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APLAZAMIENTO DE UNA VIEJA AMBICION

¿Por qué las elecciones del 86 son malas para Edward Kennedy, y buenas las del 88?

10 de enero de 1983

"El político de la familia es mi hermano Edward", decía con frecuencia John Kennedy cuando era presidente de los Estados Unidos. Esta afirmación parece haberse confirmado por el hecho de que, en los 20 años que han transcurrido desde entonces, ningún hombre ha tenido una presencia tan permanente en la vida política de los Estados Unidos como el hijo menor de esta famosa dinastía. Nadie en la historia norteamericana ha sido candidatizado tantas veces a la presidencia de la república y nadie ha declinado con tanta frecuencia este ofrecimiento. En todas las elecciones que han tenido lugar desde 1968 su nombre ha "sonado" y, con la excepción de 1980, cuando buscó abiertamente la candidatura, siempre se ha retirado voluntariamente.
Lo paradójico de todo esto es que lo único que Kennedy anhela es ser presidente. La mitología que se ha creado alrededor de su familia quedaría inconclusa si él no lo fuera. El pueblo americano, en cierta forma parece compartir este sentimiento. De ahí, que durante años, en las encuestas de opinión pública, su nombre ha sido el más opcionado para ganar la candidatura de su partido. Lo es ahora mismo en momentos en que acaba de hacer pública su decisión de no presentarse en 1984. Aún cuando oficialmente esta decisión fue justificada invocando la necesidad de dedicarse a sus hijos, con motivo de su reciente divorcio, la razón es otra.
Como le ha sucedido muchas veces en el pasado, Kennedy sabe que le es fácil ser candidato pero muy difícil ser presidente. Después de la tragedia de Chappaquidik en que se ahogó su acompañante Mary Joe Kopechne, esta parece ser su maldición. Cada vez que se crea un movimiento de opinión pública a favor de su nombre se crea uno igualmente fuerte en su contra. Así lo demostraron las elecciones de 1980 cuando Kennedy, triunfador seguro según todas las encuestas, fue fácilmente derrotado por Carter no obstante la fama de incompetente que éste tenía.
El principal factor en la derrota de Kennedy fue la toma de la embajada norteamericana en Irán. El senador tuvo la mala suerte de que escasos dos días después de anunciar su candidatura, los estudiantes radicalizados, seguidores del Ayatholla Khomeiny, invadieron la embajada norteamericana. En ese momento todo cambió.
La primera manifestación inmediata de ello fue una solidaridad nacional alrededor del presidente, lo que le permitió a éste ganar una serie de elecciones primarias que pocos días antes se daban como seguras para Kennedy. Estas inesperadas derrotas rompieron súbitamente el mito de invencibilidad de los Kennedy en el terreno electoral. De hecho, desde 1948 los políticos de esta familia ganaron todas las elecciones municipales, estatales y nacionales a que se habían presentado, con una sola excepción: la primaria de Ohio en 1968, cuando Eugene McCarthy derrotó a Robert Kennedy. Ocho días más tarde el senador sería asesinado.
Con estos antecedentes lo que le sucedió a Edward Kennedy no pudo ser más humillante: durante casi dos meses fue derrotado por Carter en todos los estados donde se enfrentaron. Una victoria tardía de Kennedy en Nueva York paró esta racha, pero había sido demasiado tarde.
Tal desastre político puso obviamente sobre el tapete, de nuevo, el debate moral de Chappaquidik, y Kennedy, que había logrado neutralizarlo considerablemente, se encontró una vez partiendo de cero en ese terreno. Esto estaría funcionando todavía y su renuncia a la candidatura del 84 obedece en parte a ello.
Sin embargo, hay dos razones adicicnales, de orden ideológico, que justificarían aplazar la candidatura de Kennedy hasta 1988.
Su ideología liberal, que mantuvo valientemente durante el viraje a la derecha del electorado, y que llevó a Reagan al poder, no es hoy una ventaja para él. Su enfoque político, que fuera popular hace unos años, puede ahora no estar todavía sintonizado con las preferencias dominantes del electorado. Reagan mismo tiene incluso serias posibilidades de ser reelegido, según lo muestra el balance de las pasadas elecciones de la mitaca norteamericana.
Si Kennedy no está dispuesto a cambiar su programa político, tendrá que esperar a que, una vez agotada definitivamente la reaganomía, y aflorados suficientemente los excesos de esa administración, sea la opinión la que venga hacia el político demócrata por ver en él una alternativa clara al status quo.
Por lo demás Edward Kennedy tendrá en el 88 solo 56 años y en todas las elecciones --como dijo Guillermo Cano, del "Espectador"-- hasta el año 2.000 tendrá menos años de los que tiene hoy Reagan.--