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Francis Bacon (1561-1624)

Aniversario

El proyecto científico de Francis Bacon, 400 años después

En 1620, el filósofo Francis Bacon publicó ‘La gran restauración’, obra que con el tiempo se dio a conocer por el nombre de uno de sus apartes: el Novum Organum. El día de su cumpleaños, Arcadia vuelve a publicar este artículo sobre los aportes de este pensador, uno de los padres de la revolución científica del siglo XVII.

Damián Pachón Soto*
22 de enero de 2021

Lo primero que debe decirse es que La Gran Restauración fue el proyecto de la vida de Bacon, a él dedicó todos sus esfuerzos. Desde su obra temprana el canciller había propuesto una profunda reforma del saber precedente que permitiera un verdadero conocimiento de la naturaleza, conocimiento que produciría un dominio sobre la misma. El fin de ese dominio o imperio humano sobre el universo era satisfacer las necesidades humanas. Por eso, en Bacon, saber y operatividad van de la mano, pues como lo recuerda Antonio Pérez-Ramos en Francis Bacon‘s Idea of Science and the Maker´s Knowledge Tradition (1988): “saber algo significaría hacer o poder hacer algo” o, como se ha vulgarizado, “saber es poder”. Pero, ¿por qué el proyecto se llamaba La Gran Restauración y por qué llegó a conocerse, simplemente, como Novum Organum? Veamos estas dos cuestiones.

Desde su libro The Advancement of Learning de 1605 (o El avance del saber como se ha traducido al español) Bacon expuso que en el Edén el ser humano tenía un conocimiento claro y transparente de la naturaleza, es más, que Adán ya experimentaba, si bien desinteresadamente pues no tenía necesidad alguna que satisfacer. Sin embargo, con la caída este conocimiento se había perdido, la mente del hombre se había empañado, algunas de las leyes de la naturaleza se habían desviado, lo cual explicaba la existencia de ciertas monstruosidades y deformaciones en el mundo natural. Pues bien, el fin de la ciencia era, entonces, restaurar ese saber perdido que tenía Adán al nombrar las cosas según sus propiedades o, lo que era lo mismo, al hacer “ciencia natural”. De esta manera, El Canciller le salía al paso a la iglesia, justificando la necesidad de la investigación científica, pues consideraba que un mayor conocimiento de la naturaleza no apartaba al hombre de Dios, sino que, por el contrario, daba testimonio de su omnipotencia y de su grandeza, acrecentando su fe.

Ahora, para restaurar el verdadero saber natural, se requería, entonces, un nuevo método, la verdadera inducción. Esa inducción no era más que una experiencia reglada, un instrumento, un camino, que atendiera a la naturaleza y que permitiera restablecer el matrimonio de la mente con las cosas o, como él mismo lo expresó: “el matrimonio verdadero y legítimo entre las facultades empíricas y racionales”. Este nuevo método partía de la experiencia, implicaba observación del mundo natural y la experimentación, a la vez que permitía una superación de las viejas filosofías más dadas a las disputas, las argucias dialécticas, al ornamento. Es decir, el Novum Organum, la nueva lógica, la inducción, exigía una superación de la escolástica al uso que repetía el viejo saber y dificultaba la producción de nuevo conocimiento. Y si la mente del hombre, con la caída, también se había empañado, era preciso limpiar el espejo para que pudiera reflejar perfectamente el mundo natural, por eso Bacon expuso la célebre tesis de los ídolos de la tribu, la caverna, el foro y el teatro, que actuaban como obstáculos entre el hombre y la naturaleza, y que dificultaban la producción del saber natural.

El nuevo método o la nueva inducción sistemática y reglada, que atendía a los particulares, y también a las instancias negativas o contra-ejemplos (de ahí proviene la falsación popperiana) permitiría superar los ídolos y descubrir las Formas o verdaderas leyes de la naturaleza. Sin esas leyes, el dominio de la naturaleza, la construcción de obras y artefactos, la satisfacción de las necesidades humanas y hasta el crecimiento mismo del imperio inglés, no serían posibles. En Bacon, la Forma es un concepto difícil, oscuro y con equivocidad semántica, sin embargo, él llega a decir: “La Forma del calor o la Forma de la luz y la ley del calor o la ley de la luz son la misma cosa” (Novum Organum, Libro II, fragmento 17). Por eso, en estricto sentido, el fin de la inducción es el descubrimiento de las Formas o leyes de la naturaleza, sin las cuales “el poder humano no puede emanciparse y liberarse del curso común de la naturaleza y expandirse y elevarse a nuevas actividades y nuevos modos de operar”.

Bacon introdujo una nueva mirada sobre la naturaleza: pensó que lo que el hombre experiencia sobre ella, con sus sentidos, son las naturalezas simples o, en términos aristotélicos, las “cualidades”. Por eso el hombre experimenta lo denso, lo raro, lo caliente, lo frío, lo liviano, lo pesado, lo húmedo, lo seco, etc. La suya era una visión cualitativa, aún, del mundo natural. Por eso, el fin de la ciencia, con el método inductivo, era encontrar las Formas (o leyes) de esas naturalezas simples, su legalidad natural, con las cuales podía acceder a su conocimiento y con él, como lo dice en su utopía La Nueva Atlántida publicada en 1627: “efectuar todas las cosas posibles”. Bacon también propuso una teoría de la materia plegable y flexible, tal como lo ha mostrado la filósofa argentina Silvia Manzo, con la que discutió con el atomismo, y si bien no llegó, como Descartes o Galileo, a la matematización de la naturaleza, si aportó a los debates del siglo XVII que, finalmente, permitieron superar la concepción medieval del mundo y abrir paso a la revolución científica. Por lo demás, su concepto de Forma no equivale al de Platón, Aristóteles o al de la tradición medieval, sino que implica un tránsito hacia una visión más moderna y articulada del mundo natural.

Lastimosamente, la enseñanza en Colombia de la filosofía baconiana es muy limitada y se centra especialmente en el método, la inducción o en la teoría de los ídolos, etc., dejando por fuera el tema de la Forma, su eclecticismo filosófico, su relación con la alquimia y la magia renacentistas, la relación que planteó entre saber, Estado e imperialismo, su teoría de la materia, entre otros aspectos. Esto tiene que ver- y con esto respondo la segunda cuestión- en que se privilegia el estudio del Novum Organum, el cual era tan sólo la segunda parte de un proyecto mayor que constaba de seis, tal como aparece en los planes iniciales de la obra, donde claramente se enumeraban sus partes:

1: Divisiones de las ciencias.

2: Novum Organum o directrices para la interpretación de la naturaleza.

3: Fenómenos del universo o Historia Natural y Experimental para la fundación de la filosofía.

4: Escala del entendimiento.

5: Pródromos o Anticipaciones de la filosofía segunda.

6: Filosofía segunda o ciencia activa”.

De esta manera, en las ediciones posteriores a 1620, la parte sustituyó al todo, y el Novum Organum pasó a ocupar el nombre de La gran Restauración, limitando y condicionando de cierta forma la comprensión del fragmentario e inacabado corpus baconiano.

Novum organum scientiarum, 1645, por Francis Bacon (1561-1626). Imagen: Houghton Library

En la segunda edición de la Crítica de la razón pura (1787) Inmanuel Kant reconoció la importancia de Bacon para el progreso de la ciencia moderna y la revolución del nuevo conocimiento, igualmente, Voltaire lo llamó “el padre de la filosofía experimental”. Su obra, pues, ha sido fundamental para la modernidad y avizoran gran parte de los logros modernos, pues su pensamiento ayudó a configurar la modernidad técnico-científica en la que aún vivimos. Bacon prefiguró el avión, el teléfono y pensó en sociedades altamente tecnificadas con todas sus necesidades satisfechas.

Lo anterior es claro en un folio titulado Magnalia Naturae donde plasmó algunos de los objetivos de su ciencia activa o “magina natural” en los siguientes términos: “La prolongación de la vida, la restitución de la juventud en algún grado, la curación de las enfermedades consideradas incurables, la mitigación del dolor, modos de purgarse más fáciles y menos desagradables, el incremento de la fuerza y de la actividad, el incremento de la habilidad para sufrir tortura y dolor, la alteración de la complexión, de la gordura y la delgadez; la modificación de la estatura, la modificación de las características físicas, el acrecentamiento y la exaltación de las capacidades intelectuales, el trasplante de cuerpos dentro de otros cuerpos, la creación de especies nuevas, el trasplante de una especie dentro de otra especie, la creación de instrumentos de destrucción, así como de guerra y venenos; la aceleración del tiempo de maduración […]; aceleración del tiempo de la germinación”.

Como puede verse, muchos de estos proyectos se han realizado, pero otros se mantienen como utopías científicas. Hoy, 400 años después de publicado en Novum Organum no se puede olvidar que Bacon no sólo reavivó el debate sobre la inducción y criticó la vieja lógica escolástica, fue pionero, junto con Montaigne, del género ensayo, sino que planteó la necesidad de que el Estado financiara la investigación científica y la inversión en la investigación para el progreso, promovió la creación de sociedades científicas, lo cual, años después de su muerte, tomó forma en la Royal Society y las Academias de Ciencia en Europa; alentó la recolección y sistematización de las historias naturales y la creación de Enciclopedias tal como lo reconocieron D‘Alembert y Diderot; y fue plenamente consciente del papel social que jugaba el conocimiento.

Son estos aportes los que ameritan este reconocimiento cuatro siglos después de la publicación de su obra cumbre.

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