ChileCarla Guelfenbein nació en Santiago de Chile en 1959.

ENTREVISTA A CARLA GUELFENBEIN

Canta muriendo

Contigo en la distancia, su más reciente novela, consiguió el Premio Alfaguara. Una recompensa que la sorprende en medio de una trayectoria ya probada como escritora. La chilena que cautivó a Coetzee revela cómo la directora de modas de la revista Elle se convirtió en una de las escritoras chilenas más leídas del momento.

Marcelo Simonetti* Santiago de Chile
21 de agosto de 2015

Carla Guelfenbein se acuerda de la foto, descruza las piernas y abandona por unos minutos la entrevista. Me deja solo en el living de su departamento ubicado en el piso 13 de un edificio que se levanta enfrente de la plaza Las Lilas, en Santiago de Chile. Un barrio agradable, lleno de cafecitos, con áreas verdes y una librería que a poco de abrir ya es de culto (Lolita). Es un lindo y espacioso departamento con una impresionante vista a la cordillera –al que se mudó luego de separarse de su marido, quien durante muchos años fue un alto ejecutivo de televisión–. Las telas y las esculturas de artistas modernos, con las que la propia Carla ha decorado su hogar, dan cuenta del buen gusto de quien fue, hasta antes de convertirse en escritora, la directora de modas de la revista Elle

“Aquí está”, me dice trayendo entre sus manos una fotografía tamaño carta que se ha desfondado de su marco. En ella aparece la propia Carla en los días en que era una alumna de La Girouette, un colegio francés, de clase media-alta, con un discurso progresista y aires hippies. Lo importante, en verdad, no es el retrato sino la leyenda que está escrita a mano en el reverso de la fotografía: “No tiene miedo ni a la bala, ni a la bomba, ni al infierno. Canta muriendo”.

Es una estrofa de La canción quiere, compuesta por Alfredo Zitarrosa –el cantautor uruguayo–, intervenida por la madre de Carla, Eliana Dobry. Ahí donde Zitarrosa escribió Canta pudiendo, ella puso Canta muriendo.

“La veo y me emociono –dice Carla–: esa era mi mamá. Una madre que fue socialista e intelectual. Una mujer potentísima. ¡Imagínate!, ponerle a la foto de su hija una frase como esta. Yo no tenía más de 10 años entonces”.

Es una de las pocas fotos que Carla Guelfenbein, 55 años, licenciada en Biología de la Universidad de Essex (Inglaterra), egresada de Diseño de St. Martin’s School of Art, flamante ganadora del último Premio Alfaguara de Novela, guarda de su infancia. El resto desapareció fruto de la humedad y el tiempo, embalado en una bodega de la que sus padres se hicieron poco antes de partir al exilio, en los primeros años de la dictadura. 

Su madre era filósofa y daba clases en la Universidad de Chile. Su padre, arquitecto, trabajó durante el gobierno de Salvador Allende en la construcción de los balnearios populares para la clase obrera; los que, una vez consumado el golpe militar de 1973, serían usados como centros de tortura. Vivieron los primeros años de la dictadura de Pinochet en Santiago, hasta que su madre fue detenida durante tres semanas por los agentes del régimen. 

“Nunca supimos qué le hicieron a mi mamá. Si la torturaron o no. Pero salió mal, muy mal. Después de ese episodio nos quedó claro que no podíamos seguir un día más en el país. Vivíamos muertos de miedo. Ladraba un perro en la noche y pensábamos que venían por nosotros”, cuenta.

Emigraron a Inglaterra en 1977. Su madre –quien la había alentado en las primeras lecturas y celebraba los cuentos que escribía siendo casi una púber– no alcanzó a verla convertida en escritora. Murió a los pocos meses de aterrizar en Londres, a consecuencia de un cáncer. 

“Yo siempre escribí. Sobre todo diarios de vida. Pero no escribía para mostrarlos, sino para preservar ese mundo propio que me había enseñado mi mamá, que era esa cosita cálida, donde encontrabas algo de ti que te emocionaba. Era un ejercicio totalmente íntimo. Recuerdo que mi hermano siempre se las arreglaba para abrir mis diarios, no había candado que se le resistiera, así es que comencé a escribirlos en clave. No tenía que contar lo que había pasado, podía contar otra cosa, pero el sentimiento debía ser el mismo, porque era eso lo que yo quería preservar, la emoción. Sin quererlo, ya estaba haciendo literatura”.

Carla demoró en dar el salto definitivo. Entremedio tuvo incluso una incursión en el mundo de la música, como vocalista del grupo Amereida, que mezclaba los compases andinos con los sones cubanos. Luego de diez años en Inglaterra volvió a Chile. En Santiago formó su familia y tras pasar por algunas agencias de publicidad se asentó como directora de modas de la revista Elle. Pero hubo un momento en que el llamado de la literatura se hizo insostenible. Con poco más de 40 años, renunció a la vida que había llevado hasta entonces y se puso a escribir su primera novela al alero del taller de Gonzalo Contreras –un buque insignia de lo que fue la Nueva Narrativa Chilena–. Poco tiempo después, en 2002, Alfaguara publicaba El revés del alma.

Recuerdo que lo que me animaba en esa primera novela era salirme de los estereotipos. Quería construir personajes reales, que me emocionaran. Escribir sobre la relación hombre-mujer pero retratando a los personajes con todas sus fragilidades y grandezas. Había un vacío en la literatura chilena respecto de ese tópico. Y eso creo que hizo un clic en los lectores”. 

El clic fue un batatazo. El revés del alma estuvo 28 semanas en el ranking de los libros más vendidos. Carla supo que había acertado cuando le dijeron que su novela estaba siendo vendida en las calles en versión pirata. El éxito la tocaba con su varita y no la abandonaría. Si en El revés del alma hacía un fresco de la mujer moderna echando mano a una fotógrafa, a una joven bulímica y a su madre, en La mujer de mi vida (2005) cambiaba el registro para abordar el punto de vista masculino en la relación de tres amigos: Theo, Antonio y Clara. Fue esa la novela, traducida al inglés, que leyó Coetzee y que lo llevó a describir la prosa de la chilena como “sutil, visionaria y humana”. 

En 2008 escribió El resto es silencio, en la que construye una trama en torno a un secreto de familia. Y cuatro años más tarde publicó Nadar desnudas, novela en la que el golpe militar ocupa el telón de fondo.

“Cuando empecé a escribir Nadar desnudas tiritaba. Sentía que era mi proyecto más ambicioso. Cómo iba a narrar una época que era tan delicada para el país. Todos me decían ‘¿Para qué escribes sobre eso?; pero, ¡qué lata!, si eso ya pasó; ¿por qué los escritores chilenos tienen que volver siempre sobre esto?’. Pero no me importaba, me daba lo mismo. Para mí era un desafío gigante. Si hubiera terminado esa novela cerca del plazo de entrega para el Premio Alfaguara hubiera pensado que tenía grandes posibilidades de ganarlo; lo que no ocurrió una vez que envié Contigo en la distancia”, explica Carla.

Los últimos meses han sido vertiginosos para la chilena. Desde que supo que el jurado que presidía el español Javier Cercas –y que integraban Héctor Abad Faciolince, Ernesto Franco, Berna González, Concha Quirós y Pilar Reyes– le otorgó el premio, su vida ha sido subir y bajarse de aviones –ya estuvo en España, Argentina, México, Colombia y Ecuador–, a razón de ocho entrevistas por día. La historia de lo que ocurre en torno a Vera Sigall, una escritora que queda en coma luego de sufrir un accidente, le ha valido la consagración definitiva. 

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¿Cómo nace Contigo en la distancia?

Quería escribir una novela que trabajara el suspenso, una suerte de thriller. No quería nada muy ambicioso, al fin y al cabo un thriller no es algo muy complicado de hacer. Me acuerdo que cuando le conté el argumento a Pablo –Pablo Simonetti, su compañero de armas en la literatura– le dije: “Trata de una señora que se cae por la escalera y pasa toda la novela en coma”. “¿Y después qué?”, me preguntó Pablo. “Ah, no sé”, le dije. Porque al principio era eso no más, no había una ambición mayor como sí había ocurrido en Nadar desnudas, en la que daba cuenta de un momento histórico superimportante para Chile, o en El resto es silencio, que tenía una mirada mucho más profunda. Esta no era una apuesta en grande, pero terminó complejizándose, complejizándose y complejizándose hasta convertirse en la novela más compleja que he escrito hasta ahora. 

(Efectivamente, la novela gira en torno al accidente que sufre la escritora Vera Sigall. Pero esconde muchos más secretos que la resolución del misterio de su caída. Carla aprovecha ese episodio para adentrarse por los laberintos del amor y la mentira; también de las veleidades del talento. Nuevamente la historia se desovilla en torno a tres personajes: Daniel, vecino y amigo de Vera; Horacio, un poeta y examante de la escritora, y Antonia, quien viaja a Chile para trabajar en su tesis sobre los textos de Vera). 

Según has dicho, Clarice Lispector fue fundamental en la escritura de esta novela, ¿por qué?

A Clarice Lispector la leo hace años. Cuando llegué a Europa, a mediados de los setenta, la descubrí y me volvió loca. A partir de entonces ella fue parte de mi imaginario literario, aun cuando mi escritura poco y nada tiene que ver con la suya. Siempre estoy subrayando sus libros, intentando descubrir el misterio de su magia. Cuando leí su biografía me di cuenta de que su vida había sido muy parecida a la de mi familia: sus padres, de origen judío, emigraron de Ucrania de la misma región de la que partieron mis abuelos, y casi al mismo tiempo; la familia de ella recaló en Brasil, la de mis abuelos en Chile. Su madre sufrió mucho en toda esta odisea; fue violada y murió de sífilis, igual que la madre de Vera Sigall. Clarice nunca habló de su historia, ella quiso olvidarse de todo el dolor que había vivido su familia. En ese sentido es parecido a lo que pasó con mis padres. A pesar de que soy judía, no participo de ningún ritual porque de alguna manera ellos también quisieron romper con esa cadena de dolor que vivieron mis abuelos huyendo de los pogrom en Ucrania. Todo esto confluyó para dar forma al personaje de Vera Sigall.

¿En qué pie queda tu carrera tras este premio?

Cuando uno habla de carrera habla de algo superexterno. De partida hablas de alguien que corre y yo no siento que en la literatura esté corriendo en ninguna dirección. Yo voy como una hormiga construyendo una obra literaria y estoy, por la edad que tengo, a mitad de camino de esa tarea. Es un camino que se va abriendo en las exploraciones de prosa, en la posibilidad de crear una obra dentro de la obra. He crecido, porque me fueron apareciendo desafíos complejos a los que reaccioné y de los que salí victoriosa. Pero me queda mucho por mejorar a nivel de prosa, precisión, estructura… ¿Qué me da el premio? Una exposición latinoamericana increíble. Imagínate que en México y en Colombia la novela ya entró en la lista de los libros más vendidos, algo impensado sin el Alfaguara.

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Son cerca de las siete de la tarde y la cordillera comienza a tomar los colores rojizos del crepúsculo. Los alumnos de Carla ya asoman a su departamento, una veintena de proyectos de escritores participan de sus talleres. Al día siguiente, la autora de Contigo en la distancia debe partir a Lima para cumplir con la campaña de difusión de la novela. Antes de despedirnos vuelve a tomar el retrato con la leyenda de Zitarrosa que su madre escribió en el reverso. La lee en silencio, como si esa máxima ya fuera suya, como si supiera que seguirá “cantando” hasta que ya no tenga fuerzas para hacerlo. Es su destino.