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El presidente cubano, Raúl Castro. | Foto: EFE

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La instantánea de Raúl Castro

¿Por qué salió Raúl Castro en la foto y no Fidel? Por lo mismo que salió ‘Timochenko’ con John Kerry. Retrato de la historia detrás de una imagen en La Habana.

Poly Martínez, colaboradora de Semana.com
22 de marzo de 2016

“Raúl el Terrible”. Ese fue uno de los apodos que él mismo se dio en los primeros años del triunfo de la Revolución. El menor, el bajito, la “pulguita”, como le decían en su casa. Por años a la sombra, sólo en 1997 fue designado por Fidel su sucesor. Once años después asumió el cargo, aunque siempre lo señaló como su más fiero reemplazo.

Segundón. Quién habría imaginado que la foto de ayer, esos 20 segundos o más de saludo apretado con Obama en el Palacio de la Revolución, iba a estar en manos del “chino”, como le dicen en Cuba por tener ojos rasgados.

Entonces, ¿cómo fue que llegó “emperchado” a la foto con Obama, y no Fidel? Igual a como llegó ‘Timochenko’ –no Cano, Reyes o Tirofijo– a la reunión con Kerry: por el camino del pragmatismo, no el de la radicalización. Ambos saben que la supervivencia depende de la adaptación. Y en eso, sin dejar su creado de lado, Raúl Modesto Castro Ruz ha sido campeón.

Más comunista que Fidel y desde mucho antes, Raúl llegó bajito de todo al triunfo de los barbudos: bajito de educación formal, de estatura, de peso, y medio lampiño. Eso sí, hábil y aventajado siempre en cosas de inteligencia e intriga, con capacidad administrativa y de jugar a varias bandas. Sin que Fidel supiera, por ejemplo, Raúl fue quien estableció los primeros contactos y muy temprano en la Revolución, con la entonces URSS. Y los mantuvo a mano hasta mediados de los 90: en su despacho del Ministerio del Interior, en un cuartico aparte e insonorizado, estaba el teléfono rojo que, al descolgarlo, se oía una voz saludar en ruso. Y aún a sabiendas de Fidel, Raúl fue quien avanzó los contactos con Estados Unidos vía el Vaticano y Canadá. Menos retórica, más práctica: ese es él.

Raúl siempre fue la cabeza del Ejército cubano, del Ministerio del Interior, de toda su red de espías y, en paralelo, de los famosos contingentes de trabajadores de la construcción, como el temido Blas Roca, grupos paramilitares creados a finales de los 80 para apuntalar en las calles, o donde hiciera falta, el mensaje de que en la isla no había Cortina de Hierro para abrir y el único muro –si querían saltar– tenía 90 millas de alto y estaba hecho de puro mar. No en vano Raúl se ganó la mala fama que tiene en la isla, identificado como el amo y señor de la máquina de represión. Entre los dos Castro es el menos querido, aunque de ambos rajan por igual y por deporte nacional.

Raúl podrá ser el menor pero no es ningún “Raulito”: ha sabido entender mejor que Fidel la necesidad de cambios y de flexibilidad económica como sustento para mantener la línea ideológica. Desde temprano en los 90, cuando Cuba entró en el tremendo Período Especial en tiempos de Paz, fue Raúl –y no Fidel– quien apoyó la apertura de mercados campesinos para que la gente tuviera algo de comida, responder al desabastecimiento y fomentar las cooperativas.

Raúl comprendió, además, que la industria militar era obsoleta y en tiempos de crisis tenía que ponerla a producir otras cosas, como alimentos, antes que balas (el mismo “socialismo sostenible” del que habla ahora). También, conociendo a su gente y que en manos de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba) caería la tarea de imponer al régimen si la crisis empeoraba, hizo lo mejor por tenerlos contentos: una javita mensual con jabón, aceite y otras cosas básicas.

Engrasó la maquinaria del Ejército, les dio puestos en la industria del turismo, abrió otros frentes y su línea se fue fortaleciendo en la Asamblea. A mediados de los 90, con el mundo mutando, Fidel emprendió una ofensiva internacional para mantenerse en la jugada, mientras Raúl mandaba en casa. Pero de eso hace mucho; Fidel está ausente hace años, envejecido, achicado. Ya no está como para fotos.

Si la vida es dura, la Historia puede ser cruel. A unas personas les toca figurar en el momento clave, a pesar de que otros se hubieran preparado para esa foto. La imagen del lunes con Fidel habría sido muy diferente, acaso imposible porque a él le pesan en exceso la política y la Historia, sin sumar su vanidad. Pero, además, Raúl tiene sentido del humor y eso, combinado con pragmatismo, es un mejor escenario para todos.

Raúl ha roto las reglas sin traicionar a la Revolución. Más relajado con el protocolo y buen bailarín, no va a dejar que los cubanos se mueran de hambre ni que el régimen se quede sin oxígeno. Hace décadas Cuba no sabe vivir sin ayuda, llámese “tubo” soviético, remesas, deuda china o petróleo venezolano.

Ahora, al son de una bayamesa, se acerca a su mercado natural mientras Fidel y Maduro –el uno en una silla de ruedas, ya al borde de los 90, y el otro en una mecedora con cojín de flores, como un niño grande y pesado– repasan sentados las historias de un abuelo. Todo puede pasar todavía, pero pienso que es mejor que no se dé la foto de Obama y Fidel precisamente por el tono que dejaría.

Dicen que aunque falta camino, este encuentro en La Habana marca el fin de la Guerra Fría. Esa perspectiva sirve de encuadre para la foto porque en realidad la temperatura viene subiendo hace rato, más aún tras el 11-S y la explosión fundamentalista. Hoy son tantos los fogones encendidos en el resto del mundo, que no hay tiempo para postales.

Todo parecía dispuesto para que fuera Fidel. Siempre Fidel. Grande, alto, imponente y seductor (perfecto para el tête-à-tête con Obama). Fidel sabelotodo, experto, curioso y dogmático. Fidel el mil vidas. Fidel, el “Caballo”, dueño de la Historia. Fidel y más Fidel. Lo que pasa es que ya nadie negocia con mitos.