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GRUPO RÍO BOGOTÁ
La herencia de Bogotá a los habitantes de la cuenca baja
Aguas negras, espumas y malos olores fluyen por los 120 kilómetros de la cuenca baja del río Bogotá: un foco de contaminación que no les permite a sus habitantes interactuar con el afluente.
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Los panches, indígenas aguerridos que andaban desnudos y con algunas decoraciones de plumas en sus cabezas y cuellos, eran los dueños absolutos de las tierras bajas del río Bogotá, un tramo de 120 kilómetros gobernado en su mayoría por especies tropicales como frondosos árboles del bosque seco y animales enigmáticos como el jaguar, el tigrillo y la babilla.
Esta etnia, declarada como única enemiga de los muiscas, veía al río como una de sus principales fuentes de alimento y una corriente calmada para transportarse en canoas construidas con la madera de los árboles. En los cuerpos lagunares cercanos a la ronda, los panches depositaban sus tesoros en oro, mientras que en las rocas tallaban imágenes y símbolos como lagartijas, espirales, lunas y soles.
Eran grandes conocedores de los poderes que esconde la vegetación. Para cazar en el río utilizaban barbascos, plantas con propiedades mágicas que entumecen a los peces y los hacen subir a la superficie. A diferencia de los muiscas, quienes veneraban y adoraban el agua, los panches le daban una categoría de de sobrevivencia, pero sin maltratarla.
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El reinado muisca y panche sobre los territorios del río Bogotá empezó su declive hacia 1537, cuando los españoles iniciaron su conquista en los terrenos sagrados de la sabana y los sitios tropicales de Cundinamarca. La mayoría de los muiscas murió por enfermedades desconocidas y suicidios, y los que sobrevivieron accedieron a estar bajo el yugo de los europeos porque no sabían combatir.
Los panches, por su parte, combatieron a muerte contra los españoles, en especial con las tropas de Sebastián de Belalcázar, quienes al ver por primera vez a los indígenas decidieron asesinarlos. “Las batallas de los panches debieron ser muy duras. Aunque llevaban la batalla en su sangre, porque eran belicosos, sus flechas y arcos no podían compararse con las armas de los españoles. Esta etnia quedó totalmente aniquilada de las zonas aledañas al río Bogotá”, comenta Nelson Osorio, historiador y consultor cultural.
Los desperdicios de la gran ciudad
Luego de la matanza indígena, los territorios de la cuenca baja del río Bogotá, conformada por 15 municipios de Cundinamarca, fueron testigos de importantes hitos históricos, como el paso de los próceres de la independencia, como Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander, y académicos como Alexander von Humboldt, José Celestino Mutis y Agustín Codazzi.
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Durante la conquista, colonia e independencia, el río Bogotá fue visto por los pobladores como un titán hídrico, un cuerpo de agua que, a pesar de no ser navegable, caudaloso e imponente como el Magdalena, era respetado, contemplando y utilizado para las actividades agropecuarias. En sus rondas fueron construidas grandes haciendas, muchas de las cuales hoy sobreviven al paso del tiempo.
Desde mediados del siglo XX, cuando la población en la cuenca media empezó su apogeo, el río tuvo un cambió de aspecto drástico. Sus característicos meandros fueron sepultados y alineados para urbanizar más áreas, y las aguas fueron pintándose de colores oscuros con texturas densas por las descargas domésticas e industriales. Toda la basura llegaba a las orillas del afluente.
Las nefastas acciones de los habitantes de Bogotá y Soacha dejaron al río Bogotá en estado de coma, una agonía silenciosa que con el paso de los años se ido tornando más crítica. Los mayores damnificados fueron los ciudadanos de la cuenca baja, quienes al ver cómo fluía de contaminado el río, no tuvieron más opción que darle la espalda.
Hoy en día, las más de 300.000 personas que habitan en San Antonio del Tequendama, Tena, Cachipay, Anolaima, Quipile, La Mesa, El Colegio, Viotá, Chipaque, Anapoima, Apulo, Tocaima, Agua de Dios, Ricaurte y Girardot, no ven el río de frente: la contaminación se los impide.
Después de la cuenca media, el río Bogotá llega a tope de contaminación. Según la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR), en los 90 kilómetros del río por este tramo, sus aguas tienen un índice tipo 8, el más crítico.