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Foto: Carlos Bernate | Foto: Carlos Bernate

Libros y Ferias

La reinvención digital de las ferias del libro

Viajar y leer ha sido, desde siempre, un binomio ideal en el enriquecimiento intelectual individual y, hasta principios de este año, las innumerables ferias del libro repartidas por el mundo permitían aunar estas dos actividades.

Marta Magadán Díaz*
27 de octubre de 2020

Qué amante de los libros y los viajes no consideraría, bajo cualquiera de ambos pretextos, la posibilidad de acercarse a Australia y asistir al Festival de Escritores de Byron Bay, dejarse caer por Indonesia para conocer el Festival de Lectores y Escritores de Ubud, o tomarse un tequila y disfrutar de un mariachi antes, durante o después de conocer la tan impresionante Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, en México. La lista de países y ciudades es, como todo buen menú, larga y estrecha.

Pero las ferias tradicionales estaban hechas para verse, tocarse, negociar, comerciar y traficar con papeles llenos de ideas, de historias, de pensamientos, de sentimientos. De hecho, una buena feria es como un aquelarre en torno al dios de la imaginación.

Todos los eslabones de la cadena solían tener su espacio y sus personajes: librerías, editoriales, autores y lectores. De ahí su importancia para las industrias editoriales y las artes gráficas: promocionar nuevas obras y autores, comerciar con los derechos de autor, abrir nuevos caminos para que circulen las ideas o, dicho en términos académicos, desarrollar nuevos canales de distribución y conocer y adaptarse a las necesidades del cliente (lector).

El impacto económico

Las ferias A.C. (Antes de la Covid) tenían un impacto económico muy positivo sobre la ciudad donde se realizaban, o sea, propiciaban efectos derrame sobre sectores de actividad como el transporte, la hostelería y el turismo, entre muchos otros. Sirva de ejemplo lo que supone la FIL de Guadalajara para el Estado de Jalisco: más de 330 millones de dólares anuales repartidos a lo largo y ancho del territorio.

Las ferias eran todo esto y mucho más: situar en el foco global lugares, espacios y culturas. La FIL, por ejemplo, reunía en cada una de sus ediciones cerca de dos millares de sellos editoriales provenientes de medio centenar de países y, en Europa, la Feria del Libro de Frankfurt alcanzó en 2019 las nada desdeñables cifras de 7 450 expositores, 302 207 visitantes, 4 000 eventos y la cobertura mediática de unos 10 000 periodistas. Dos buenos botones para una muestra de lo que significaban las ferias A.C.

El brutal golpe de realidad que estamos viviendo hace que las ferias D.C. (Después de la Covid) se hayan redefinido: han transustanciado el pan en vino, lo analógico en digital. Pero esta metamorfosis, según desde que perspectiva se analice, puede verse lógica o antojarse kafkiana.

Menos costes, más visibilidad

Las ferias virtuales ofrecen una mayor visibilidad a los pequeños sellos editoriales que en tiempos A.C. no podían asumir costes de desplazamiento –personal, autores y libros–, estancia y manutención. Desaparecen así las barreras físicas para todos los implicados en la cadena del libro. Una cadena, desencadenada en lo virtual, que reduce costes y concentra esfuerzos por salir adelante.

Con la ruptura de las barreras físicas y geográficas, cualquier lector, sin importar dónde se encuentre en ese determinando momento, podrá acceder, por obra y gracia de Internet, a cualquier feria virtual del libro y, entre otras cosas, deleitarse escuchando a sus escritores favoritos.

Lo kafkiano se encuentra en aquellos otros negocios que representaban el coste para los eslabones de esta cadena: no se viaja, no se transporta, no se hospeda, no se come y no se compran souvenirs.

Una reinvención contrarreloj

La primera Feria que se enfrentó a la nueva realidad y digitalizó su modelo fue la Feria Infantil de Bolonia. Aunque debería de haberse realizado entre marzo y abril, fue en el mes de mayo cuando paso a ser digital. En Latinoamérica, fue la feria del libro de Bogotá (FILBO) la que se reinventó contrarreloj.

Las ferias virtuales han llegado para quedarse pero, lejos de ser un sustitutivo tan cercano como perfecto, a largo plazo –es decir, sin mascarillas ni geles hidroalcohólicos por medio– resultarían más bien un complemento, hoy indirecto pero mañana directo, para un futuro de la industria editorial donde podamos alzar la voz y parafrasear a Atahualpa Yupanqui:

A qué le llaman distancia

Eso me habrán de explicar.

Solo están lejos las cosas

Que no sabemos mirar.

*Marta Magadán Díaz es profesora acreditada por ANECA como Contratada Doctora en UNIR, UNIR - Universidad Internacional de La Rioja

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