Taschen: el arte en el libro
La editorial Taschen es sinónimo de riesgo. También de arte, opulencia, buen gusto, de reglas poco ortodoxas a la hora de editar. Eso la hace única y especial en su campo. También es el resultado de un sueño de hacer accesibles los libros para todo tipo de lectores. Benedikt Taschen, su creador, es un artista para mantener un perfil bajo y proyectar una imagen enigmática en el mundo editorial. Su historia es el reflejo de saber potencializar pasiones adquiridas, no heredadas. Creció en un hogar de la ciudad de Colonia, Alemania, donde constantemente circulaba mucha gente, no precisamente escritores, libreros o editores. Su padre fue un reconocido médico. Varios de sus pacientes canjeaban el costo de la consulta con arte. Así la casa de los Taschen se convirtió en un pequeño museo. Y allí estaba presente Benedikt, sigiloso, callado, atento al movimiento de su hogar y a todas esas piezas fascinantes que iban dando vida a su casa.
A los 12 años se interesó por la obra de Carl Barks, creador del famoso cómic El Pato Donald. Así nació una pasión desenfrenada por la obra del célebre artista estadounidense y de otros creadores como Lauzier y Giraud. En el colegio solía canjear ejemplares de alta rotación en el mercado local por algunos incunables como primeras ediciones numeradas. Pero quien le quitaba el sueño era Barks, así que estudió cada detalle del creador de Rico McPato hasta convertirse en toda una autoridad en el tema. Cuando cumplió 18 años decidió que no iría a la universidad, se dedicaría a un negocio en el cual llevaba varios años pensado: Taschen Comics. Abrió sus puertas en 1980 y se convirtió en un referente en la ciudad gracias a la curaduría y el tipo de libros que allí se vendían. “La obra de Barks fue menospreciada en Alemania y otros países. Para mí fue un genio del siglo XX. Cuando abrí la tienda me di cuenta de que reviví en mucha gente sueños perdidos de la infancia”, le dijo al Hollywood Reporter en 2014.
Las ganancias obtenidas en la tienda las invirtió en arte. Tenía 19 años y atesoraba obras de todo tipo de artistas. Construyó una colección que con los años fue envidiada por coleccionistas de todo el mundo y que fue expuesta en el Museo Reina Sofía de Madrid. “Mi pasión siempre fue el arte. La opción era centrarme en una gama pequeña de artistas que eran los más relevantes, así construí mi colección”. Con la tienda de cómics funcionando, a Taschen se le ocurrió otra gran idea: crear una editorial, pero no sería cualquier sello, sería uno del cual todo el mundo tendría que hablar por revolucionar la industria del libro ilustrado. El primer negocio lo hizo de manera independiente en 1984 con la compra y venta de 40.000 unidades de una monografía sobre Magritte. Ganó suficiente dinero para fundar la editorial.
El primer libro publicado por Taschen fue Picasso, una retrospectiva de la obra del pintor español a cargo del editor Ingo F. Walther. Con ese libro, publicado en 1985, nació la colección de Arte Básico donde se incluyen interesantes monografías sobre Dalí, Monet, Gauguin, Klimt, Modigliani, Van Gogh, entre otros. Colección que estuvo liderada además por Gilles Néret y comercializada por Ludwig Könemann, luego competidor de Taschen. Eran libros de pequeño formato, con 100 páginas a full color, muy bien diagramados y editados, con información destacada sobre la obra de artistas y pintores de todos los tiempos. “Un libro tiene que ser un buen amigo y debe lucir bien. Ese fue el lema de las primeras monografías. No todos los editores se preocupan por este aspecto”, comentó al diario ABC.
Poco a poco los libros de Taschen empezaron a ganar nombre y reconocimiento en el mundo editorial europeo. Aparecieron filiales en Londres, París, Nueva York, Tokio y Madrid. Pero a Taschen le hacía falta un gran escalón para consolidarse a nivel mundial. Sucedió en 1999 con la publicación de SUMO, un libro homenaje al fotógrafo australiano Helmut Newton (1920-2004) y rompió con todos los récords en ese momento por peso, dimensión y precio. Cada ejemplar de los 10.000 que lanzó de esta obra (pesa 35 kilos) se vendió en 1.500 dólares, convirtiéndose así en el libro más caro del siglo XX. “La inspiración para publicar SUMO vino del libro Birds of America, de John James Audubon. No fuimos los primeros en editar libros monumentales, pero sí fuimos los primeros en producirlos con total conciencia del buen uso de la tecnología para el arte y con posibilidades de ser comercializados”.
El abanico de temas de Taschen se fue ampliando con el tiempo y entre sus célebres colecciones se encuentran libros sobre cine, música, cómic, moda, arquitectura, infantiles y sexo, uno de los temas predilectos de Benedikt. Hay varios títulos memorables en la saga de Sexy Books como The Big Book of Pussy, The Big Butt Book y Araki: Tokyo Lucky Hole, uno de los más vendidos. A pesar del éxito de estos libros, solo representan el 5 % en las ventas anuales de Taschen. Parte de este fenómeno se explica en su filosofía. Sin riesgo no hay emoción, mucho menos audiencia. “Nunca voy a poner en riesgo la calidad de un libro por buscar un mejor precio de producción”, le dijo en 2014 al Wall Street Journal.
Hoy Taschen vive en una casa en Los Ángeles que aparece en la portada del libro homenaje al arquitecto John Lautner, pionero en diseños espaciales y poco convencionales. Se llama la Chemosphere, toda una joya en forma de disco octogonal desde la que se puede contemplar toda la ciudad. Duerme tranquilo gracias a un emporio de once librerías en Estados Unidos, filiales en las grandes ciudades del mundo, una galería en Beverly Hills y una presencia global gracias a una apuesta única por legitimar el libro-arte y el arte en los libros.
Taschen publica cerca de cien títulos al año, entre los que se destacan Los archivos de Stanley Kubrick, antologías de fotografía sobre Ingmar Bergman, The Rolling Stones, Pedro Almodóvar, Bob Dylan, David Bowie y Billy Wilder. Una editorial que si bien tiene varios competidores en el mercado como RM, Könemann y Polígrafa, da la sensación de ser el rey absoluto del libro-arte en pequeño y gran formato, pues ha sabido segmentar sus públicos sin ser excluyente. Ha conjugado estrategias de mercadeo para todo tipo de audiencias y ha adaptado sus libros en diversos formatos para que sea el lector quien decida cuánto puede pagar por ellos. El lector tiene la última palabra. La calidad habla por sí sola.
Siruela y Atalanta: los mundos de Jacobo
¿ En qué radica la grandeza de un editor? José Manuel Lara, de Planeta, solía afirmar que el secreto estaba en no confundir su catálogo con sus gustos personales. Otros consideran que un buen editor es quien entiende las necesidades de un público lector, es decir, el que depende de un gran conglomerado para publicar lo que se vende. Pero también los hay intuitivos y sin complejos por mezclar su biblioteca privada con su labor profesional. Este tipo de editor, medio tahúr, medio outsider, independiente, que inspira a seguir sus pasos, es Jacobo Siruela. O Jacobo Fitz-James Stuart Martínez de Irujo, conde de Siruela, tercero de los seis hijos que tuvo la duquesa de Alba. Su labor como editor empezó de una manera muy particular en 1980 con la publicación de un libro que se convirtió en una pieza de lujo para bibliófilos, La muerte del rey Arturo (anónimo del siglo xiii) en edición numerada. Ese libro fue la piedra angular para fundar en 1982 la editorial Siruela.
Criado en palacios suntuosos de Madrid, Jacobo Siruela siempre tuvo claro que quería vivir para y por los libros que le apasionaban. Desde muy joven se dejó seducir por cuentos fantásticos, libros medievales, la obra de Edgar Allan Poe y de Jorge Luis Borges, un personaje que sería determinante en su vida. “De él aprendí que la cultura no se limita a un siglo o a unos pocos países limítrofes, sino a todo el mundo en todas sus épocas”. Tras cursar estudios de Filosofía y Letras en la Universidad Autónoma de Madrid, Siruela emprendió su proyecto de vida con el libro Sir Gawain y el Caballero Verde, libro anónimo del siglo XIV con el que inauguró su memorable y reconocida labor como editor, pues publicó por primera vez en español una de las novelas más importantes del ciclo de libros artúricos.
Al año siguiente creó la colección La Biblioteca de Babel, dirigida y prologada por Jorge Luis Borges. Con su labor editorial, el español buscó recuperar obras desaparecidas de la literatura universal. “Limitarse solamente a los dos últimos siglos es como ver la imagen de la cultura o la literatura en dos dimensiones. En cuanto uno va añadiendo diferentes perspectivas surgidas de tiempos y culturas diferentes, esa misma imagen, al menos para mí, va cobrando más profundidad”, comentó a El País en 2005. Parte del secreto para construir un público seguidor radica en el hecho de haber creado una editorial “con rostro y personalidad”.
Su labor con Siruela fue un constante desafío, sustentado por el ejercicio complejo para conseguir derechos de ciertas joyas que estaban en poder de otros editores de habla inglesa o francesa. Con mucha perseverancia y astucia, fue dando forma a otras colecciones que denotaban su faceta como lector exquisito. Así nacieron las emblemáticas bibliotecas El Ojo sin Párpado –en la que publicó obras de Henry James, Gustave Flaubert, Rudyard Kipling y los dos volúmenes de Cuentos fantásticos del siglo XIX y Cuentos populares italianos compilados por Italo Calvino–, colección que alcanzó a publicar 48 títulos hasta 1993; y la Biblioteca Medieval, que publicó 34 títulos, entre ellos, La muerte de Arturo, de Sir Thomas Malory, Saga de Eirik el Rojo, Ricardo Corazón de León. Historia y leyenda y Parzival, de Wolfram von Eschenbach.
Lo que inició como un proyecto modesto y por el que la crítica española no daba mucho, con el tiempo se convirtió en uno de los casos de éxito más interesantes del mercado editorial de habla hispana. En parte gracias a las ventas del libro El mundo de Sofía, de Jostein Gaarder. Basta con revisar esas ediciones, sin plastificado, cosidas, con tapa dura, papel de la más alta calidad e ilustraciones a todo color. Pero facturar millones de las antiguas pesetas tuvo sus consecuencias. Tras recibir el Premio Nacional de Edición en 2003, Siruela decidió vender el proyecto por el que tanto luchó. “Fundé una editorial porque me gustaba leer, y más tarde vendí mi empresa, en parte, por la misma razón. Porque ya no podía leer todo lo que yo quería y de la manera como quería”.
El español estaba a punto de cumplir 50 años cuando negoció su editorial con Germán Sánchez Ruipérez, dueño de Anaya. Acordó seguir por un tiempo como editor para supervisar algunos proyectos inconclusos. Esta vez lo haría desde su casa en Ampurdán, Cataluña, rodeado de árboles, perros, caballos, un computador y un teléfono. Una mañana decidió retirarse completamente de Siruela, del ruido, del peso de llevar a cuestas un emporio que se le salió de las manos. El ciclo estaba cerrado y su emblemático sello pasó a ser liderado por Ofelia Grande de Andrés, sobrina de Ruipérez. Este proceso supuso dejar atrás colecciones emblemáticas, autores memorables y colaboradores entrañables que desempeñaron un papel crucial en la imagen del sello. Pero para Jacobo Siruela era una decisión sensata y necesaria. Decidió emprender un nuevo proyecto sustentado en la profunda investigación cultural para recuperar la memoria.
Así nació en 2005 Atalanta, inspirado en un mito mediterráneo. El primer libro publicado fue La historia de Genji, de Murasaki Shikibu, inédito en español. Con este, aparecieron tres colecciones: Ars Brevis, Memoria Mundi e Imaginatio Vera. “Aprender a maravillarse de nuevo y aprender a ver las formas viejas con ojos nuevos, en lugar de mirar, como hasta ahora, las formas nuevas con ojos viejos, es la filosofía de Atalanta, de una frase de Gustav Meyrink”, comenta Siruela. Desde entonces ha reivindicado el libro-arte desde la cuidadosa mirada de su fundador, quien lee, edita y revisa hasta el mínimo detalle de cada uno de los libros que salen al mercado. Anualmente publica diez títulos y su catálogo cuenta con más de cien libros. Una joya: la edición bilingüe de los dos tomos de Libros proféticos, de William Blake. Toda una obra de arte que refleja el romanticismo de un editor que supo encontrar en los pequeños detalles el secreto de dos fondos emblemáticos, únicos en la historia del mercado editorial.
*Editor