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Adiós a la luna de miel

Las protestas de los productores agropecuarios paralizaron a Argentina. La pregunta es hasta dónde se fragmentó la sociedad ante el gobierno de Cristina Kirchner

29 de marzo de 2008

Tras 15 días de paro agropecuario que sumió en el caos a Argentina, los dirigentes de las entidades rurales aceptaron el jueves levantar los bloqueos de carreteras durante 48 horas para negociar con el gobierno, y Cristina de Kirchner pidió "humildemente como Presidenta de todos los argentinos, que levanten el paro para dialogar". De esta manera, intentó apagar el incendio desatado por sus inflexibles declaraciones del martes pasado, que provocaron rechazo y generalizaron la protesta social en las localidades rurales y las ciudades.

Sus palabras apaciguaron y abrieron un espacio al diálogo, pero no está claro si extinguieron las llamas. . "Fue un discurso cargado de odio. Hoy era el día para mostrar las cartas. Dónde está la propuesta primero, y después levantamos la huelga", contestaron por televisión los productores agropecuarios de Gualeguaychú, minutos después de terminado el discurso presidencial, haciendo ver que todavía falta para la resolución del conflicto.

Durante la semana, una movilización creciente fue abarcando el país. Cerca de 400 bloqueos paralizaron el transporte por carretera y cortaron el abastecimiento a las ciudades. En los bloqueos no sólo estaban los productores, sino que se fueron acercando maestros, comerciantes, técnicos que viven del campo. En las ciudades de la región pampeana, los tractores coparon las calles y llegaron hasta las casas de gobierno, como en Córdoba y Paraná, y en Buenos Aires, Mar del Plata y Rosario, las cacerolas, esa vieja arma utilizada para terminar con el gobierno del presidente Fernando de la Rúa en 2001, hicieron nuevamente su aparición.

Ante esta explosión inesperada de descontento, el gobierno dio vía libre a grupos de piqueteros encabezados por Luis d'Elía, que salieron a desalojar a las trompadas a los manifestantes que apoyaban al campo en la Plaza de Mayo, y a los camioneros que responden a Hugo Moyano, dirigente de la sindical peronista CGT, para romper los bloqueos de ruta.

En el país de las vacas, la leche y el trigo, los estantes de los supermercados quedaron vacíos: la carne, el pollo, los huevos, el aceite y los lácteos desaparecieron. La huelga paralizó los mercados. La Bolsa de Cereales de Rosario, la más grande del país, dejó de operar. El Mercado de Hacienda de Liniers no recibe ganado desde hace dos semanas. El Mercado Central anunció que está desabastecido, y los precios de frutas y verduras treparon hasta el 15 por ciento. Sólo llegaban cinco camiones diarios, cuando un día normal arriban más de mil. Los micros de larga distancia dejaron de salir, por temor a quedar varados en los bloqueos, y las fábricas empezaron a suspender personal. Al cerrar esta edición, intentos de saqueo y rumores amenazantes se escuchaban en los distritos más pobres del conurbano bonaerense.


La gota que rebosó el vaso

Semejante caos era impensable dos semanas atrás, cuando el gobierno ordenó retenciones móviles para las exportaciones de granos, que, para la soya, era del 35 por ciento para, a partir del 12 de marzo aumentarlo con los precios internacionales. El ministro de Economía, Martín Lousteau, y Kirchner lo presentaron como una medida de redistribución del ingreso, contra los grandes terratenientes y los enormes pools productores de soya, que han sido los grandes favorecidos con las políticas de dólar alto y combustible subsidiado del gobierno de Néstor Kirchner. La cuestión es que, si la medida afecta sólo a los grandes productores, ¿por qué estallaron en furia decenas de miles de productores agropecuarios y se incendió el país en 15 días?

Argentina es el principal productor de aceite y harina de soya del mundo. El aumento de los precios en los mercados internacionales a casi el doble de su valor histórico generó una riqueza sin precedentes para este sector, y desató una fiebre que llevó a 55 por ciento el área sembrada de soya, cuya cosecha llegó al nivel récord de 47,5 millones de toneladas el año pasado.

La extensión de la soya atenta contra los lácteos, carne y otros alimentos, lo cual atiza la escasez y la inflación, que el año pasado llegó al 25 por ciento, en uno de los países que producen la mayor tasa de alimentos por habitante del mundo.

Pero el campo no es uno solo. De los más de 170 millones de hectáreas agropecuarias del país, 74,3 millones están en poder de 4.000 dueños, pero hay más de 300.000 unidades. Los grandes pools de siembra, como el de Gustavo Gropocopatel, tienen mejores condiciones de rentabilidad, a pesar del aumento a las retenciones, no así los miles de pequeños productores, que han visto subir los costos de sus insumos por la inflación. Son ellos los que han protagonizado esta "revolución de los pequeños y medianos productores", al decir del economista Enrique Szewach. Son ellos los que argumentan que la retención es un impuesto no coparticipable, que sirve de caja para los gastos del gobierno, de manera que los pueblos que ponen millones de dólares no reciben dinero para mejorar colegios ni sus hospitales.

Por eso cayó mal el primer discurso de Cristina, que trató a los productores como si todos fueran prósperos propietarios, al hacer referencia irónica a sus camionetas 4x4. Los Kirchner apostaron a que la ciudad repudiaría el paro del campo pero, a pesar del desabastecimiento y de los incómodos bloqueos de ruta, buena parte de la clase media urbana se solidarizó con el paro. Esta es la misma clase media que abandonó hace tiempo al matrimonio Kirchner y que no votó por Cristina en las elecciones de octubre del año pasado.

Si las cacerolas se volvieron amenazantes, fue porque existen otras causas de malestar social. La inflación del 25 por ciento, la manipulación de las cifras del instituto de estadísticas Indec, la sensación de corrupción han generado un descontento subterráneo que sale a la luz. Las consecuencias de la ruptura que hubo esta semana son impensables. "La luna de miel con Cristina Kirchner se ha roto, si es que hubo luna de miel", dijo a SEMANA el analista Joaquín Morales Solá.

La airada respuesta presidencial al paro del campo le restó el apoyo de muchos dirigentes del partido radical. Varios diputados kirchneristas cuestionaron su discurso. El senador peronista Carlos Reutemann adhirió a una carta del gobernador socialista de Santa Fe y de más de 400 alcaldes, exhortando al diálogo. Juan Schiaretti, el mandatario peronista de Córdoba, pidió junto a 400 intendentes de la provincia una negociación sin condiciones. Cuatro gobernadores radicales que respaldaban a Cristina se pusieron del lado de los manifestantes. Y los apoyos, como el de los piqueteros de d'Elía dando patadas en Plaza de Mayo, restan, más que suman, al prestigio presidencial.

Algo se ha roto en la política y la presidenta Kirchner ha quedado en una situación de debilidad que pocos habrían imaginado, a cuatro meses de mandato. Algo preocupante, pues le restan casi cuatro años de gobierno.