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Adiós a Gaza

Después de 38 años, Israel se retiró de la franja de Gaza. Adriana Puerta, corresponsal de SEMANA, estuvo en el asentamiento de Neve Dekalim en momentos del desalojo.

20 de agosto de 2005

Cuando las excavadoras del ejército israelí se preparaban para derribar las casas evacuadas, el asentamiento de Neve Dekalim ya era un pueblo fantasma. En sus jardines quedaban pedazos de juguetes, camisas olvidadas y cenizas de las fogatas que sus habitantes prendieron minutos antes de partir, en señal de dolor y protesta. El pasado lunes 15 de agosto, la apariencia de este asentamiento, el más grande de los 21 que existían en la franja de Gaza, había cambiado en cuestión de horas. De ser un conjunto residencial apacible al lado del mar Mediterráneo, pasó a convertirse en uno de los principales centros de resistencia del movimiento contra el desalojo. Los colonos, apoyados por los miles de opositores que llegaron desde otros lugares de Israel, se opusieron hasta último momento a abandonar sus casas protagonizando algunas de las escenas más dramáticas y difíciles del proceso de 'desconexión', que al cierre de esta edición se había cumplido en un 80 por ciento.

A pesar del calor insoportable, el día del inicio del desalojo todos los habitantes de Neve Dekalim esperaban al Ejército en las calles. Niños y abuelas se habían unido al tumulto de gente que no paraba de cantar: "No queremos al Ejército". En apenas unos cuantos metros se podía ser testigo de cientos de historias dramáticas: soldados que abrazaban a colonos que lloraban, jóvenes que agitaban sus banderas anaranjadas, y rabinos que rodeaban a los soldados con los rollos de la Tora -'biblia' del pueblo judío- en la mano. Los colonos están convencidos de que ese lugar hace parte de la tierra que Dios les prometió. Por tal razón, muchos se resistieron con todas sus fuerzas a dejar los asentamientos. No les importó perder las ayudas económicas que el gobierno israelí ofreció a todos aquellos que abandonaran Gaza de forma voluntaria.

El momento más dramático ocurrió dentro de la s inagoga. En este sitio, considerado sagrado para el judaísmo, se habían reunido decenas de jóvenes y mujeres que esperaron hasta el final que ocurriera un milagro. Muchos levantaban las manos y los ojos en dirección al techo, con la esperanza de recibir una señal de cielo. Pero no fue así. Después de desarmar los marcos de las puertas con destornilladores, para no acceder con violencia, los soldados pudieron entrar. Al verlos, los colonos empezaron a repetir el nombre de Hitler y a compararlos con el líder nazi. Algunos lloraban y otros se abrazaban entre ellos para evitar ser evacuados, pero nada pudo evitar su salida. Con una paciencia a prueba de todo, los soldados fueron evacuando a cada uno de los colonos atrincherados, los tomaban de las piernas y los brazos hasta subirlos a un bus que los llevaría fuera de Gaza. "Fue una labor muy difícil, pero estábamos preparados. Nuestro objetivo no ha sido atacar, sino desalojar, por eso hemos entrado sin armas", dijo a SEMANA Sara López, una de las encargadas de coordinar los operativos de desalojo.

Vida nueva en Israel

Yehuda David se resistió hasta último momento a abandonar el asentamiento. Antes de atravesar la puerta de Neve Dekalim y subirse al bus que lo sacó de Gaza, dijo a SEMANA que lo hacía porque no tenía más remedio. "Después de más de 20 años de vivir en Neve Dekalim, tengo que irme. Para mí es algo muy doloroso porque mi casa es como una parte de mi cuerpo. Mi mujer y mis cuatro hijos nos vamos sin saber nada, sin saber dónde viviremos". Antes de mirar por última vez a Neve Dekalim, Yehuda dijo no tener optimismo ante la salida. "Aquí no habrá paz nunca. Y si no, mire, no nos hemos ido y ya hay palestinos diciendo que seguirán con los ataques".

Lo mismo piensa Sara Tanembaum, una joven de 26 años que viajó hasta Gaza desde Gush Etzion, el conjunto de asentamientos israelíes localizados en Cisjordania, y que, según lo planeado, deben ser evacuados en un futuro cercano. "Vine a darle mi apoyo a la gente de Gush Katif (el complejo de asentamientos donde está situado Neve Dekalim) porque comparto su causa. Creo que esta es parte de la tierra que le corresponde al pueblo de Israel. También estoy aquí porque hoy son ellos y mañana puedo ser yo la desalojada. Tenemos que unirnos para impedirlo". Un par de horas después, Sara estaba montada dentro de uno de los buses en los que el Ejército de Israel sacó a los opositores.

Regina Faingers tuvo que abandonar su casa en Netzarim, uno de los primeros asentamientos que fueron desalojados por completo. Esta uruguaya, que llegó a Israel cuando era pequeña, dijo a SEMANA que para ella era muy duro dejar su casa, sobre todo porque vio a su marido construirla paso a paso. Desde hace dos semanas, Regina, su marido y sus tres hijos se encuentran en una casa rodante en un lugar de nombre similar al anterior: Nitzanit. "Esto duele porque tuvimos que dejar nuestra casa grande y bonita y cambiarla por esta que es más pequeña. Creímos que íbamos a estar allá para siempre".

Pero no todo es tristeza para Regina. Ella dice que le dan ganas de llorar de emoción cuando ve a tantos israelíes tratando de ayudarlos. "Ha venido gente de todo el país a traernos flores, tortas y a jugar con los niños, es muy bonito." Sin embargo, dice que no sabe mucho sobre la ayuda económica que recibirá del gobierno, que prometió darles entre 300.000 y 400.000 dólares a cada uno de los desalojados. Además de esta ayuda económica, el gobierno del pimer ministro, Ariel Sharon, está construyendo poblados a pocos kilómetros de Gaza donde los colonos podrán reubicarse. No obstante, no todo es tan bonito como suena. Las demoras en la adecuación de las nuevas viviendas han empezado a desatar una oleada de críticas contra el gobierno de Ariel Sharon, que prometió a los colonos reubicarlos con rapidéz.

Alegría palestina

Mientras los colonos lloran por haber abandonado la que consideran una tierra sagrada, los palestinos celebran. Minutos después de que hubiera salido la última persona del asentamiento de Netzarim, dos familias palestinas caminaron en esa dirección para verlo más de cerca. "No puedo negar que me gustaría ver a mis hijos jugando pelota aquí. Además, no entiendo por qué lloran los colonos israelíes, si esta tierra es nuestra. Aquí vivió mi abuelo, mi papá y ahora vivo yo con mis hijos" dijo a varios periodistas, Mustafa Yahmed, un palestino que trabaja en un taller de reparación de carros.

En Gaza, donde viven un millón y medio de palestinos, la vida nunca ha sido fácil. Sin embargo todo se complicó más aun desde el comienzo de la Intifada -levantamiento palestino- en septiembre de 2000, cuando las condiciones de vida de los palestinos empeoraron . Con el fin de garantizar la seguridad de los colonos, el Ejército israelí acostumbraba a cerrar e impedir el paso en muchas vías.

A esto se le suma que la parte palestina de Gaza tiene una situación económica compleja. Se calcula que alrededor de dos tercios de la población viven por debajo del nivel de pobreza. Muchas de las personas habitan en campos de refugiados y dependen de la ayuda humanitaria que les brindan los organismos internacionales. Antes del inicio de la Intifada, por lo menos 30.000 palestinos de Gaza trabajaban en las industrias israelíes. En diciembre de 2003, esta cifra se redujo a aproximadamente 4.000. Esto se debe a que Israel cerró sus fronteras para evitar los ataques terroristas.

Zeev Schieff, un reconocido analista del diario Haaretz de Israel, dice que lo negativo respecto al desalojo es que nadie sabe qué pasará con Gaza ni quién la gobernará. Y es que la gente en Israel teme que aumente la violencia, lo que hasta ahora sólo son suposiciones. Lo único concreto hasta el momento es que en Gaza ya no quedarán colonos israelíes.