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La ley del deseo

Siempre se sintió marginal por su condición de homosexual. Provenía de una familia del sur de Estados Unidos y la culpa lo persiguió durante toda su vida. De su obra más famosa, Un tranvía llamado deseo, tomó una frase prestada que lo definió: Blanche Dubois c’est moi.

Luis Fernando Charry
15 de marzo de 2010

El dramaturgo norteamericano Tennessee Williams dijo alguna vez: “La vida está muy bien escrita, excepto el tercer acto. Es cierto que en el tercer acto uno se beneficia de las experiencias de los dos primeros; el problema es cómo termina”. En su caso, el tercer acto no terminó bien. Aunque tuvo una cierta armonía dramática con los dos anteriores.

Conflictivo y alcohólico, homosexual confeso, adicto a las pastillas e hipocondriaco, Tennessee Williams –nombre artístico de Thomas Lanier Williams– nació en Columbus, Mississippi, el 26 de marzo de 1911, y murió solo, rodeado de cuatro botellas de vino y pastillas varias (la autopsia reveló que se había tragado una tapa de plástico de un frasco de seconal), en la habitación 1302 del Hotel Elysse, en Manhattan, Nueva York, el 28 de febrero de 1983.

El cambio de nombre, según Lyle Leverich, autor de Tom: The Unknown Tennesse Williams, tuvo al parecer un origen fraudulento: a los veintiocho años, Williams se presentó a un concurso literario (“Tennessee” era el seudónimo) para menores de veinticinco, donde se llevó el primer lugar, cien dólares de recompensa y de paso el nombre con el que se convertiría en toda una celebridad de las letras. En ese entonces ya había sobrellevado con éxito algunas tragedias privadas: la ausencia de su padre (un vendedor de zapatos, alcohólico y violento, con un espíritu adúltero, que se había marchado cuando Williams acababa de cumplir siete años); una difteria que por esa misma época lo tumbó dos años en una cama; y una educación marcada por el puritanismo del sur norteamericano, donde la figura de su abuelo materno, rector de la iglesia episcopal, jugaría un papel determinante.

En el terreno del aprendizaje, la culpa también tendría un papel significativo. En este sentido, el escritor norteamericano Gore Vidal señala: “Puede que Williams no creyera en Dios, pero sin duda creía en el pecado. Llegó al sexo nervioso y relativamente mayor: a los veinte años. Sus primeras experiencias fueron heterosexuales; luego se decantó por las relaciones homosexuales, que tuvo con muchas personas durante muchos años. Si bien nunca cuestionó que lo que le gustaba hacer era totalmente natural, se vio obligado a cargar con la habitual cuota de culpabilidad de cualquier hombre de su tiempo, procedencia y condición (clase media baja, blanca, protestante y anglosajona, división de amanerados sureños). Al final sufrió un complejo de ser diferente, que no deja de ser útil a un escritor”.

Con el tiempo, Williams dejó atrás los años tormentosos, los mismos que más tarde retomaría para hacerlos parte esencial de su obra. Entró a la Universidad de Missouri y escribió su primera obra, Cairo, Shanghai, Bombay!, representada por primera vez en Memphis. Luego se trasladó al barrio francés de Nueva Orleáns, donde se entregó por completo a la escritura de diversos géneros. En Tennessee Williams: An Intimate Biography, de Dakin Williams y Sheperd Mead, hay abundante material sobre aquellas jornadas nocturnas propicias para la creatividad y el buen vino tinto y de las cuales ha sobrevivido un poema, “Canto azul”, escrito por Williams, y recuperado por el profesor de arte Henry I. Schvey: “Estoy agotado. / Estoy agotado del discurso y de la acción. / Si me encuentras en una / calle, no me interrogues porque / sólo puedo decirte mi nombre / y el del pueblo en / donde nací. Y hasta ahí. / No importa ya si mañana / llegará. Si queda / solamente esta noche y luego / si es de día, no importa ya. / Estoy agotado. Estoy agotado del discurso / y de la acción. En el interior de mi corazón / hallarás un pequeño puñado de / polvo. Tómalo y sóplalo / al viento. Deja que el viento lo tenga / y se encargará de hallar el camino a casa”.

Después de esa temporada en la meca del jazz, Williams se mudó a Hollywood. Se vinculó con la Metro Goldwyn Mayer e hizo algunas adaptaciones cinematográficas exitosas. Por aquellos días –la noticia le llegaría a Williams mucho más tarde y sería el motivo por el cual ya nunca se reconciliaría con su madre–, Rose Williams, la hermana menor del dramaturgo, volvió a padecer trastornos de esquizofrenia. Desde hacía varios meses estaba internada en un hospital y al parecer las cosas se estaban saliendo de control. Así que Edwina Dakin, la madre de Tennessee y Rose Williams, firmó la aprobación. A la mañana siguiente la sometieron a una lobotomía bilateral prefrontal.

La enfermedad de Rose atormentaría a Williams hasta el final y sería la fuente de inspiración de la adolescente en El zoo de cristal, una obra donde aparecen muchos de sus temas recurrentes, enmarcados en el retrato de una familia sureña en decadencia: la madre dominante y nostálgica (inspirada en la señora Dakin), la hija lisiada que no podrá cumplir el sueño de su madre de verla casada, y el hijo que se evade de la atmósfera familiar recluyéndose en una sala de cine.

El zoo de cristal también sería el arranque estelar del autor dentro del teatro norteamericano, donde llegaría a sobresalir incluso por encima de figuras como Eugene O’Neill o Arthur Miller. “Tennessee fue un marginado de la sociedad; sentía que, por su condición de homosexual, se le tenía por objeto de burla. Lo más importante para él era su trabajo. Por la mañana se levantaba muy inseguro sobre sí mismo, pero si conseguía escribir una bella página, o aunque solo fuera un párrafo o una frase, empezaba a sentirse alguien. Hacia el almuerzo se sentía bastante eufórico acerca de su persona”, dijo en alguna ocasión el director de cine Elia Kazan, responsable del montaje de cuatro obras de Williams y de la dirección de dos películas, Baby Doll y Un tranvía llamado deseo. Es en esta última donde aparecen de nuevo los rasgos autobiográficos del autor, esta vez en el papel de Blanche (como Flaubert con Madame Bovary, Tennessee Williams llegó a decir: Blanche du Bois c’est moi), una mujer de origen sureño, partidaria de la nostalgia, con un secreto a cuestas difícil de cargar.

“La aflicción personal es tal vez el mayor tema de mis escritos; la aflicción de la soledad que me sigue como una sombra, una onerosa sombra demasiado pesada para transportarla a lo largo de todos mis días y todas mis noches”, confesó el autor de Un tranvía llamado deseo, obra por la que recibió el primer Premio Pulitzer de su carrera en 1948; el otro sería por La gata sobre el tejado de zinc caliente en 1955.

Con todo, Tennessee Williams dejó un puñado de piezas inmortales y demostró una vez más que las tragedias privadas, puestas al servicio del arte, casi siempre podrán acercarse a la excelencia literaria.

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