Home

Mundo

Artículo

El estadounidense Robert Peary fue el primer explorador en alcanzar el Polo Norte. El hielo que pisó en 1909 se derrite rápidamente por cuenta del cambio climático

geopolítica

Arde el Ártico

La reciente llegada de los rusos al fondo del Polo Norte desató una carrera frenética de las potencias por asegurar su parte en los recursos de la región.

25 de agosto de 2007

A Robert Peary le tomó 18 años de expediciones en las condiciones más difíciles alcanzar lo que llamó "el último gran premio geográfico". Antes de convertirse en el primer explorador en llegar al Polo Norte se le congelaron algunos dedos de sus pies, que le tuvieron que amputar. Cuando arribó, el 6 de abril de 1909, la carrera al Polo Norte se dio por terminada. Pero hoy, casi un siglo después, un puñado de países ha lanzado su propia competencia por el Ártico. El vasto océano cubierto de hielo se ha convertido en un apetecido destino para las misiones de las cinco naciones que tienen territorio en el círculo polar y aspiran a extenderlo para reclamar sus riquezas: Rusia, Noruega, Canadá, Estados Unidos (por cuenta de Alaska) y Dinamarca (porque controla Groenlandia).

El Ártico se está calentando, literal y metafóricamente. El hielo sobre el que marchaba Peary se derrite a un ritmo acelerado por cuenta del calentamiento global. Y los intereses económicos para explotar sus rutas y recursos ha elevado la temperatura de la disputa política, como dejó en evidencia, una vez más, la cumbre norteamericana del lunes y martes en Montebello, Québec. Temas como la inmigración o el libre comercio se vieron eclipsados por el desacuerdo entre Estados Unidos y Canadá por cuenta del paso del noroeste. Se trata de una ruta que comunica el Atlántico con el Pacífico, bloqueado durante mucho tiempo por el hielo, pero que perfectamente podría ser navegable en pocos años. Washington considera que son aguas internacionales, mientras Ottawa las reclama como propias.

Esa es sólo una de las disputas entre los llamados 'países árticos'. El diferendo por el mar de Barents entre Noruega y Rusia lleva más de tres décadas sin solución, y submarinos rusos patrullan el área desde los tiempos de la Guerra Fría; el Parlamento de Moscú se ha negado a ratificar un acuerdo con Estados Unidos sobre el control del mar de Bering; y Canadá y Dinamarca llevan años peleándose la pequeña isla Hans.

Es mucho lo que está en juego. No se trata sólo de las rutas marítimas o el inmenso potencial pesquero. Ya se habla de una nueva "fiebre del oro", pero negro. Algunos estudios aseguran que una cuarta parte del petróleo y gas sin explotar en el mundo estarían debajo del hielo, además de otra variedad de valiosos minerales. Frente al polvorín en que se ha convertido Oriente Medio, el Ártico no luce tan inhóspito.

Y es que el cambio climático ha abierto una ventana para explotar esos recursos. Desde 1979, cuando los satélites comenzaron a medir la extensión del Ártico, se ha perdido un 20 por ciento de superficie. Los primeros estudios hablaban de un mar despejado para el verano de 2070, pero el hielo se derrite más rápido de lo presupuestado y algunos datos científicos lo anticipan a 2020. El deshielo podría estar a la vuelta de la esquina y el colonialismo polar no se ha hecho esperar.

En principio, el Ártico está bajo jurisdicción internacional. Según la Convención de Derecho Marítimo de la ONU, cada país tiene derecho a los recursos que se encuentran hasta a 200 millas náuticas de su costa. A partir de ahí son aguas internacionales, a menos que un país demuestre que el lecho marino es una extensión de su plataforma continental. Rusia alega que la cordillera submarina Lomonosov, que se extiende debajo del Polo Norte, es una prolongación de la plataforma siberiana y ya presentó, sin éxito, su alegato en 2001. Dinamarca, por su parte, cree que la cordillera es parte de Groenlandia y también ha invertido millonarios recursos en investigaciones. Canadá ha hecho lo propio.

El afán radica en que, según las condiciones del tratado, cada signatario tiene un límite de 10 años desde el momento en que lo ratificó para presentar sus alegatos. El plazo de Rusia vence en 2009, el de Canadá en 2013 y el de Dinamarca en 2014. Estados Unidos no se encuentra en una posición muy favorable. Su resistencia a ceder soberanía ha hecho que el Congreso se niegue a ratificar el tratado, con lo que, hasta hoy, no tiene una voz en la toma de decisiones. La pelea jurídica para parcelar el Ártico puede durar décadas, pero nadie quiere perder tiempo.

En su momento, Peary necesitó la ayuda de inuits (esquimales) y más de 200 perros huskies. La expedición rusa de comienzos de mes estaba compuesta por un rompehielos nuclear y dos sofisticados minisubmarinos de última tecnología. La misión, liderada por el carismático explorador polar y vicepresidente de la Cámara de Diputados, Artur Chilingarov, buscaba pruebas científicas para respaldar el alegato ruso. Pero terminó en el criticado pero rentable gesto simbólico de plantar una bandera rusa de titanio en el fondo del océano Ártico, a más de 4.000 metros de profundidad, justo debajo del punto donde se paró Peary. "El Ártico es ruso y debemos manifestar nuestra presencia", dijo Chilingarov. El Kremlin planea otra expedición en noviembre para fortalecer su posición.

Los otros países consideraron el gesto una provocación. Canadá, en particular, declaró que ya no es el siglo XV para ir por el mundo plantando banderas para reclamar un territorio. Y si Moscú envía submarinos, Ottawa envía a su primer ministro. Después de la expedición rusa, Stephen Harper visitó los lugares más al norte del país para reafirmar la soberanía canadiense y anunciar "una presencia real, creciente y a largo plazo en el Ártico". Sus palabras estuvieron respaldadas por una millonaria inversión en dos nuevas bases militares, un puerto en mar abierto y ocho naves de patrulla. A eso se suma una expedición científica danesa y un equipo estadounidense que está elaborando mapas del suelo oceánico.

Hasta hoy, la región más al norte del planeta ha sido explorada mediante la colaboración internacional, y era considerada patrimonio de la humanidad. El temor es que esa situación cambie. "Por ahora, el hecho de que ninguna nación pueda conquistar el Ártico por sí misma es probablemente una fuente de alivio", aseguraba recientemente The Economist. "En el momento en que reclamos nacionalistas y contra reclamos están resonando sobre los témpanos de hielo, lo intratable de la región todavía fuerza a sus potenciales conquistadores a entenderse". Nadie se aventura a decir por cuanto tiempo.

Los riesgos de una actividad febril son inmensos. Los ambientalistas advierten que la batalla por el Ártico es una bomba de tiempo ecológica, pues su vida salvaje es única y los derrames en aguas gélidas son casi imposibles de limpiar. Pero su explotación, a juzgar por los últimos gestos, parece inevitable. Los 7,2 millones de dólares que Washington pagó en 1867 a los rusos por Alaska podrían ser el mejor negocio de la historia.