Mi papá era un abogado y profesor de Derecho y Ciencias Políticas en Medellín. En esta ciudad lo mataron en 2002; yo tenía 22 años y mi hermano, 27”. Este doloroso episodio marcó la vida de Laura Mora, quien ahora tiene 34 años y es directora de cine. Después de estar fuera de Colombia durante seis años, en una especie de exilio consciente a raíz de la pérdida de su padre, ha vuelto al país para reconciliarse con su historia personal y perseguir un reto que muy seguramente marcará un antes y un después en su carrera cinematográfica: rodar Matar a Jesús, la película que lleva escribiendo más de cinco años, en la que, de manera autobiográfica, cuenta la historia del duelo de una joven de 22 años a quien le asesinan el padre, en una de las calles de una Medellín caótica y convulsionada por la violencia. Pero antes de filmar esa historia, donde van a confluir muchas de sus preocupaciones vitales y su cámara va a poner el ojo y la mente allí, en el año 2002, cuando todo se veía oscuro y sin salida, Laura tiene un sentido de la preparación absoluto: “Todo lo que he hecho hasta ahora lo he hecho para llegar fuerte al proyecto de Matar a Jesús. Todo”.
Mora fue educada en una familia en la que las preocupaciones intelectuales eran fundamentales. Su padre, un abogado y profesor de Ciencias Políticas, amante de la literatura, la filosofía y la música, y su madre, filósofa de profesión y apasionada por el psicoanálisis, le inculcaron un gusto profundo por el debate político y las humanidades, y sobre todo le indujeron un compromiso con la verdad, la ética y la conciencia de vivir en un país maltratado por la violencia y el desorden social. Una educación liberal anclada en valores que parecían ir en claro desacuerdo con una sociedad conservadora como la antioqueña. Y a pesar de la violencia de los años ochenta y noventa en Medellín, su entrañable ciudad, ella siempre experimentó esa fascinación por la calle, por la gente, y entre risas que guardan un profundo sentido de la nostalgia recuerda que su papá supo quién era, cuando a la edad de 13 años ella le dijo que el lugar donde realmente pertenecía era la calle. “Me gusta la energía de la calle en Medellín. Me gusta que es ruidosa, que hemos tenido esa banda sonora tan salsera, tan punkera, me gusta que vos en una noche podés atravesarla, me gusta que podés sentarte en una esquina, horas y horas, matando tiempo, al no hacer nada. Medellín es muy de la anécdota, una cultura oral muy rica. Siempre me ha maravillado”.
Esa fascinación por la ciudad, por sus historias y por la gente que encontraba a su paso la impulsó a que naturalmente encontrara en el cine y en lo audiovisual el dispositivo natural que le permitiría combinar en una técnica narrativa la conciencia realista de un compromiso ético, político y social de su mirada con una libertad creativa para explorar la sensibilidad del ser humano. Fue así como en 2001, decidida a estudiar Cine, viajó a Barcelona para empezar la carrera audiovisual. Sin embargo, su vuelta a Medellín, al año siguiente, fue rápida, dado que España no satisfizo sus expectativas. Pero en Medellín le esperaba un desenlace trágico que trazó una grieta en su existencia, en la de su madre y su hermano: Álvaro Mora, su padre, un educador, un hombre de familia, fue asesinado por un sicario a sueldo a tan solo unas cuadras de donde ella se encontraba. Su relato es estremecedor, marcado por la crueldad de todos los relatos de violencia en Colombia, y su voz parece asentar ese sentimiento de rabia y dolor que la embargó durante mucho tiempo. Esa rabia se tradujo en odio hacia Medellín. Sentía que su tierra y su gente la habían traicionado. Laura subía a los miradores de la ciudad y sentía vértigo al descubrir que esa violencia y esa conciencia de la que tanto se habló en su casa había penetrado en su existencia. La incomprensión, la sed de venganza y las dinámicas absurdas de un duelo difícil de sobrellevar se apoderaron de su vida. Hasta que surgió nuevamente el viaje y decidida cruzó el Pacífico hasta Australia, con la intención de estudiar Cine.
Los primeros años en Melbourne fueron difíciles. Australia era un universo ajeno a ella y diferente a Medellín, en todo sentido, y dado que su experiencia creativa siempre estaba enmarcada en contar historias a partir de entender la realidad, Melbourne se dibujaba confusa e impenetrable para el cine que ella quería producir. Pero nuevamente la calle la acercó al universo que le era natural. Su residencia estaba a pocas cuadras de los edificios “industriales” de Melbourne, del barrio bohemio Fitzroy, y cada día, en su viaje a la universidad, Laura atravesaba esas estructuras, tan diferentes a lo que era la ciudad. Edificios fríos, monocromáticos y altos que contrastaban con la arquitectura horizontal y colorida de Melbourne. Las dinámicas de este barrio no tardaron en inquietar la curiosidad de Laura, quien en medio de este paisaje descubrió un contexto similar al de muchos barrios de Medellín: grupos de muchachos bailando breakdance, recitando historias al ritmo del rap, mc que dictaban la movida musical del momento y un ambiente de inmigración cautivaron su atención.
En medio de estos edificios, Laura constató que la división de clases y la estructura piramidal, tan ajenas a su educación, también existían en una ciudad cosmopolita, donde su ideología política era la democracia y la igualdad de oportunidades. De su relación con ese lugar surgió, en 2008, Brotherhood, su segundo cortometraje después de haber realizado West, en el que cuenta una historia urbana de desarraigo de dos hermanos, uno con una marcada pulsión hacia la vida y el otro, hacia la muerte, quienes, a pesar de haber sido educados en un mismo contexto, un ambiente rudo, como lo es el del inmigrante marginado, se enfrentan abiertamente a la muerte. Y allí se instala una de sus preguntas: ¿Qué pasa cuando el dejar morir al otro se convierte en el acto de liberación y en el acto de amor más grande? Retratar la ausencia, en este caso la de un padre que no se sabe dónde está o qué le pasó, y mostrar el dolor de un duelo son las premisas de este corto, filmado en blanco y negro, que deja entrever un estilo de dirección muy particular. Una marcada preocupación por la fotografía, a cargo de James L. Brown, director de fotografía reconocido en Australia y Asia, y que además será el director de fotografía de Matar a Jesús, un movimiento de cámara libre y descentrado, una música potente que acrecienta el ambiente rapero del lugar, realizada por J’Red, un homenaje a la arquitectura y un retrato de la gente en su ambiente natural confluyen en una historia sencilla, fuerte y cuidada. Brotherhood fue merecedor de varios reconocimientos internacionales y ganador en el In Vitro Visual 2009 como mejor corto de ficción.
En 2010 regresó a Medellín para rodar Salomé, un corto que supuso una reconexión con su ciudad, y una exploración más femenina de su mirada. Laura, sentada en una terraza bogotana, dice que después de este proyecto confluyeron muchos asuntos. Aunque la investigación oficial por la muerte de su padre nunca avanzó, ella convirtió su duelo en el motor para la escritura del guion: Matar a Jesús ganó la convocatoria del fdc 2013 a desarrollo de guion y ahora se encuentra en busca de financiación para su realización, a fines de este año. Dueña de una voz que no deja de preguntarse por la situación de un país que no ha sabido enfrentar sus encrucijadas, insiste en que ella quiere explorar nuestra historia de violencia y nuestro pasado, pues la aproximación del cine no ha sido contundente. Por eso, quizás, cuando el director Carlos Moreno la llamó a codirigir Escobar, el patrón del mal, que contó la vida del capo más sanguinario del mundo durante los años ochenta, no lo dudó. Aunque es consciente de que la serie se merece el éxito que tuvo, también es crítica y piensa que darles un merecido espacio a las víctimas es, a nivel de gramática audiovisual, menos potente que la naturaleza dramática propia de un personaje tan contradictorio como Escobar.
Hace un año, Mora asumió su primer rodaje como directora, por encargo de Laberinto Cine y TV, que la llamó para realizar Antes del fuego, un thriller político sobre los días que antecedieron la toma del Palacio de Justicia, que se estrenó el pasado 6 de agosto, y hoy sigue pensando que ese hecho merece ser debatido una y otra vez hasta que encontremos las suficientes voces para entender la crónica de un asalto anunciado en el que fallecieron 98 personas. Ahora, con la certeza de que encontró el camino después de un duelo largo, ella sabe que debe atreverse a contar Matar a Jesús. “La política me gusta y me gusta estar informada; no creo más en ese discurso que no podemos hablar de nuestra historia de violencia. ¿Cómo así que no? Yo no conozco un día de paz, realmente. ¿Entonces de qué más voy a hablar? Siento que el cine tiene una oportunidad maravillosa”.