MUNDIAL 2018

Del barro al cielo: las historias de los héroes de la selección

Detrás de la clasificación de Colombia a octavos de final, hay una historia de sacrificios personales y un técnico que logró formar una familia a prueba de fracasos.

30 de junio de 2018

El fútbol a veces parece una obra de teatro improvisado en cuyos actos pueden confluir, inesperadamente, la tragedia y el final feliz. Juan Villoro decía incluso que el fútbol es una novela. La manera como se estrenó la Selección Colombia en el Mundial de Rusia le da la razón al escritor mexicano. Apenas habían transcurrido cuatro minutos del partido contra Japón cuando apareció el primer giro narrativo de la trama: dentro de su propia área, el defensa Carlos Sánchez detuvo un balón con la mano. Lo expulsaron. Penalti a favor de los asiáticos y gol de Japón.

Era muy temprano para una desventura que descuadernaba el libreto del técnico José Pékerman. Como si fuera un relato de esos en los que el conflicto aparece en el primer párrafo, la historia obligó al equipo a jugar solo con diez hombres. Y eso no estaba en los planes de nadie. A Sánchez lo criticaron ferozmente. Lo acusaron en redes sociales de irresponsable y lo culparon de la derrota. En Twitter, un desadaptado lo amenazó.

Desde la tribuna parecía un regaño. El técnico le manoteaba y Quintero apenas asentía. Sin embargo, una cámara registró la escena desde un primer plano, de modo que algunos pudieron leer lo que verdaderamente le dijo: “¡Sos un crac, sos un crac!”.

 Estos jugadores que en su mayoría comenzaron a jugar descalzos o en canchas de lodo no conforman una selección de escándalos o excesos, como ocurría en los años noventa. Desde niños saben lo que es nacer con todo en contra. Salvo alguna excepción, los 23 jugadores que están ahora en Rusia tienen en común una vida de sacrificios personales sin los cuales no habrían podido escalar hasta la élite del fútbol mundial. James Rodríguez, cuya familia nunca fue acomodada, creció con disciplina de adulto en un hogar que sufrió el abandono del padre biológico. En una época Carlos Sánchez no tenía guayos para entrenar en su natal Quibdó y aun así se las arregló. En Cristian Zapata no creía ni el técnico que lo entrenó cuando era un niño en una vereda del Cauca.

 Cualquier otro entrenador habría mandado a Sánchez a una banca por el resto del Mundial. Pero para Pékerman el defensa era un hijo que se había equivocado. Y lo volvió a tener en cuenta en el partido contra Senegal, ese otro episodio épico de la novela en el que Colombia clasificó a octavos de final. Luego del mal día con Japón, el equipo jugó su mejor partido en muchos años contra Polonia. Cuando Yerry Mina hizo el primer gol, todos fueron al banco a dedicárselo a Sánchez. Le decían que no estaba solo, que el triunfo era suyo también.

 Con este grupo de muchachos, Pékerman logró generar alrededor suyo respeto y afecto. En el juego con los polacos dejó entrever el tipo de relación que tiene con sus dirigidos, cuando gritó a Quintero. Desde la tribuna parecía un regaño. El técnico le manoteaba y Quintero apenas asentía. Sin embargo, una cámara registró la escena desde un primer plano, de modo que algunos pudieron leer lo que verdaderamente le dijo: “¡Sos un crac, sos un crac!”.

 Sin importar lo que pase con Colombia en las siguientes rondas del Mundial, los jugadores de Pékerman –la familia que ha logrado armar– conocen de dificultades extremas. Y están preparados para lo que dicte el guion incierto del fútbol. Ellos seguirán ahí para intentar la mejor actuación de sus vidas.