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Los ministros de Relaciones Exteriores más importantes del mundo posaron para la foto en el Hotel Intercontinental de Ginebra. Estaban el británico William Hague, el alemán Guido Westerwelle, la jefe de relaciones exteriores de la Unión Europea, Catherine Ashton, el iraní Mohammad Javad Zarif, el chino Wang Yi, el norteamericano John Kerry, el ruso Sergei Lavrov y el francés Laurent Fabius. | Foto: A.F.P.

CONTROL DE ARMAS

Histórico pacto entre Irán y Occidente

El acuerdo preliminar entre las partes normalizaría las relaciones de Occidente con ese país y redefiniría el mapa de Oriente Medio.

30 de noviembre de 2013

Un trino en Twitter fue el encargado de contarle al mundo en la madrugada del domingo 24 de noviembre que había humo blanco. Después de cuatro días de negociaciones, a las que se habían unido los cancilleres de las grandes potencias, se lograba cerrar el acuerdo preliminar entre Irán y los países del 5+1 (Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Rusia y China más Alemania) para poner fin a más de dos décadas de sospechas sobre las intenciones iraníes de producir bombas atómicas.


Las voces de los radicales no solo quedaban debilitadas, al menos por el momento, sino que la opción de atacar las centrales nucleares iraníes, que tuvo en vilo a Oriente Medio por más de una década, empezaba a evaporarse.

Por consiguiente había motivos para celebrar. La imagen del ministro de Exteriores iraní, Mohammad Javad Zarif, estrechando la mano del secretario de Estado estadounidense, John Kerry, durante muchos años hubiera sido imposible. Desde que ambos países rompieron relaciones en 1980 como consecuencia de la toma de la embajada de Estados Unidos en Teherán, las relaciones diplomáticas de alto nivel habían sido nulas, en medio de una agresiva retórica de parte y parte.

Según revelaría la agencia AP horas más tarde, el acuerdo fue posible gracias a contactos secretos llevados a cabo desde marzo en Omán. Y si bien ambos países han dejado claro que este proceso estaba centrado en el programa nuclear, los acercamientos de los últimos meses han sido interpretados como el primer paso en el largo camino de restablecer relaciones, lo que su vez podría cambiar el panorama de tensión que ha dominado ese sector del mundo por más de tres décadas.

“Este acuerdo es probablemente el mejor que cualquiera puede esperar en este punto de la historia. Y tiene que ser visto como una victoria para todos los signatarios”, dijo a SEMANA el académico iraní Mohsen Milani.

“Si el 5+1 cumple con sus promesas, Irán también lo hará. Esto es el comienzo de una nueva etapa”, diría esa mañana en Teherán el presidente Hassan Rohani, que empezó de inmediato una campaña doméstica para vender la “victoria”. Irán aceptaba congelar su programa nuclear y una mayor vigilancia a sus instalaciones nucleares a cambio de acceder a 7.000 millones de dólares que tiene congelados en el extranjero y a que se reduzcan las sanciones económicas en su contra.

Como parte de esta campaña, Rohani envió una carta de felicitaciones al líder supremo de la Revolución, Ali Jamenei, que había dado luz verde a las negociaciones a pesar de su desconfianza ante Occidente, especialmente Estados Unidos. La máxima figura del país respondió de inmediato y aseguró que esta era la base para acuerdos venideros. 

El visto bueno fue una señal de optimismo para quienes en Irán votaron por Rohani con la promesa de que intentaría esclarecer las dudas sobre las intenciones pacíficas del programa nuclear, llegar a un acuerdo con el 5+1 y acabar con las sanciones que han afectado profundamente la vida de los iraníes.

Los escollos
Eso no impidió las críticas, aunque minoritarias, de sectores radicales. Algunos afirmaron que no se podía confiar en los norteamericanos, señalando que después del acuerdo Kerry aseguró que el documento no confirmaba el derecho de los iraníes a enriquecer uranio, una de las principales exigencias de Teherán.

Esos conceptos reflejan que el acuerdo deberá superar muchos escollos, y el de la política interna iraní probablemente no sea el mayor. Kerry dijo su frase para aplacar a los críticos de su propio país, que consideran que los negociadores cedieron demasiado, que Irán se salió con la suya sin dar mucho a cambio y que nada asegura que no incumpla los compromisos en el futuro. 

“La desproporción del acuerdo hace más posible que demócratas y republicanos se unan y pasen sanciones adicionales”, dijo el senador demócrata Charles E. Schumer acerca de un nuevo paquete de sanciones contra Irán que debe ser votado en el Congreso estadounidense en los próximos días si el gobierno lo logra detener. Esa sería una bomba al proceso, como ya afirmó el canciller Zarif.

Los problemas domésticos de Estados Unidos e Irán, sin embargo, no son los únicos escollos. Por una parte está el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, quien lo calificó de “error histórico”. El gobernante, cuya oposición al programa nuclear iraní es uno de los pilares de su política radical, ha amenazado en varias oportunidades al presidente Barack Obama con atacar unilateralmente a Irán, país al que considera la mayor amenaza para la supervivencia de Israel.

Y en un curioso giro de la historia, el acuerdo ha puesto en el mismo bando a enemigos tradicionales como Israel y Arabia Saudita. Los sauditas, que también son aliados de Estados Unidos, llevaban meses impulsado una campaña contra estas conversaciones, pues Irán es su gran enemigo en la disputa religiosa chiita-sunita, cuyas manifestaciones más recientes se observan en la guerra civil siria. En ese país Teherán es el gran soporte del régimen de Bashar al Assad, mientras que los saudíes arman y financian a las fuerzas opositoras, incluida la presencia de grupos afines a Al Qaeda.

La ofensiva saudita se ha enfocado en criticar la diplomacia de Obama, a la que el influyente príncipe Alwaleed Bi Talal se refirió en una rara entrevista con The Wall Street Journal como “caótica y confusa”. “Por primera vez los intereses sauditas e israelíes son casi paralelos”, dijo. Irán, al fin y al cabo, no solo ha adelantado un programa para convertirse en una potencia regional –ningún país árabe tiene la capacidad militar de los persas– sino que también es una amenaza para países del otro lado del golfo Pérsico, donde los chiitas representan una minoría importante

En medio de las dificultades, lo cierto es que Obama se jugó una carta muy audaz. Algunos analistas consideran que con el acuerdo el presidente dejó en claro que su interés primordial es evitar a toda costa que su país se vea envuelto en un nuevo conflicto, pero otros sostienen que dejó en el ambiente la sensación de que Estados Unidos ya no puede asumir sus responsabilidades históricas, como defender a Israel, su aliado entrañable por cuenta del poderoso lobby judío de Washington.

Pero si le sale la jugada, las consecuencias podrían ser trascendentales. Con Irán en el redil, muchos analistas piensan que Israel perdería el pretexto de la amenaza externa para negarse a negociar el establecimiento de un Estado palestino. Y Rusia perdería buena parte de su presencia en Oriente Medio, pues Irán, el país que más influye en el régimen de Assad, podría conducirlo a negociar con la oposición, lo que dejaría a Moscú, otro gran aliado del régimen, en un segundo plano.

Para muchos, al fin y al cabo, no es coincidencia que las Naciones Unidas hayan anunciado la fecha de la reunión de Ginebra II, donde se discutirá una salida política a la guerra siria, un día después del acuerdo nuclear con Irán. “Ginebra II va a ser el primer lugar para ver signos del nuevo orden emergente en la región”, escribió el analista libanés Rami Khouri en su aclamada columna del diario libanés Daily Star.

Por lo pronto, los más optimistas son los iraníes. “No hay duda de que si logramos arreglar nuestros problemas con Estados Unidos, los países árabes tratarán de acercarse a Irán. Incluso Arabia Saudita. Esto ya ha sucedido en el pasado”, aseguró a SEMANA el analista Hermidas Bavand. 

Pero a pesar de los cantos de victoria que se han dado esta semana, el camino que queda para llegar a un acuerdo definitivo entre Irán y el grupo de los 5+1 está lleno de barreras. Tanto iraníes como los diplomáticos del 5+1 reconocen que las verdaderas negociaciones se verán en seis meses. Entonces se podrá saber si la diplomacia logró imponerse a la guerra.