GUACHENÉ

Yerry Mina, el gigante de pies descalzos

El defensa aprendió en su natal Guachené la tradición de entrar sin guayos a la cancha como muestra de humildad. Allí ese joven se convirtió en una muralla para sus rivales.

30 de junio de 2018

Cuando salía del cole-gio, Yerry debía irse para la casa y esperar una hora y media para el entrenamiento en el polideportivo. Así se lo exigía Eulises, su papá. Pero Yerry no obedecía. El gigante se quedaba jugando fútbol aun sabiendo que luego tenía que ir a entrenar.

Porque solo jugar a toda hora permite salir de allá hacia las grandes ligas del mundo. Seifar Aponzá, el entrenador que tuvo Yerry cuando era niño, intenta parafrasear ese viejo comercial que decía “dormir fútbol, comer fútbol”. De cuando en cuando, a Seifar se le alborota la indignación: dice que el imperio del fútbol quiere aprovecharse de los chicos de los pueblitos de los lugares más pobres del mundo, para volverlos potencias, para ganar dinero porque es una inversión. Como diría Martín Caparrós, es “el deporte más clasista del mundo”.

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Seifar continúa con la indignación a toda máquina: “El dinero astronómico que promete el fútbol convence a miles de jóvenes que juegan en vereditas olvidadas y les prometen que pueden llegar a los grandes clubes”, critica. Este hombre flaco, de cara dura y seria, dice que desafortunadamente tiene que entrar en ese juego. Acto seguido forma un círculo con los chicos de 15 años que entrena y les dice: “Aquí hay plata, no sé de quién, pero aquí hay plata, pero para que se vea hay que pensar solo en fútbol”.

Foto: ROBERTO AFRICANO

Pero no se detiene ahí porque tiene la experiencia de Yerry viva, porque hace nueve años vio partir a su hijo adoptivo, su gran obra de arte. “Y es tan clasista el fútbol que de todo ese dinero que se mueve en el mundo poco se ve en las regiones. Mire esta cancha, vuelta nada”. Y para ponerle una cereza, a Seifar se le sale un discurso antisistema. “¿Ha visto las finales de la Champions? Dese cuenta de que siempre los rivales son los mismos: Adidas contra Nike. Y no es mentira, revise el historial a ver si estoy mintiendo, ¿el año pasado cómo fue? Adidas versus Adidas”, dice.

Seifar se tranquiliza, y prefiere pensar en otra cosa, como cuando Yerry fue tan intenso que lo convenció de entrenar el día de Navidad.

–Profe, hagamos entreno mañana –dijo Yerry.

–Pero mañana es 25 de diciembre, Yerry, no creo que se pueda, mañana los chicos quieren destapar regalos.

–Profe, hagámosle, convoque a entrenar.

Y como si fuera un padre que se conmueve ante la insistencia de su hijo, aceptó. Les dijo a todos que el 25 de diciembre había entrenamiento. Que alistaran camiseta y guayos.

Pero solo llegaron dos. Yerry y un amigo.

Aunque con poco o nada de dinero, Yerry siempre se las arreglaba para llegar a sus entrenos. Se colgaba en el transporte y se iba gratis, vendía papas de su abuela para conseguir para los pasajes y viajar afuera de Guachené, en Cauca. Y en un viaje a Cali se quedó sin plata, pero un conductor lo reconoció como hijo de Eulises Mina y lo llevó gratis a él y a su mejor amigo, Manuel.

Antes Guachené era una vereda de Caloto, pero desde hace seis años es un municipio más del Cauca, a hora y media de Cali, al que se llega por una carretera adornada por un techo de árboles que evitan que el sol pegue duro. Por esa vía se ven las largas extensiones de caña y se alcanzan a divisar las montañas de Corinto.

Ahora Yerry dio un salto de gigante y juega en el Barcelona FC. El mundo del fútbol no habló por unos minutos de otra cosa que de los pies descalzos de Mina, del simbolismo que eso cargaba de pisar primero y sentir el césped con cada nervio antes de ponerse medias y guayos. “Con los pies en la tierra y los ojos en el cielo”, decía el profesor Aponzá a la hora de reunir a sus chicos de todas las edades, la mayoría encantados por jugar con los pies desnudos. Ya tiene dos goles en el Mundial de Rusia 2018 y el muchacho descalzo quiere más.