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El Primer Ministro de Israel, Ehud Olmert, no tuvo inconveniente en abrir un nuevo frente de guerra en Líbano, mientras el cerco sobre la Franja de Gaza (arriba)seguía en marcha

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Al borde de la guerra

La apertura de dos frentes de batalla de Israel en la Franja de Gaza y el Líbano amenaza con hacer estallar un nuevo conflicto regional en Oriente Medio.

15 de julio de 2006

El mundo observaba con preocupación la escalada de violencia en la Franja de Gaza, ocupada de nuevo por las tropas israelíes luego de que hombres de Hamás secuestraron, el 25 de junio, a uno de sus soldados. Pero al norte de Israel se produjo un hecho que tiene la región al borde de una guerra abierta. Un contingente de milicianos del grupo libanés Hezbolá entró el martes desde Líbano después de lanzar una lluvia de morteros. Aprovechando el caos, emboscaron a dos patrullas militares israelíes, asesinaron a tres soldados y secuestraron a dos más. En una sociedad militarizada como Israel, en la que todo el mundo es soldado, el secuestro o el asesinato de uno de ellos es sentido como propio en todos los hogares.

Por eso el primer ministro, Ehud Olmert, no necesitó mayores argumentos para lanzar la mayor ofensiva militar del Estado israelí en los últimos años. Poco después del ataque, sus tropas comenzaron un espectacular despliegue por tierra, mar y aire, con el objetivo de atacar la infraestructura libanesa y presionar la liberación de sus hombres. Con el propósito de quitarles movilidad a los milicianos, los primeros blancos fueron carreteras y puentes. También destruyeron plantas de energía, varias bases de Hezbolá, dos aeropuertos militares y algunos suburbios del sur de Beirut, considerados fortines del grupo chiíta. La casa del jefe de Hezbolá, Hasan Nasralá, fue destruida. "Ustedes querían una guerra abierta, vamos a ir a una guerra abierta", fue el mensaje que les mandó a los israelíes desde un canal de televisión de propiedad de su partido.

La ofensiva continuó con el bombardeo a las pistas del aeropuerto de Beirut, el único internacional del país, en el cual Israel sospecha que Hezbolá recibe armas desde Irán. Además, todos los puertos marítimos fueron bloqueados y la autopista que une a la capital libanesa con Siria fue bombardeada. De esta manera, el Líbano, así como desde hace más de dos semanas la Franja de Gaza, quedó prácticamente desconectado del mundo exterior.

Hezbolá anunció su intención de canjear sus prisioneros por algunos de sus hombres detenidos en suelo israelí, siguiendo el mismo patrón utilizado por Hamás hace dos semanas. Pero no parece probable que el gobierno del primer ministro israelí, Ehud Olmert, esté dispuesto a ceder. "Israel no negocia con terroristas. Lo hemos hecho en el pasado, pero no estamos dispuestos a aceptar que cada vez que quieran algo de nosotros puedan recurrir al secuestro", afirmó a SEMANA el embajador de Israel en Colombia, Yair Recanati.

Las condiciones que impuso Olmert para hacer un alto al fuego tampoco parecen aceptables para su contraparte: liberar a los secuestrados (seguramente no lo harán si no hay intercambio de por medio), terminar los ataques con misiles (probablemente no lo harán hasta que Israel haga lo mismo) y que el gobierno libanés desarme a Hezbolá. Esta última es la condición más improbable de todas, pues el gobierno de Beirut no tiene el margen de maniobra política ni militar para lograr este objetivo.

Algunos sostienen que Hezbolá realizó este ataque en coordinación con Hamás para abrir un segundo frente y quitarle presión a la crítica situación de Gaza. "De haber algún tipo de coordinación entre estas agrupaciones, están en todo el derecho de luchar en todos los frentes y tomar las armas contra un ocupante en su territorio", dijo a SEMANA Imad Nabil Jada'a, embajador de la Autoridad Nacional Palestina en Colombia. El embajador de Damasco en Caracas, Mohamad Khafif, confirmó a esta revista que "Siria apoya a Hezbolá políticamente por ser una resistencia legítima a las invasiones de Israel".

Otros, como Thomas L. Friedman, columnista de The New York Times, piensan que detrás de la provocación de Hezbolá hay motivaciones geopolíticas que no tienen mucho que ver con el canje de prisioneros. Para él, lo que se está viendo en territorios palestino, libanés e incluso iraquí "es un esfuerzo de los partidos islamistas por lograr su objetivo a largo plazo de islamizar el mundo árabe-musulmán... Ellos no sólo están demostrando quién manda en cada nueva democracia, también están compitiendo entre sí por la influencia regional".

La pregunta es por qué Hezbolá decidió provocar a Israel y desestabilizar toda la región. Primero, por los cambios que se produjeron en Líbano, que le permiten ahora actuar con mucha mayor autonomía que antes. Durante muchos años Siria, uno de los dos patrocinadores de Hezbolá, ejerció el poder de facto en Líbano, al que ocupó y pacificó. El grupo era entonces la punta de lanza de su política ante Israel, a la que lanzaba o reprimía según sus intereses del momento. Y desde 1982, Israel también mantenía tropas en el sur del Líbano para controlar desde fuera de su territorio las acciones de Hezbolá. Pero esa ocupación se hizo insostenible por la acción del grupo islamista, lo que llevó a Israel a retirarse en 2000.

En ese momento, el acuerdo tácito fue que Siria controlaría a Hezbolá a cambio de un status quo con Israel. Pero luego del asesinato del ex primer ministro libanés Rafic Hariri, atribuido a agentes sirios, la presión popular hizo que las tropas de Damasco abandonaran el país. Lo cual dejó a Hezbolá bajo el 'cuidado' del débil gobierno libanés, que no tiene ninguna posibilidad de controlar a los milicianos de Hezbolá. Sobre todo si se tiene en cuenta que dos de los ministros del presidente Emil Lahud son de ese grupo.

A eso se añade que en un mundo islámico en el que todos juegan por tener la mayor influencia, y ésta se cifra en demostrar la mayor actividad antisionista y antinorteamericana, Hezbolá se exponía a la irrelevancia. Ello no sólo por la presencia de Al Qaeda en otras partes del mundo, y por la percepción de que la situación en Irak tiene de rodillas a Estados Unidos, sino por el éxito de Hamás, convertido en el partido de gobierno de la Autoridad Nacional Palestina. A ello se debe agregar el interés del otro patrocinador de Hezbolá, o sea Irán, que también quiere reclamar un puesto al frente de resurgimiento del islamismo en el mundo.

Eso explicaría que el momento del ataque parece estar cuidadosamente escogido. Así lo expresó la ministra de asuntos exteriores israelí, Tzipi Livni, en una rueda de prensa. Para ella, se produjo a pocos días de la reunión de los países más poderosos del mundo (G-8) en Rusia. Según ella, Hezbolá, estaría tratando de desviar la atención de la crisis nuclear que protagoniza Irán y que se discutiría en ese foro.

Israel, un país que permanece bajo constante amenaza de desaparecer, no puede dejar que sus enemigos le tomen ventaja, y respondió con extraordinaria agresividad. Desde un principio dejó en claro que su respuesta no sólo estaba dirigida a atacar a las milicias chiítas, sino a todo el Líbano, en un esfuerzo por hacer que la opinión pública se fuera contra Hezbolá y obligara a su gobierno a actuar. La muerte de civiles en ese país desató una ola de críticas en todo el mundo. Pero Israel ha demostrado en muchas ocasiones que pone su seguridad por encima de ellas.

Algunos sostienen que Israel está aprovechando la crisis para tratar de neutralizar dos grupos que buscan su destrucción. En el caso de Hezbolá, pretendería dejarlo fuera de combate y presionar para que el presidente libanés, Emile Lahud, se haga cargo de la frontera con el ejército regular. Para ello se apoya en la Resolución 1559 del Consejo de Seguridad de la ONU, que le ordena al gobierno libanés desarmar a Hezbolá. Por el lado de Hamás, Israel se niega a aceptarlo como gobernante legítimo de la Autoridad Nacional Palestina, pues no ha aceptado el derecho de Israel a existir.

En cualquier caso, aunque la opinión pública israelí hoy se muestre favorable a reaccionar con fuerza a un ataque no provocado, Olmert tendrá que calcular que una presencia prolongada en Líbano podría causarle un gran desgaste. Las casi dos décadas en que sus tropas ocuparon el sur de ese país son recordadas en Israel como uno de los principales errores de cálculo del Ejército de la estrella de David y, según el semanario Time, es una especie de Vietnam para el pueblo judío. Eso sin contar con los reproches de sectores de la comunidad internacional que la semana pasada, encabezados por la Unión Europea y Rusia, calificaron el contraataque israelí como desproporcionado.

Papel aparte juega Estados Unidos, que vetó dos resoluciones de condena contra Israel en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y que podría ser uno de los más perjudicados con estos enfrentamientos. Una agudización del conflicto entre Israel, los palestinos y Líbano podría desestabilizar aun más la hoy convulsionada y caótica Irak. Esto sería aun mucho peor si Siria e Irán, especialmente, terminan involucrados en estos enfrentamientos. Llegado el caso, Estados Unidos tendría que abrir un frente de batalla más en Oriente Medio para defender a su aliado natural en esta región.

El viernes, del lado libanés de la frontera continuaba el lanzamiento incesante de misiles Katyusha sobre poblaciones del norte de Israel, entre ellas Nahariya, Safied y Carmiel. Pero sin duda, los dos misiles que cayeron sobre la tercera ciudad más importante de Israel, la portuaria Haifa, fueron los que más preocupación causaron. Aunque Hezbolá negó estar detrás de los bombardeos, sus milicianos controlan el sur del Líbano. Se creía que los misiles de este grupo sólo podían alcanzar los 20 kilómetros de distancia, pero Haifa se encuentra a más de 30 de la frontera.

Esto demuestra que el poder de Hezbolá sería mucho mayor de lo que pensaba la inteligencia israelí. "Hezbolá puede llegar a usar misiles iraníes de largo alcance sobre territorio israelí. Las consecuencias de esto serían impredecibles", le dijo a SEMANA Ishai Menuchin, vocero de la asociación pacifista de Israel Yesh Gvul. Esto es especialmente preocupante en un Estado tan pequeño como el judío, que siempre ha seguido la vieja doctrina de alejar el conflicto de su propio territorio mediante los ataques preventivos hacia afuera de sus fronteras.

Israel, al cierre de esta edición, combate en Líbano y sigue atacando en Gaza. La demostración de fuerza y el llamamiento de contingentes reservistas parecen indicar que se está preparando para algo más que un ataque de corto aliento. La situación se agrava y las partes cada vez están menos dispuestas a un diálogo. La posibilidad de que una nueva guerra entre los israelíes y sus enemigos del mundo musulmán se produzca ya está planteada y algunos creen que no demorará mucho en iniciarse. "Irán ha declarado su aspiración de borrar a Israel del mapa y Siria tampoco le reconoce el derecho a existir. Ambos regímenes apoyan al terrorismo, por lo cual las posibilidades de una guerra abierta con ellos son altísimas", dijo a SEMANA el analista judío Gustavo Perednik.