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AL GATO Y AL RATON

¿Qué tanto habrá de cierto en las amenazas de Kinn Il Sung de desencadenar una nueva guerra en Corea?

11 de julio de 1994

EN LAS ULTIMAS SEMANAS LOS TITULARES internacionales han registrado el peligro de una nueva confrontación, esta vez segurarnente nuclear, en el único teatro político donde la Guerra Fría sigue teniendo vigencia: la península de Corea. La revista estadoursidense 'Time' dijo en una edición reciente que si las amenazas de Kim Il Sung, el anciano líder de la comunista Corea del Norte, se cumplían, la capitalista Corea del Sur sería arrasada y abocada a una derrota segura a menos que las tropas de Estados Unidos lograran llegar antes de que la situación se hiciera irreversible.

La semana pasada el octogenario Kim renovó sus amenazas al anunciar que tomaría cualquier sanción económica en su contra -por su incumplimiento al tratado de no proliferación de armas atómicas- como un acto de guerra, con "consecuencias devastadoras". Una amenaza que no puede tomarse a la ligera, pues a través de la zona desmilitarizada del paralelo 38 se vigilan nerviosamente a diario dos ejércitos que nunca han dejado el estado de beligerancia. Se trata de 700.000 surcoreanos y 37.000 estadounidenses frente a frente con 1'200.000 norcoreanos, y todos ellos llevan más de 40 años con el dedo en el gatillo.

Desde que ingresó al tratado en 1985, Kim ha jugado al gato y al ratón con Occidente. Durante siete años prohibió la entrada de los inspectores de la Agencia Internacional de Energía Atómica, los encargados de verificar que el combustible nuclear se use para fines pacíficos. Cuando al fin la permitió, se enfrascó en una discusión sobre si los inspectores tenían o no derecho a visitar dos depósitos que, según la observación satelital de Estados Unidos, podrían contener el plutonio necesario para la producción de varias bombas atómicas.

En ese momento, cuando el tema estuvo a punto de ser considerado por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, Corea del Norte anunció su intención de retirarse del tratado, y el remedio pareció peor que la enfermedad porque ese retiro hubiera impedido cualquier nueva inspección y, de paso, lanzado a una carrera armamentista nuclear a los más afectados: Japón y Corea del Sur. Eso hizo que el gobierno de Washington iniciara gestiones angustiosas para que no se materializara el retiro, y las sanciones de la ONU quedaron en veremos.

El arreglo no impidió, sin embargo, que durante medio año se impidiera la entrada de los inspectores al complejo nuclear de Yongbyon, y, cuando por fin pudieron hacerlo, en marzo pasado, no se les permitió tomar muestras para determinar qué había pasado con el combustible en el ínterin. Y la semana pasada, en una medida sorpresiva, mientras los inspectores examinaban un edificio, los norcoreanos desocuparon rápidamente el reactor mayor, con lo que eliminaron para siempre cualquier posibilidad de saber cuánto combustible nuclear han desviado hacia usos militares.

Ese juego del gato y el ratón ha dejado al gobierno estadounidense de Bill Clinton y a su aliado, el surcoreano Kim Young Sam, sin objetivos claros, pues ahora lo máximo que puede controlarse es que Corea del Norte no obtenga más plutonio del que tiene. Y Clinton, para quien el tema internacional es un dolor de cabeza, decidió llevarlo al Consejo de Seguridad, donde se espera la adopción de sanciones.

La gran pregunta es si el anciano líder comunista está dispuesto realmente a desencadenar una guerra de esas características, o si su juego del gato y el ratón, en el que se ha aprovechado de la falta de claridad de sus adversarios, tiene un objetivo diferente, tal vez destinado a salvar a un régimen que se debate entre la rigidez ideológica y una agobiante crisis económica.

Kim juega con el aura de credibilidad que le da el hecho de que no le tembló la mano para invadir el sur en 1950, cuando comenzó una guerra que técnicamente no ha terminado aún. Pero las circunstancias son muy diferentes. Por una parte, a pesar de su superioridad numérica, las tropas norcoreanas disponen de un equipo convencional obsoleto. Para lanzarse a esa aventura Pyongyang tendría que disponer de grandes depósitos de comida y gasolina, algo que los observadores descartan. Y, por sobre todo, en un mundo que ha dejado atrás la confrontación esteoeste, ya no tiene aliados. El presidente ruso, Boris Yeltsin, declaró letra muerta al tratado de asistencia mutua celebrado con la Unión Soviética en 1961. Y China no parece dispuesta a embarcarse como hace 44 años en una guerra que le costó ocho años de desarrollo.

Para completar el panorama la economía de su país está muy lejos de poder sostener un esfuerzo de guerra. En los últimos tres años ha presentado una rata de crecimiento negativa, con el -3.5, -5.2 y -7.6 por ciento. Por primera vez se ha anunciado que el plan de siete años ha fracasado. Moscú dejó de subvencionarla en 1990 al requerir pago en efectivo por sus exportaciones. Y Beijing siguió muy pronto ese camino con lo que la situación entró en barrena, sobre todo en el plano energético. Hoy las industrias pesadas están marchando al 25 por ciento de su capacidad.

El problema de la producción va de la mano de una crisis en alimentos. Según se cree en Seúl, la producción de comida en 1993 bajó a 3.8 millones de toneladas, 9 por ciento menos que el año anterior, mientras las necesidades ascienden a 6.6 millones. A comienzos del año la radio oficial admitió que "la comida es el principal problema que debe resolverse si queremos demostrar la superioridad del sistema socialista". En esas condiciones Corea del Norte se enfrentó a la necesidad de abrir su economía, pero su perfil ideológico no alcanzó para que los inversionistas extranjeros mordieran el anzuelo.

De ahí que la última carta que le queda al régimen de Kim Il Sung es la de jugar con los riesgos inherentes a su programa nuclear con la esperanza de que, al disiparse el peligro de guerra, una normalización de relaciones paralela a un tratado de paz abran por fin el reconocimiento y, sobre todo, el crédito internacional que tanto necesita.

De ahí que el viejo zorro de Pyongyang esté jugándose la carta de la guerra como un último medio para proteger la permanencia de su régimen, ahora que ya ha designado a su hijo, Kim Jong Il. para sucederlo. Lo que más temen en Tokio y Seúl es que su desesperación traspase el límite y le lleve a hacer realidad sus amenazas. En ese caso improbable, la historia del fin del siglo podría tomar un giro inesperado.