Home

La Paz

Artículo

En los diálogos en el Caguán los guerrilleros estuvieron siempre armados. | Foto: Gerardo Gómez

ANÁLISIS

De las armas a la política

¿Por qué fue posible firmar la paz con las Farc de Timochenko y no con las de Tirofijo, Reyes y el Mono Jojoy?

24 de septiembre de 2016

Para que las negociaciones entre el gobierno y las Farc pudieran terminar con el acuerdo final que se acaba de firmar en Cartagena, se necesitó no solo que los astros se alinearan, tal y como lo ha dicho varias veces Timoleón Jiménez, Timochenko, sino la conjunción de varios factores. Si algo hoy está claro, es que las Farc del Caguán son muy distintas a las que llegaron a La Habana y a las que acaban de salir como movimiento político de la Heroica.
La primera razón para que el Estado hubiera podido terminar un proceso de paz con las Farc de Timochenko y no con las de Manuel Marulanda radica en que ese grupo se sentó, por primera vez, con la decisión tomada de dejar las armas y convertirse en movimiento político. Algo que no había pasado en los cuatro procesos anteriores, cuando llegaban a negociar con la idea de que si no lograban un gran acuerdo, estaba la posibilidad de que podían tomar el poder por las armas.

Esa idea empezó a consolidarse en la séptima conferencia, realizada en 1982, cuando decidieron pasar a la ofensiva y expandirse por todo el país. Con el paso de los años les favoreció encontrar en los crecientes cultivos ilícitos, el narcotráfico y la economía ilegal, una fuente para financiar la compra de armas y el aumento de tropas y frentes. Esa estrategia pronto les empezó a dar frutos. Sus tomas de bases militares, estaciones de Policía y cascos urbanos, los enfrentamientos, emboscadas, pescas milagrosas, secuestros, extorsiones y atentados a la infraestructura pusieron al país en una compleja situación, lo que les hizo creer que tenían a su alcance tomarse el poder por la fuerza de las armas o en unas negociaciones ventajosas para ellos.

Y tuvieron su mejor momento cuando aceptaron negociar con el gobierno de Andrés Pastrana, en el pico más alto de su historia militar. Una muestra del cambio de entonces a hoy se puede ver en las diferencias en las dos agendas de negociación. La del Caguán, cuya definición tomó casi dos años en medio de la guerra, tenía 12 puntos en los que se incluyeron temas tan espinosos como la explotación y conservación de los recursos naturales, la estructura económica y social del país y las reformas a la justicia, el Estado, las Fuerzas Militares y las relaciones internacionales. “Las Farc creían que con las negociaciones le estaba haciendo un gran favor al gobierno y a un Estado cada vez más fallido”, advierte el historiador y militante de izquierda Medófilo Medina, uno de los primeros en pedirle a ese grupo que dejara la lucha armada.

Pero así como las Farc aprovecharon la zona de distensión para fortalecerse militar y económicamente, el gobierno de Pastrana preparó el Plan Colombia y equipó a las Fuerzas Armadas para combatir a la insurgencia. Ese es el segundo aspecto que explica el cambio de actitud de esa organización. La intensa arremetida de la fuerza pública –y de los paramilitares– terminó por diezmar a las Farc y las obligó a resguardarse en sus territorios ‘naturales’ o más allá, monte adentro, tal y como lo hicieron en los años sesenta tras los bombardeos a Marquetalia. Al verse obligadas por las Fuerzas Armadas a abandonar su ilusión de alcanzar una guerra de posiciones para regresar a ser una guerrilla, se fueron convenciendo de que ya no les era posible llegar a bala al Palacio de Nariño. Pero eso no significaba que estuvieran derrotadas. Las Farc, al contrario de lo que muchos creen, podían haber seguido luchando 20 o 30 años más, dice el politólogo e historiador Fernán González.

En esa ofensiva las Farc también tuvieron que afrontar algo nuevo, que también marcaría el cambio: el relevo obligado de la comandancia. Al deceso natural de Manuel Marulanda se sumaron las muertes en acciones militares de Raúl Reyes, el Mono Jojoy y de decenas de comandantes, llamados de alto valor. Esa estrategia oficial, como dice Teófilo Vásquez, uno de los mayores conocedores del conflicto y de las Farc, terminó siendo más contundente que el Plan Colombia o el Plan Patriota.

La llegada de Alfonso Cano a la máxima comandancia significó un relevo generacional y, si se quiere, el regreso de una facción más política que guerrerista. Si bien muchos expertos y académicos rechazan esa dicotomía, sobre todo en una estructura tan jerárquica y monolítica como las Farc, es evidente que Cano representaba a un grupo de comandantes que no eran campesinos ni habían hecho parte de su fundación. Un conjunto de militantes que, por diferentes razones, habían llegado a la guerrilla desde las ciudades y las universidades de la mano del Partido Comunista. Eso no significa que no fueran troperos, pues como reconoce Humberto de la Calle, Cano y otros comandantes eran tanto o más radicales que los viejos y estaban listos para la pelea o la acción política.

Así como las condiciones de las Farc cambiaron en el país, en el vecindario también hubo transformaciones que la mayoría de los expertos consideran fundamentales. Los farianos empezaron a ver cómo en privado y en público los presidentes y líderes de varios países de centroizquierda les empezaron a decir que había terminado en América Latina el tiempo de la lucha armada, de la violencia, de la toma del poder a la fuerza. Hugo Chávez, en Venezuela; Rafael Correa, en Ecuador; Evo Morales, en Bolivia, y en menor medida Luiz Inácio Lula da Silva, en Brasil, o Néstor Kirchner, en Argentina, quienes llegaron al poder por las urnas y no por revoluciones o golpes, empezaron a insistirles a las Farc que buscaran un camino diferente.

Dos de los mensajes más contundentes vinieron de dos líderes con gran ascendencia y respeto en las Farc: los comandantes Fidel Castro y Hugo Chávez. El primero, en su libro La paz en Colombia –publicado en 2008–, criticó con “energía y franqueza los métodos objetivamente crueles del secuestro y la retención de prisioneros en las condiciones de la selva” y les pidió dejarlos en libertad. El segundo, desde Venezuela, publicó varias veces que los movimientos armados de Colombia deberían reconsiderar su estrategia armada. “Creo que no hay condiciones en Colombia para que ellos, en un plazo previsible, puedan tomar el poder. En cambio, se han convertido en la principal excusa del imperio para penetrar Colombia a fondo y desde ahí agredir a Ecuador, Venezuela, Cuba… Creo que la guerrilla colombiana debería considerar seriamente el llamado que muchos de nosotros le hemos hecho. El mundo de hoy no es igual que el de los años sesenta”.

Era el mismo llamado que muchos miembros de la izquierda, académicos y exguerrilleros les habían hecho, pero al que poco atendían. Pues como advierte el politólogo Alejo Vargas, no es lo mismo que esos mensajes provengan de sus adversarios que de quien uno considera amigo y ejemplo a seguir. Reclamos similares, según el historiador y profesor de la Universidad Nacional Mauricio Archila, expresaron numerosos movimientos sociales que habían entendido que la lucha armada distorsiona y condena la protesta legítima y las reivindicaciones sociales. Por ejemplo, los movimientos indígenas y algunas comunidades afro han tenido duros enfrentamientos con las Farc para que les respeten sus territorios y la autonomía de sus luchas.
Aunque no se sabe si sucedió en la IX conferencia de las Farc, es claro que ese grupo decidió por primera vez negociar de forma sincera para dejar las armas y convertirse en movimiento político. Con Cano comenzaron los acercamientos al final del gobierno de Álvaro Uribe y se concretaron con la llegada de Juan Manuel Santos, un miembro de la elite social y política que les daba más garantías que su antecesor.

Que la salida negociada era una decisión irreversible quedó en evidencia con la caída de Alfonso Cano. En otras circunstancias, la muerte de su máximo comandante hubiera llevado a las Farc a levantarse de la mesa y arremeter con violencia para volver a la mesa fortalecidos. Pero de forma sorprendente, su sucesor, Timoleón Jiménez o Timochenko, hizo lo contrario: decidió seguir adelante con las negociaciones. “Puede que muchos en las Farc no estuvieran seguros de negociar, pero con el tiempo terminaron convencidos”, dice Vásquez.

Y sin lugar a dudas, un factor fundamental para avanzar con las Farc fue la disposición que siempre mantuvo el presidente Juan Manuel Santos, de ponerle fin al conflicto y darles la oportunidad de convertirse en un movimiento político. Mantuvo esa posición pese a las adversidades y complicaciones que se presentaron. A esto se suma la forma clara y estructurada como se construyó la agenda y las reglas de negociación, el acompañamiento internacional y la presencia permanente de los militares en las negociaciones.

Pero así como las Farc que llegaron a Cuba son distintas a las del Caguán, las que terminaron el proceso también son diferentes. Pero esa es otra historia.