Joseph Avski nació en Montería, en 1980.

dos novedades en la filbo

Ganar por nocaut

Por: Francisco Barrios* Bogotá

Con algunos peros, el autor de esta nota reconoce el valor de las obras de Joseph Avski y Luis Miguel Rivas que están buscando escribir lejos de los lugares comunes.

En el siglo pasado, los editores de libros solo tenían que ocuparse de dos formatos: las ediciones rústicas de bajo precio y las más costosas de tapa dura. Pero entrado el siglo xxi, a estos se sumaron los ejemplares usados, que se pueden comprar muy baratos por internet, los libros electrónicos para los distintos dispositivos y los pdf descargables. Además, están las páginas web y los blogs, en los que todos podemos hacernos autores y crear lectores. Este escenario obligó a las editoriales a repensar su producto y su mercado, y tal vez el mejor ejemplo de ello es el portal de la editorial McSweeney’s, fundada en San Francisco en 1998, y que se ha convertido en un referente mundial de cómo sostener los impresos apoyándose en una amplia oferta de productos subsidiarios como camisetas, afiches y agendas (mientras que se mantiene fiel a su premisa de publicar a autores que fueron rechazados por otras casas editoriales). En octubre del año pasado, Dave Eggers, su fundador, anunció que McSweeney’s se transformará en una organización sin ánimo de lucro.

En el mercado hispano, los grandes grupos editoriales parecen no haberse percatado de lo que pasa en el resto del planeta, y, mientras tanto, los lectores nostálgicos de otras épocas se lamentan de que ya no se vea esa nota que decía “Edición al cuidado de”. Creo que tienen razón porque entre las muchas novedades de esta edición de la filbo, por ejemplo, hay dos libros que me habría gustado escribir o al menos concebir, pero cuyas ediciones, a mi parecer, merecieron poco cuidado: ¿Nos vamos a ir como estamos pasando de bueno?, de Luis Miguel Rivas, y El infinito se acaba pronto, de Joseph Avski.

La expectativa que han generado estos dos libros entre los periodistas culturales se deriva, en el caso de Rivas, de que es conocido como bloguero, es activo en las redes sociales y ha escrito buenas crónicas en publicaciones como Bacánika y Universo Centro. En cuanto a Avksi, se debe en parte a que es recordado por una polémica con Alberto Salcedo Ramos, que Arcadia reseñó en 2012. No me parece justo con estos dos autores que la atención por sus libros se derive de ellos, ya que sus textos bien podrían prescindir de sus biografías y más bien contar con buenas estrategias de mercadeo y una edición cuidada.

¿Nos vamos a ir como estamos pasando de bueno? (Seix-Barral) es una colección de relatos en los que convergen la influencia de los medios audiovisuales y nuestra violencia local. Por su parte, El infinito se acaba pronto (emecé) propone un relato paralelo entre la vida de un loco genial y un “loco de mierda”. Los dos libros tienen en común a Medellín como referente, y esto no me parece casual, toda vez que algunas de las propuestas culturales más interesantes de los últimos años en Colombia provienen de esta ciudad (editoriales como Tragaluz, revistas como Odradek, el cuento y eventos como el Festival de Poesía y la Fiesta del Libro, para mencionar solo algunos). Los libros comparten también la ausencia de lugares comunes: no hay por ningún lado un cuento de un profesor que se acueste con una estudiante, ni un monólogo interior de un paramilitar o de un asesino a sueldo. Se parecen también, como ya lo dije, en que sus ediciones casi que los malogran, y esta responsabilidad no recae sobre los autores.

El libro de Luis Miguel Rivas (Cartago, 1969), cuyo título trataré de no repetir mucho, está compuesto por doce cuentos entre los que destaco “La noche de la mitocondria”, porque propone una solución triste a un relato que se anunciaba sórdido; “Esos son los más peligrosos”, porque conjuga acertadamente la vulgaridad del personaje del “traqueto” con el género fantástico; “TQM”, porque el autor se burla de un personaje que bien puede ser un alter ego suyo, y “Ramiro no me mira a los ojos”, porque, con una mezcla de crónica periodística y diario personal, aborda la drogadicción sin compasión y sin celebración. En cuanto al cuento que da título al libro, Rivas recrea el lugar común de la tradicional rumba de oficina de los viernes, pero escapa a la caricatura al introducir efectivamente la fiereza de la violencia callejera. Sin embargo, este relato pierde fuerza por ser el último de la serie, ya que “TQM” y “La Sirena viene hacia mí”, que lo preceden, se valen de recursos narrativos muy similares. Además, la frase “¿Nos vamos a ir como estamos pasando de bueno?” es un chiste que se entiende mejor leyendo el cuento, pero que como su título, y el del libro, es muy largo y parece apto más bien para un espectáculo de stand-up comedy (basta con decirlo en voz alta o transcribirlo más de una vez para darse cuenta de esto). “La mañana del diente de león” y “No me gusta que me miren los niños” son, a mi parecer, escenas de las que se pudo prescindir, no relatos acabados. Tal vez por su trayectoria en medios audiovisuales, Rivas es habilísimo para encadenar imágenes bien construidas sintácticamente, pero adjetivaciones como “escandalosa timidez”, “euforia somnolienta” y “ventanal gigante” son errores, como lo es el oxímoron fácil “brinquitos de adolescente entrada en años” de uno de los personajes. En lo que respecta al diseño de la portada, creo que el libro se merecía algo mejor que una imagen de Shutterstock que muestra un vaso de plástico cuyo contenido –sangre o vino– se riega. Sí, en ¿Nos vamos a ir como estamos pasando de bueno? los personajes se emborrachan y hay sangre y podemos inferir que toman en vasos de plástico, pero no creo equivocarme al afirmar que si este libro hubiera tenido un buen diseño y menos cuentos mejor editados, estaríamos ante un producto final intachable.

El infinito se acaba pronto, de Joseph Avski (seudónimo de José Manuel Palacios, Montería, 1980), no corrió con mejor suerte. El título señala una paradoja pero la gracia de la historia radica en la mezquindad del narrador y en el patetismo de los personajes principales; no hay nada paradójico en sus destinos. A este se le suma una portada, también de Shutterstock, que reproduce al infinito, como en los juegos de espejos, la cabeza de un hombre anodino, cuando en el libro hay muchísimas referencias a lugares tan sugerentes en imágenes como pueden serlo un hospital psiquiátrico, la época de Georg Cantor (1845-1918), que coincide con los inicios de la fotografía, o, para ir más lejos, los diagramas de conjuntos de este matemático, cuyas posibilidades gráficas son, esas sí, infinitas. En lo que respecta al texto, Avski da cuenta de la vida del matemático alemán Georg Cantor, explica sus series numéricas, y alterna esto con la historia de quien se cree su sucesor y no es más que un mitómano exasperante. Pero Avski abusa de recursos como los epígrafes, algo en lo que un editor habría reparado: cada capítulo está precedido de uno (del Antiguo Testamento, de Anaxágoras, de Dante, de Quevedo, de Pascal, de Bruno, de Shakespeare, de Milton, de Dostoievski, de Nietzsche, de Kafka y de Russell, entre otros) y esto no enriquece el relato, sino que lo empobrece porque anuncia un concepto de un autor canónico, que el capítulo no pretende exponer. El autor se vale también del nombre Juvenal Urbino, pero como no hay ningún desarrollo del personaje, lo que tal vez Avski concibió como un guiño o un homenaje a García Márquez termina por ser una referencia gratuita. El autor confundió también el adjetivo “vastedad” con “bastedad”, por lo que Dios, inmenso, termina convertido en un dios ordinario (un disparate en una historia que reposa, en buena medida, en comprender el misticismo de Georg Cantor).

Para escribir este artículo no hablé con los autores ni con las editoriales e ignoro cómo fue el proceso de edición. Como crítico, como lector y como comprador, espero libros cuidados que no precisen de explicaciones posteriores a su publicación. Luis Miguel Rivas y Joseph Avski son dos autores de talento cuyos libros recomiendo leer, pero a ese talento le falta edición y a sus obras les faltó presentación. ¿Cómo se puede mejorar esto? ¿Qué se puede hacer para que los escritores nuevos encuentren los mejores medios para desplegar su talento? Creo que la respuesta la deberíamos buscar en la diversidad del panorama cultural actual: hace años que las universidades ofrecen programas de edición y de escritura creativa. También hay escritores reconocidos que dictan talleres que podrían ser de mucho provecho para los editores, porque en lo que respecta a la literatura de ficción, salvo por dos o tres excepciones, las editoriales independientes se están quedando con los mejores autores a su cuidado, al tiempo que ganan reconocimiento fuera del país. Ojalá que la filbo de este año, además de atiborrar su programación con los lanzamientos de las novedades, proponga también algún taller para las editoriales de cómo hacer su oficio (no uno sobre “el futuro del libro”, cuyas cartas, a mi parecer, ya están echadas).