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Manuela Espinal Solano. Foto: cortesía Angosta Editores.

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Manuela Espinal, la joven de 18 años que Héctor Abad publicó en su editorial

‘Quisiera que oyeran la canción que escucho cuando escribo esto’ es la segunda novela de Angosta, el nuevo proyecto del escritor antioqueño. Su autora todavía no ha terminado el colegio.

Daniel Rivera Marín
2 de diciembre de 2016

Manuela Espinal Solano tenía cuatro años cuando escribió su primera canción. Era un breve saludo para una clase de música que daba su mamá: “Hola amigos, bienvenidos a jugar, a aprender muchas cositas y también a disfrutar”. En su casa la música crecía como las plantas: Manuela veía a sus abuelos cantar, a su mamá cantar, a su tía cantar e iba grabando melodías que se le ocurrían de repente. Quería ser una cantante, sospecharon todos. Cuando nació su hermana, tres años menor, pasó lo mismo: todos vieron en esas vidas el futuro prometido de una fama portentosa. Pero uno es hijo, sobre todo, de uno mismo, y no de lo que hereda. Manuela Espinal Solano hoy tiene 18 años y Angosta Editores -la editorial de Héctor Abad Faciolince- publica su primera novela, Quisiera que oyeran la canción que escucho cuando escribo esto, que trata, sobre todo, del rechazo a un don. 

La narradora de la historia, que tiene muchas cosas en común con Manuela, cuenta con un tono reposado cómo es vivir en una casa donde la música es una condena, el castigo dulce que ha recibido una familia que no tiene ni quiere más opciones para vivir, hasta que la tercera generación se tuerce en el camino y dice: ‘canto en lo íntimo, llevo una voz que me guardo’. La hija mira a su abuela y a su madre con distancia perpleja, duda de las intenciones de ellas, de esa pequeña fama, de esa gloria, de esa pasión, pero nunca del talento. La novela está ahí para confirmar la tesis de que la misión de todo hijo es defraudar a sus padres. La prueba está cuando la protagonista, siendo un niña, tuerce el curso en el colegio porque se niega a cantar, se niega las actividades artísticas que su profesora le encomienda en clase, Entonces la madre, al darse cuenta, la castiga privándola de un concierto. La música como castigo, como retaliación.

Pilar Solano, madre de Manuela, tan parecida en ciertas cosas a la madre de la narradora, cantante de orquestas varias como La Sonora Dinamita, cuenta que su hija empezó a escribir muy pequeña, sin embargo lo que siempre hizo -guiada por la rutina- fue cantar. Pilar todavía guarda las historias de dos líneas que su hija escribía siendo una niña: “Érase una abeja / coja de una oreja”, “Érase una vez un caimán / ¡Uuuuy por Dios, no sigas! / ¿Se los comió?”. Sin embargo Manuela no ve en eso un antecedente de su novela: “Yo quise participar en un concurso de novela juvenil, y quise escribir sobre lo que he vivido, sobre la música y cómo en este momento de mi vida decido que no quiero estudiar eso, que nunca he querido cantar en público, que la voz para mí es muy íntima. No gané el concurso, después Héctor Abad leyó la novela, le gustó y me propuso publicarla”.

En una de las partes más íntimas de la novela, la narradora se pregunta cómo sería para un niño cualquiera despertar y ver eso que ella tiene ahí a la mano: un trío ensayando en la sala de la casa con rutina religiosa, una hermana que no para de cantar todo el día y que timbra en las notas altas con facilidad pasmosa. En ese momento reconoce que a veces tiene ensoñaciones con la fama fácil, entonces canta por su habitación -cepillo en la mano haciendo de micrófono-, pero es un sueño demasiado esquivo, que le puede, que sabe que le ha traído dolor a su familia. Dice en el texto: “Soy yo, desde adentro, queriendo ser la estrella que ellos intentaron ser. O son ellos los que me acostumbraron, me entrenaron, para ser la estrella que ninguno de ellos pudo”.

El libro es un mazazo a los sueños adolescentes, a los sueños que todos tenemos y que cambian muy poco con el pasar de los años, esos mismos que se vuelven frustración, que quedan fijos en momentos de la vida como banderas de mundos que no conquistamos. José Ardila, el editor de Angosta, comentaba alguna vez que era muy raro ver una prosa con tanta fuerza y lucidez en una persona de 18 años, y tiene razón. Cuando Héctor Abad leyó el manuscrito, esa misma noche tomó el teléfono y llamó a Manuela, quiso comprobar de qué estaba hecha esa mujer, esa muchacha, que había escrito una diatriba contra su propia vida, contra su madre, contra el orden establecido de su mundo. Quizá dudo un poco de la procedencia de ese libro, pero esa noche comprobó que a sus manos había caído una pequeña joya que no podía dejar pasar así.

*El lanzamiento de Quisiera que oyeran la canción que escucho cuando escribo esto se realizará el martes 6 de diciembre en el café del Teatro Pablo Tobón Uribe de Medellín a las 7 de la noche.

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