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"El hombre que camina" de Franck Maubert es el recomendado de ArteLetra en ARCADIA este mes.

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El artista que intenta lo imposible: "El hombre que camina" de Franck Maubert

Por: Adriana Laganis*

En cabeza de su librera Adriana Laganis y con la participación de la periodista Inés Elvira Lopera, ArteLetra llega a ARCADIA para reseñar y recomendar dos libros mensualmente. Esta es la primera entrega.

Si fuese común que tuviéramos la posibilidad de apreciar el arte como nuestra vida misma, sin pretensión, desde la humildad y la fascinación, no habría duda de que seríamos capaces de moldear una filosofía propia que nos permitiera ser mejores personas por nosotros mismos y para los otros. No en vano la bella literatura, la música y el arte han forjado civilizaciones.

No cabe duda de que El hombre que camina es el maestro mismo en su escultura. Se apresura, con el pecho hundido. Es él. Un hombre sin vanidad. Él es su escultura de 1947, que nació bajo la presión de sus dedos. La reconoció y se reconoció en ella. Avanza, siempre inclinado hacia adelante, con paso decidido y sin embargo lento.

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El hombre que camina progresa sobre una base desnuda y lisa, rotonda y elevada, que parece un sarcófago. Sus pies lo amarran al suelo como un obstáculo. La energía y la dinámica se concentran en el tronco y en los brazos, que lo equilibran al andar. Entonces, ¿por qué son tan pesados los pedestales? Para situar mejor al hombre en el espacio, para lastrarlo frente a la amenaza de la nada: es un hombre en cierto modo perdido, pero que continúa su marcha contra viento y marea.

Franck Maubert, novelista y ensayista francés, hace homenaje a una de las esculturas más bellas y enigmáticas de Alberto Giacometti, El hombre que camina (1947). El libro nos acerca a la historia del artista, a las interpretaciones que intelectuales del momento dieron a la obra. Sin embargo, la interpretación de Maubert parece ser la más bella, amorosa y merecida.

Maubert se permite esa humildad y un serio estudio para describir la filosofía que la escultura misma le inspira. Y es así como relata en el último capítulo su conmovedora presencia en un momento crítico de enfermedad, donde la imagen misma e incluso el artista parecería que lo acompañaban. Algunas de estas interpretaciones se reflejan en los siguientes apartes:

“El hombre que camina eres tú, soy yo, con su cuerpo humano, esquelético, demacrado tal vez, pero en movimiento, con una cabeza que piensa. Por eso nos interpela y nos emociona ese hombre. Por eso la escultura de Giacometti nos representa a todos, lejos de los antiguos, lejos de las estatuas de los parques y las plazas públicas del academicismo decimonónico francés”.

“El hombre que camina es nuestro espejo, pues nos representa a nosotros, con nuestra precariedad, nuestro dolor y nuestra soledad. Giacometti logra hacernos compartir la turbia sensación de lo humano. Esta imagen de fragilidad es la nuestra, es la imagen de cualquier ser y también la del artista que va y viene por su taller. El hombre que camina representa a todos los que lo contemplan. Su marcha lo proyecta hacia una meta desconocida. Esta obra con distintas variantes acompaña al artista hasta el final de su vida. Es su principal preocupación y refleja su gran pregunta… El artista intenta lo imposible: una escultura en movimiento, en una postura inverosímil, con el cuerpo inclinado hacia adelante y los pies anclados en el suelo, en su condición humana, desafiando las leyes de la gravedad”.

“Caminar es ser, es existir, es pensar. Es preciso amar el mundo para recorrerlo, sentirse colmado por lo que se recorre, avanzar y saber detenerse para apreciar lo que uno ve, y reanudar la marcha. Seguir avanzando siempre. En cada paso hay esperanza, una sensación de libertad”.

“La estatuaria dialoga ante todo con el pasado, con los dioses y con Dios, reanudando la ‘vieja relación del hombre con el universo’. Forma parte de la arquitectura, decora, simboliza, ilustra, significa, idealiza, cuenta historias (…)”.

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Los artistas que más admiró Giacometti fueron Tintoretto y Giotto, como también fueron fuente de inspiración las esculturas egipcias, sumerias y bizantinas, “vínculo de origen y pertenencia”. Durante su adolescencia admiró a Rodin. Y es precisamente esta escultura de Giacometti la que se confronta con El hombre que camina (bronce, 1907) de Auguste Rodin.

El hombre que camina
Franck Maubert
Editorial Acantilado (2019) 

 

*Librera de cabecera de ArteLetra