Diego Trujillo
Diego Trujillo | Foto: Esteban Vega La-Rotta

Opinión

Pobre padre

El Día del Padre está subvalorado, se queda corto en reconocer nuestra valiosa labor. Además está inspirado en un hombre que no engendró a nadie, San José. De modo que no es de extrañarse que el único reconocimiento que nos den sean herramientas. Aquí un divertido reconocimiento a todos ellos.

Diego Trujillo*
20 de junio de 2021

Siempre he creído que el Día del Padre está subvalorado, que se queda corto en reconocer nuestra valiosa labor. Se celebra después del Día de la Madre, con lo cual ellas se llevan todos los honores, toda la atención y sobre todo el presupuesto para el regalo. A ellas les dan flores, perfumes, serenatas, ropa, las llevan a almorzar. El Día del Padre es a finales de junio, en vísperas de vacaciones, entonces los menguados ahorros de los hijos tienen como prioridad las actividades propias del asueto y en el mejor de los casos la compra de unos destornilladores para el papá.

Si uno busca por curiosidad en Wikipedia Día de la Madre y Día del Padre, la diferencia es abismal. Del Día de la Madre hay una cantidad de información. Varias referencias históricas que sitúan la festividad en la antigua Grecia, donde se rendía homenaje a Rea, madre de Zeus. Luego adoptada por los romanos a través de la celebración de las Hilarias, por los cristianos con la virgen María y finalmente por las precursoras del feminismo que oficializaron la celebración en 1865.

Del Día del Padre en cambio hay un solo párrafo diminuto que dice escuetamente: El Día del Padre se celebra el día de San José, padre putativo de Jesús. Putativo, adjetivo. Hombre cuya paternidad es presunta pero no ha sido determinada.

En pocas palabras, el Día del Padre está inspirado en un hombre que no engendró a nadie. Personalmente me habría sentido mejor representado por Diomedes Díaz, portentoso semental vallenato, que produjo veintiocho hijos reconocidos, o como mínimo por el espíritu santo, el verdadero artífice del niño Jesús.

De modo que no es de extrañarse que los padres seamos menospreciados; que no se tenga en cuenta, a la hora de la celebración de nuestro día, el denodado esfuerzo que hacemos durante el embarazo, asistiendo puntualmente al curso psicoprofiláctico para aprender a acezar como un perro en el momento del parto, practicando con un muñeco cómo cambiar pañales, hablándole todas las noches al cigoto a través de un tubo de papel higiénico para darle estimulación temprana, o complaciendo antojos a la madrugada.

Es comprensible que siendo carpintero nuestro santo, el único reconocimiento que nos den sean herramientas. Que nadie, ni por un instante, se ponga a pensar lo que significa tener que cambiarle al recién nacido su primer pañal. Debo aclarar que mi primer hijo nació por cesárea y como la madre estaba indispuesta en ese instante, me tocó hacerme cargo de la primera deposición de la criatura.

Yo estuve muy atento a las instrucciones durante el curso. Practiqué muchas veces el cambio del pañal con el muñeco, pero nadie me advirtió nunca sobre la existencia del meconio. Un recién nacido no hace popó; produce meconio. Una especie de jalea pegajosa y pestilente de color verde intenso, como si la mamita se hubiera alimentado de algas marinas durante nueve meses, que se adhiere a la epidermis del bebé como un tatuaje. La única manera de retirarlo sin tener que autorizar el ingreso de la suegra al apartamento, es metiendo al bebé de cuerpo entero debajo del chorro del lavamanos, tratando de no descoyuntarlo mientras da bramidos y restregándolo con una esponja y jabón Rey.

Debo decir que mi hijo no sólo sobrevivió al procedimiento sino que hoy es un profesional consagrado. Sé que como yo hay muchos padres abnegados que hoy recibirán, como es costumbre, su estuche de herramientas por todo concepto. Así es que mi columna de hoy es un reconocimiento, una muestra de admiración y respeto para todos ellos. Feliz Día del Padre.

*Actor.