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El Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, habló con Arcadia sobre su pasión por Onetti.

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Un autor en busca de otro

Huraño, fumador, solitario, ese era Juan Carlos Onetti, acaso el menos leído de los escritores del boom. Con una particular generosidad intelectual, Vargas Llosa lo consagra en su último libro. Entrevista a Vargas Llosa desde Lima.

Luis Fernando Charry
15 de marzo de 2010

Mario Vargas Llosa ha tenido una estrecha relación con el ensayo. Desde García Márquez, historia de un deicidio, pasando por La orgía perpetua (sobre Gustave Flaubert), o La tentación de lo imposible (sobre Víctor Hugo), estos títulos son tal vez la muestra más representativa de su incursión en el género. A la anterior constelación de figuras habría que sumarle ahora el nombre de Juan Carlos Onetti (Montevideo 1909 - Madrid 1994), autor de la famosa saga de Santa María, compuesta por novelas tan significativas como La vida breve, El astillero y Juntacadáveres. Pesimista de largo aliento, mujeriego y fumador, defensor de la lectura de novelas policíacas en la cama, Onetti también alcanzó la sabiduría narrativa en el cuento, donde al menos ha dejado tres obras maestras. Oscuro heredero de William Faulkner y Roberto Arlt, Onetti es uno de los escritores más respetados (y desconocidos) que ha dado la literatura latinoamericana en todos los tiempos, y su figura y su obra son el tema central de El viaje a la ficción, la última entrega de Vargas Llosa, cuyo olfato analítico se mantiene intacto y nos recuerda al de los mejores detectives. Arcadia lo llamó a Lima antes del lanzamiento de su más reciente libro.

Se sabe que su idea de escribir un ensayo sobre la obra de Onetti nació en un curso que usted dictó en Georgetown University hace tres años. Pero en 1967 usted ganó el Rómulo Gallegos con La casa verde y Onetti fue finalista con Juntacadáveres. ¿Lo leyó en ese entonces? ¿No estaría ahí el gérmen de la idea inicial?

Es lo más posible. Yo recuerdo que leí a Onetti a mediados de los años sesenta. A mí me impresionó mucho desde los primeros cuentos: me pareció un magnífico escritor, sobre todo muy moderno, con un gran conocimiento de la literatura contemporánea. Desde el primer momento me pareció un escritor muy personal, muy interesante. La verdad, lo he venido leyendo desde entonces y siempre tuve la idea de leer algún día de corrido toda la obra porque estaba seguro de que esa obra, leída así, se enriquecía por la unidad que tenía, por el hecho de que había tanta interacción entre las historias.

Tanto La casa verde como Juntacadáveres giran sobre el tema del prostíbulo. Dice la leyenda que Onetti habría dicho que era normal que usted ganara porque su burdel tenía orquesta y el de él no. ¿Por qué cree que el humor de Onetti, que era una constante en su vida, pasa casi desapercibido en sus libros?

Onetti era muy tímido, pero al mismo tiempo podía ser muy cáustico y tenía esas salidas de humor un poco punzantes, normalmente muy ingeniosas y muy divertidas. En sus libros el humor aparece, pero de una manera excepcional; es un humor tan negro, tan ácido, tan amargo, que no parece humor sino sarcasmo.

Y su visión del mundo no era menos negra…

Su visión de la realidad era muy pesimista. Su entusiasmo, más bien, se volcaba enteramente en la literatura; la literatura sí lo exaltaba de una manera extraordinaria porque su verdadera vida era escribir. Lo que estaba fuera de la literatura lo intimidaba, lo decepcionaba, le producía un infinito asco. El mundo no solo le parecía mal hecho, sino sin remedio, sin posibilidad de compostura, y eso es lo que transpira su ficción.

Onetti se concedía a sí mismo muy poca importancia. ¿Esto acaso se manifiesta en los escasos elementos autobiográficos rastreables dentro de su obra?

Era una persona muy modesta. No tenía ningún apetito por la fama, por los premios, y la prueba es que jamás se preocupó por ser bien publicado. Los elementos autobiográficos efectivamente están ahí, pero de una manera muy críptica.

Faulkner y Roberto Arlt fueron dos influencias decisivas en Onetti, ¿pero cuál de los dos tuvo una influencia más perdurable?

El mundo de Arlt, un mundo visionario, desmesurado, un poco enloquecido y compuesto por seres marginales, completamente al margen de lo convencional, de lo establecido, era un mundo que a él le atraía enormemente. Por eso sintió siempre mucha simpatía por Arlt, siendo Arlt un escritor mucho más caótico, mucho menos sórdido, mucho menos culto que Onetti, que sí tenía una gran cultura literaria. Pero la gran influencia es Faulkner. Eso lo dejó dicho él mismo en muchos artículos. El descubrimiento de Faulkner fue algo que lo deslumbró; le enseñó qué clase de escritor quería ser. Esa es la lección que aprendió de Faulkner, como también es la lección que aprendió toda la generación de Onetti y la de después. Es una generación que no hubiera escrito lo que escribió sin el ejemplo de Faulkner, que es el escritor, probablemente, que ha repercutido más en la narrativa del mundo, y, por supuesto, en la de lengua española.

Aparte de la influencia directa de Faulkner, ¿cuáles serían los puntos de contacto entre el Macondo de García Márquez y la Santa María de Onetti?

Lo que tienen en común es que ambos son herederos de Yoknapatawa County, lo que de ninguna manera les resta originalidad. Ambas obras (Macondo, en García Márquez, y Santa María, en Onetti) giran alrededor de ese núcleo, y eso establece una especie de parentesco entre todo lo que escribieron, incluso en obras que no están explícitamente situadas en esos lugares. Por otro lado, son muy distintos en muchas cosas: en el lenguaje, en el humor, en la fantasía; García Márquez es fantasioso y Onetti es reconcentrado, gris, mucho más psicológico que García Márquez.

Hay tres cuentos de Onetti —“El infierno tan temido”, “Bienvenido, Bob”, “Un sueño realizado”— que usted califica como obras maestras. ¿Qué le llama más la atención del Onetti cuentista, y, sobre todo, de “El infierno tan temido”?

La economía de palabras, la precisión. Creo que en estos cuentos mencionados alcanzó una maestría absoluta. “El infierno tan temido” es un cuento maravilloso, quizás el cuento más extraordinario que se ha escrito en español. Es un cuento de una complejidad, de una profundidad, que al mismo tiempo lo puedes leer como una historia detectivesca. Es un cuento que siempre te va inquietando porque descubres que detrás de esa historia un poco truculenta hay algo muchísimo más complejo. Yo creo que es una de las historias sobre la noción del mal más perfectas que he leído.

La vida breve fue el gran salto de Onetti en su carrera literaria. ¿Cuál es la importancia de esta novela que apareció en 1950, casi diez años antes que las grandes novelas inaugurales del boom, y ha pasado más bien sin pena ni gloria?

Desde un punto de vista cronológico, yo diría que es la primera novela moderna que se escribe en lengua española. Ni siquiera en España hay una novela comparable en 1950. Si uno hace un ranking de las cinco mejores novelas que se han escrito en lengua española en el siglo XX, sin ninguna duda pondría a La vida breve. Es un libro extraordinario, que incluso hoy en día no ha sido apreciado como lo que es porque es una novela enormemente compleja, original, sutil, conmovedora en muchas páginas y al mismo tiempo una novela difícil de abarcar en su totalidad porque está llena de insinuaciones, resonancias misteriosas que probablemente ni siquiera el propio autor tuvo conciencia de ellas.

¿La privacidad ejemplar de Onetti, para decirlo con las palabras de José Donoso, retardó la difusión de sus obras?

Es posible. Vivimos en una época en que también la literatura se volvió mediática. En el pasado fue lo contrario, pero en nuestro tiempo desgraciadamente no es así. Ahora es un poco el autor el que termina lanzando al mundo su literatura y como Onetti no estaba preparado para ser un autor mediático, que era algo totalmente incompatible con él –era un hombre más bien hosco, huraño, sobre todo muy tímido, solitario, retraído– no entró en esa dinámica. Todo eso, en esta época, ha empobrecido la difusión de su obra. Pero es una obra que va a quedar, que está ahí —tantas obras se están apagando—, y que creo que no se apaga. Es posible que no tenga un gran número de lectores pero los lectores de Onetti son lectores fieles, son lectores que no solo lo leen sino que también lo releen y eso solo les pasa a los grandes escritores.

Alguna vez Onetti se escandalizó de que usted trabajara de manera disciplinada y con horario. Él le dijo que así no hubiera escrito ni una línea y luego agregó que usted tenía relaciones matrimoniales con la literatura y él adúlteras. Esa falta de planes, de trabajo previo, ¿no cree que es más evidente en la última etapa de su vida, específicamente en las tres últimas novelas que escribió?

No, yo creo que él siempre escribió así. Si uno ve la primera novela de él, El pozo, es una novela que sigue una línea tan zigzagueante que parece concebida a medida que fue siendo escrita. También creo que esa es una manera de ser: hay escritores que necesitan esa espontaneidad y otros, entre los que me cuento, que necesitan trabajar de una manera un poquito más disciplinada; preparando, esbozando ciertos esquemas, que sería la manera de alcanzar una cierta seguridad. Hay escritores que no necesitan esa seguridad para escribir. Cortázar, por ejemplo. Yo recuerdo mucho que nos veíamos en París cuando él estaba escribiendo Rayuela. Él se sentaba cada mañana a escribir sin saber qué cosa iba a pasar; jamás tuvo un plan previo, aunque parezca una novela conscientemente estructurada. Después de leerla, me quedé maravillado.

A estas alturas usted ya ha escrito ensayos sobre García Márquez, Flaubert, Víctor Hugo, Onetti, entre otros. ¿Es más fácil analizar una obra cuando no ha conocido en persona al autor?

Habiendo conocido al autor tienes todavía más elementos. Hay unas impresiones personales que muchas veces te enriquecen mucho. Es verdad que en el caso de Víctor Hugo, de Flaubert, hay tantos testimonios que puedes llegar a tener la impresión de que los has conocido. Eso te da siempre una percepción sobre la personalidad que está detrás de la pluma. A mí ese tipo de experiencia personal me ayuda a entrar mucho más en el mundo de un escritor.

¿Hay algún autor sobre el que nunca escribiría un ensayo?

Nunca escribiría un ensayo sobre autores que no me gustan o no me entusiasman o autores que puedo reconocer que son geniales, pero que no los siento cercanos. Para mí, escribir un ensayo tiene que ser sobre todo un acto de placer, de satisfacción, de homenaje a alguien que me ha enseñado cosas y que me ha hecho vivir ese trance maravilloso que es la ilusión de una gran lectura.

¿Cuáles son las preguntas que surgen después de leer una gran novela?

Cuando tú lees una obra extraordinaria —La vida breve, por ejemplo—, tú te preguntas: ¿cómo lo hizo? ¿Cómo fue capaz de hacer esto? ¿Cuál es el proceso? Porque tú dices: ¿son inteligentes? Sí, son inteligentes. ¿Había leído buena literatura? Sí, había leído buena literatura. Pero tú sumas todo eso y no da la obra maestra. La obra maestra siempre resulta de algo más que no aparece en la conversación ni en el conocimiento. Tiene unos elementos espontáneos que vienen de una dimensión más profunda de la personalidad. Y también es una alianza de factores, en la que incluso interviene el azar, que de pronto hace que una persona sea como el intermediario de algo que lo sobrepasa tremendamente. Es lo que le pasa a uno cuando lee La guerra y la paz, de Tolstói, o Los poseídos, de Dostoievsky, esos libros que te dejan tan desconcertado porque tú dices ¿cómo fue posible que esto resultara?

En 1981 Borges fue jurado del Premio Cervantes. En la votación final, entre Octavio Paz y Onetti, votó por Paz. ¿Usted por quién hubiera votado y por qué?

Qué difícil me la pones. No sé. Menos mal no estaba en ese jurado porque me habría visto en una situación bastante difícil y no sé que hubiera hecho: dos grandes escritores a los que admiro mucho y además estimaba mucho. En todo caso, la decisión que hubiera tomado me habría dejado siempre un cierto mal sabor en la boca.

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