El paisaje de la carátula es familiar para nosotros pero no tanto para el resto del mundo: una arboleda dominada por la imponente piedra del Peñol de Guatapé, en Antioquia. El repertorio queda establecido en el título: Música para guitarra, de Colombia. Son más de 60 minutos de piezas académicas escritas entre 1967 y 2011, con un fuerte componente folclórico que abarca pasillos, guabinas y porros. La casa disquera que lo publica y distribuye a nivel internacional es Naxos, considerada hoy como la más grande de las discográficas independientes.
Que una grabación de música colombiana esté en el catálogo de Naxos, es relevante porque la marca hace presencia en prácticamente todos los países del mundo gracias a su política de precios bajos. Pero más allá de lo económico, las cualidades de estos cd fueron famosamente enumeradas por la revista Gramophone: “Un catálogo tan amplio como profundo, un equilibrio entre lo familiar y lo obscuro, un estándar de producción que compite con los mejores y una nómina de artistas de talla internacional”.
Y ahí, en el tema de los artistas, es donde encontramos una de las características más curiosas del disco: su intérprete, José Antonio Escobar, es un guitarrista chileno. Escobar se dio a conocer cuando ganó el Concurso Internacional Francisco Tárrega en 2000, y años después lanzó un disco más que esperado, dada su procedencia: Música para guitarra de Chile. Pero, ¿por qué su siguiente proyecto se enfocó en la música colombiana? Desde Barcelona, donde está radicado actualmente, Escobar contestó: “Cuando estaba haciendo el disco de Chile en 2006, el productor Norbert Kraft me ofreció hacer el de Colombia. Yo apenas conocía la “Suite No. 2”, de Gentil Montaña, y había estado una sola vez en el país, así que le prometí que investigaría sobre el repertorio”.
Lo cierto es que el chileno se tomó muy en serio la promesa que le hizo a su productor canadiense. Para llegar a ese disco de antología que es Música para guitarra, de Colombia, se necesitó de trabajo exhaustivo y genuino enamoramiento.
Al principio pensaron grabar solo música de Gentil Montaña, pero posteriores experiencias abrieron la posibilidad de incluir a otros compositores. “Por coincidencia, fue un guitarrista colombiano a Santiago a tomar clases conmigo. Nos hicimos amigos y me recomendó para que me invitaran a un festival de la Escuela Fernando Sor en Bogotá. Ahí comenzó una relación con Colombia y sus guitarristas. Luego me invitaron dos veces a un festival de Ibagué, donde conocí a Héctor González. Él a su vez me invitó a un seminario de guitarra en Cali. Por ahí nos cruzamos con Lucas Saboya, y así fui conociendo la escena entre 2008 y 2011”.
De esa manera, el repertorio terminó incluyendo obras de músicos históricamente consolidados como Adolfo Mejía y Gentil Montaña (quien falleció un año antes de la sesión de grabación), junto con un avistamiento de las nuevas generaciones, representadas por Héctor González y Lucas Saboya.
Uno de los puntos fuertes es la posibilidad de escuchar, por primera vez, la “Suite No. 3” de Gentil Montaña, con un aditamento que el compositor tolimense le hizo al final de sus días. Montaña decidió agregarle un porro a cada una de las suites, antes de enviarlas a la imprenta de la editora Caroni Music, en lo que se considera la versión definitiva de su obra. El porro, nunca antes escuchado, tiene ecos del “Curura” de Toño Fernández (de los Gaiteros de San Jacinto) y es un raro deleite en el ámbito de la guitarra clásica.
Otro momento emocionante del disco es la “Suite Ernestina” del músico boyacense Lucas Saboya, a quien conocíamos como tiplista del trío Palos y Cuerdas. La suite, de 16 minutos, es la presentación en sociedad de su faceta como compositor para la guitarra, ya que según explica, el formato de trío típico (con tiple y bandola) es demasiado local y dificulta que la música se pueda interpretar por fuera de las fronteras. La “Ernestina” a que se refiere el título es su abuela, una costurera que crió seis hijos. A lo largo de la obra es posible dilucidar escenas costumbristas.
El disco se cierra con un preludio (sí, interesante contradicción) del compositor vallecaucano Héctor González. Al final, queda la grata impresión de un intérprete que supo encontrar los diferentes acentos de nuestra música. Uno no esperaba menos de un disco Naxos, pero de cualquier modo el asombro es cabal. No solo atestiguamos una resonancia impecable, sino toda una idea sonora de nuestra identidad. José Antonio Escobar considera que el secreto fue una entrega completa, sin premura de tiempo:
“Colombia es tan diversa, tan vasta, que tuve que investigar, estudiar mucho para entender su música. Ahora, quizás al lado de un alemán o un danés, tengo una mayor cercanía cultural que me ayuda a entender mejor la música de mi continente. Pero fue muy positivo haber ido a esos festivales, haber conocido a la gente, estar ahí. Fue muy importante porque encontré realmente el sabor. No era decir: ‘Me compro unas partituras y a grabar’. No. Para mí era un proyecto de mucho respeto; sabía que iba a llevar el nombre del país y que tenía que hacerlo con mucha responsabilidad”.