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BAJO FUEGO CRUZADO

Las atrocidades de los croatas en Krajina demuestran que en una guerra no hay lado bueno.

11 de septiembre de 1995

CUANDO SE CONFIRMAron las noticias acerca de la ofensiva del ejército de Croacia contra la región de Krajina, destinada a recuperar ese territorio rebelde habitado principalmente por serbio-croatas, los países occidentales, sobre todo Alemania y Estados Unidos, reaccionaron en forma poco enérgica. El secretario de Defensa estadounidense, William Perry, dijo ante Reuters Television que "el gobierno croata tiene un obvio desagrado ante los ataques de los serbio-croatas de Krajina". Klaus Kinkel, el ministro de Relaciones Exteriores de Alemania, dijo que "no podemos olvidar que los años de agresión serbia han afectado seriamente la paciencia croata". En forma más directa, pero con similar debilidad, los gobiernos de Francia y Gran Bretaña condenaron el recrudecimiento de la violencia en los Balcanes.
El motivo aparente detrás de esa debilidad era el 'cansancio' de occidente ante las atrocidades cometidas por los serbios (en todas sus denominaciones, serbo-croatas, bosnios-serbios o serbios propiamente, entre otras) cuando estaban a la ofensiva. En particular el éxodo forzado de personas y los ataques francotiradores contra los civiles de Sarajevo, habían puesto a los combatientes serbios como los malos de la película.
Pero el bombardeo sobre la ciudad de Knin, y sobre todo las columnas de nuevos refugiados, esta vez no bosnios musulmanes, sino los propios serbios, atrapados en el fuego cruzado, le restaron toda credibilidad a esa tesis y recordaron una verdad elemental: no hay guerra buena.
La realidad es que Alemania y Estados Unidos apoyan veladamente a Croacia no porque sus soldados sean mejores personas que los serbios, sino porque en Washington y Berlín piensan que la aparición de Croacia como potencia regional, combinado con las amenazas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte contra los serbios de Bosnia, podría mejorar las posibilidades de una solución negociada sobre la base del respeto por la integridad de BosniaHerzegovina y un principio de autonomía de las regiones serbias.
Pero esa actitud tiene varios problemas. Por un lado, a los serbios no se les olvida que Croacia fue, bajo un régimen marioneta, cercano aliado de los nazis, y sus tropas ustashe perpetraron un genocidio de serbios en la Segunda Guerra Mundial. Ni tampoco que fue el apresurado reconocimiento alemán de Croacia lo que desencadenó la guerra civil. Ni que Estados Unidos se opone a los serbios porque éstos son aliados tradicionales de Rusia.
A esa pérdida de credibilidad de los supuestos mediadores, se suma otro peligro, que podría consistir en que los propios croatas, envalentonados con su éxito en Krajina, decidieran seguir su camino hacia otro enclave serbio que reclaman, Eslavonia. Esto arrastraría inevitablemente a la guerra a lo que queda de Yugoslavia, formada por Serbia y Montenegro, cuyo presidente, Slobodan Milosevic, carga ya con la culpa de no haber acudido en rescate de sus paisanos de Krajina. De la actitud de Milosevic, a quien observadores occidentales llaman el 'máximo oportunista', podría depender, en buena medida, el curso de los próximos meses. Siguiendo el sueño de una 'Gran Serbia', su ejército apoyó la formación de la 'República de Krajina' en 1991, y seis meses después sus equipos y municiones contribuyeron a que los serbio-bosnios se apoderaran del 70 por ciento de Bosnia. Pero las sanciones económicas con que la ONU lo castigó tienen a su país estrangulado, lo que lo ha llevado a prometer buscar la paz a cambio de su levantamiento.
Pero aun si se lograra una paz negociada, lo cual parece bastante lejano, los bosnios musulmanes saben que su alianza con los croatas tiene su motivación más en su conveniencia mutua frente a los serbios, que a una auténtica amistad. En Sarajevo siguen diciendo que a mediano plazo los serbios y los croatas se volverían a unir para repartirse el territorio bosnio.
Eso suena pesimista. Pero no hay que olvidar que se trata de la vieja Yugoslavia, un país que se jactaba de su convivencia multicultural y que resultó despedazado por líderes que, como el croata Franjo Tudjman y Milosevic, pasaron sin transición del comunismo al nacionalismo más destructivo, ante la mirada inepta de la comunidad internacional. En ese terreno, cualquier cosa puede pasar.