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SOPOR I PIROPOS

Es la curaduría, estúpido: una columna de Nicolás Morales

Nicolás Morales
26 de junio de 2018

Casi nadie entiende en Colombia el rol de la curaduría de los eventos culturales. Las y los curadores parecen piezas de segundo nivel, pero muchas veces son el motor del mismo engranaje cultural. En el mundo del arte, nos llevan años luz. El curador o curadora es una autoridad de marca que garantiza el éxito de una exposición (o que la hunde). Es el nombre: sin esa persona casi nada pasa.

El Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias (Ficci) es una buena muestra del poder de la curaduría profesional. El Ficci era antes tan mediocre como lo es hoy el Museo de Arte Moderno de la misma ciudad, tan escaso en público como lo es el Festival de Cine de Laguado. Pero, ¿cómo logró semejante reputación y tal renombre? Con la construcción de un proyecto cultural completo con presupuesto, metas, estructura y, obvio, lo más importante, curaduría.

Probablemente fue Mónika Wagenberg la curadora que inició la trasformación del Ficci, que dejó de ser un evento pintoresco y se convirtió en un festival ‘pro’. Pero quienes lo consolidaron e hicieron de él un festival de referencia fueron Diana Bustamante y su equipo, encabezado por el curador Pedro Adrián Zuluaga. Punto. Este último elemento ha sido determinante para el éxito internacional del festival. En cada versión hay pensamiento cinematográfico, contactos y una manera de estructurar conceptualmente los ciclos de las películas. Es decir, hay curaduría.

Ahora, hay que insistir en la necesidad de no perder el norte curatorial en el Ficci si se quiere que siga siendo notable, con vocación continental. Las cosas no parecen ser tan fáciles con la herencia de esas peligrosas, casi tóxicas, relaciones con RCN. Algo importante: ese festival no le pertenece a su junta directiva, sino que es patrimonial por ley de la República y recibe dinero –y no poco– de nuestros impuestos. Así que debe aceptar que la comunidad polemice sus decisiones y se haga preguntas como dónde está el nuevo equipo curatorial y si este será tan competente como el anterior.

Una postal del pasado Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias. Cortesía FICCI.

Pero nada garantiza que un nivel alto de curaduría perdure. Por ejemplo, el Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá (FITB) patentó un modelo de curaduría exitoso por años, que me pareció muy disminuido en la última versión. Lo que prueba que las cosas pueden decaer. Además, ya no es un secreto que la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FilBo) está opacando al Festival de Teatro, cuando hace unos años el gran evento de Bogotá era su Festival de Teatro. Y en eso tiene que ver mucho el rol de la curaduría y, obvio, las peleas por el poder. Un ejemplo: me asombraron las piezas de publicidad y de apoyo a las obras, pues sus textos eran muy flojos, casi de internet. Ahí es clara la ausencia del curador.

Creo que es a Guido Tamayo a quien le debemos la semilla de una FilBo que pensó por primera vez en armar su componente cultural con curaduría. Antes parecía la feria del libro de Monguí, solo con libros exhibidos y muy pocos eventos. Sus combates permitieron traer a estrellas como Susan Sontag o Ricardo Piglia, montar franjas de escritores y eventos con recordación. Guido fue curador naciente, quizá, pero muy diligente. Diana Rey, a través de la Cámara Colombiana del Libro, entendió que se debía profesionalizar la curaduría de la oferta cultural de la FilBo. Y eso lo hizo con mucho éxito. Después vendrían Juan David Correa y Adriana Martínez, quienes estructuraron las líneas y nutrieron de carne la programación. Y eso fue tan atractivo para un eventual comprador como para el libro mismo. La última versión de la feria, curada por Giuseppe Caputo y armada por Sandra Pulido, fue la mejor de todos los tiempos. Y, sin embargo, todavía creo que las editoriales y el público no han entendido la importancia ni la función de la curaduría, pues Caputo salió de la estructura muy rápidamente. Parece algo menor, pero si lo que queremos son ferias sin programación cultural, lo mejor sería volver a la Feria del Parque Santander, que era gratis.

En definitiva, el asunto de la curaduría es tan importante que justamente de eso se habla cuando se nombran las reputaciones de las instituciones culturales.

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