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Es raro ver a Angela Merkel con ánimo de fiesta. Pero el pasado domingo le resultó imposible ocultar su modesta alegría. | Foto: Marco Urban

ALEMANIA

Ángela Merkel, supermamá

Angela Merkel, con su arrolladora victoria en las elecciones alemanas, se confirma como la líder más popular de su país y una de las más importantes del mundo. De lo que haga ahora dependerán su legado y el futuro de Europa.

28 de septiembre de 2013

“Merkel puede ser muy dura”, dijo Mijáil Gorbachev al enterarse de que Angela Merkel se había llevado una victoria demoledora el pasado domingo en las elecciones de Alemania. El exlíder soviético, un peso pesado de la historia, lo hizo sorprendido por la popularidad de la canciller, luego de ocho años al mando de un país que rechaza a los poderosos. Pero también lo dijo con admiración, pues los logros de Merkel y los desafíos que ahora la esperan podrían ponerla a ella en el salón de la fama junto al padre de la perestroika.

La doctora en Física aún no asume en propiedad, pues necesita hacer alianzas. Ahora que sus antiguos aliados, los liberales de la FDP, salieron sin un solo escaño en su peor descalabro histórico, deberá negociar alianzas con los verdes (Die Grünen) y los socialdemócratas (SPD), lo que podrá tomar días o, incluso, semanas. Eso tiene a Merkel en aprietos pues debe unirse con quienes fueron su oposición. Pero, sea cual sea el desenlace, hay algo claro: ella mantendrá las riendas de su país y Europa, y seguirá siendo una líder mundial decisiva durante los próximos años.

Para entender a Merkel hay que saber cómo la ven en casa. Allá está lejos de ser la déspota de bigotito hitleriano que la prensa indignada de Grecia, Portugal y España dibuja o la emperatriz benévola de Europa que algunos reconocidos analistas internacionales quieren coronar. 

En Alemania, el nombre Merkel significa confianza, familiaridad y conservadurismo en su definición más pura. No le cuesta cuidar su imagen. Oscila con facilidad entre el poder y la normalidad. La gente la ve gobernar en Berlín o presidir cumbres en Bruselas y, a la vez, sabe que le gusta cocinarle a su esposo (sopa de papa, preferiblemente) o salir a hacer mercado. 

Ella ha sabido explotar estos valores no solo para ganar adeptos, sino también para arrebatarles la palabra a sus contrincantes. Tiene la capacidad de ser popular sin populismo, de liderar sin despertar los viejos fantasmas de la dictadura. Merkel no debate, pero promete una estabilidad que ha sabido garantizar. Hoy Alemania es un país poderoso, próspero y cobija un envidiable Estado de bienestar.

Mutti quiere decir ‘mamá’ en alemán, y así cada vez más comentaristas en Europa describen el fenómeno. Pues también los vecinos de Alemania sienten que la canciller no es tan mala como parecía. Sus políticas de austeridad han mantenido a Europa unida. Algunos países en el norte así como España, Italia y Portugal disponen de políticas y reformas para detener el temblor y bloquear la cabalgata de figuras de la ultraderecha. 

En Bruselas, y en cuanta capital europea Merkel visita, los mandatarios los han visto a ella y a su equipo desplegar la ya famosa “política de los pequeños pasos”: frenan procesos políticos, los analizan y avanzan consensuadamente basados en datos y estudios, no en discursos.

Así Merkel se alíe con los socialdemócratas o los verdes, de ambos solo recibirá espaldarazos para seguir con sus políticas contra la eurocrisis. No sorprende que las reacciones en el continente hayan sido de alivio al conocerse los resultados de las elecciones. Los líderes probablemente habrían extrañado a la mutti, si hubiera sido derrotada.

Algunos le reclaman más liderazgo, pero ella sabe que el peso histórico de Alemania solo permite el ejercicio de un poder consensuado, bajo el principio de la solidaridad. Y otros piden su cabeza, pero no logran decir quién puede hacer las cosas mejor. Basta mirar a Francia: Nicolas Sarkozy siguió taimadamente a Merkel hasta que la crisis lo sacó, y su sucesor Francois Hollande la desafió hasta que, ya en el gobierno, no vio otra alternativa que seguirla.

El resultado electoral demuestra que Merkel es la ficha inamovible de la Unión Europea. Mientras la crisis tumba cuanto mandatario toca, a ella parece fijarla en su rol de líder y en el cénit de su carrera: un momento apropiado para confrontar desafíos y reformar. En Alemania, la crisis ya se siente y Europa está lejos de una cura final: la región todavía necesita una unión financiera fuerte, políticas más liberales y más unidad. A su favor, Merkel tiene dos cosas muy valiosas: la legitimidad en casa y la admiración en el continente.