebró el matrimonio entre Elizabeth Taylor y Mike Todd, y Chavela fue una de las invitadas. "Fue una pachanga que duró. Porque todo el mundo amaneció con todo el mundo (.) Yo amanecí con Ava Gardner", escribió con la irreverencia que la caracteriza. Con la misma que cuenta que una vez le quitó una novia a su amigo Agustín Lara. Y la misma gracia con que canta Ponme la mano aquí Macorina e insinúa con picardía dónde la debe tocar la morena que protagoniza la canción que la hizo famosa.

Una vida turbulenta que sin duda es la base de su interpretación. "La rareza de Chavela y la falta de amor que, me consta, no siempre la ha rodeado, y ahora no la rodea en absoluto, son elementos que, por vía de la convicción síquica, intervienen poderosamente en su temperamento artístico y ejercen influencia en su estilo, el de la mujer solitaria que sólo dialoga con la tristeza", explicó a SEMANA el intelectual mexicano Carlos Monsiváis, quien la conoce desde 1956. Una vida que ha dado lugar hasta para inventar una leyenda negra que Chavela muchas veces no se molesta en desmentir: que se robó a una mujer a punta de pistola, que por una pena de amor se arrojó por una ventana y de ahí su leve cojera, y que estuvo presa por haber matado a un hombre.

La vida se esfumó y por 20 años sólo quedó la leyenda. Cuando recuperó su conciencia y su pasión por cantar ya tenía más de 70 años. Era otra época. Pero hoy hasta los jóvenes escuchan a esta octogenaria que con su interpretación logra arrancar lágrimas y erizar la piel. Los años la han golpeado con problemas del corazón pero no le han arrebatado la voz. Según los médicos, sus cuerdas vocales son las de una mujer joven.

"Gracias amigos, gracias por estar todavía aquí. Porque. ¿Qué amante espera 20 años?", dijo Chavela durante la primera gran presentación en España luego de su recuperación. Sólo un amante que sabe que no va a encontrar a nadie igual.