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CAMBALACHE

El triunfo del peronismo en las elecciones obliga a Alfonsín a cambiar su planes económicos

12 de octubre de 1987

Después del golpe recibido en las elecciones del pasado 6 de septiembre, el presidente argentino Raúl Alfonsin se debe sentir más solo que nunca. Por primera vez la historia parece haber tomado de sorpresa a este hábil político que desde que arrancó con su campaña electoral cuatro años atrás, no había dado tregua a sus contrincantes al asumir siempre con la iniciativa, dejándole sólo el papel de la reacción.
Pasados dos días desde el comicio Alfonsín permanecía encerrado en su casa de Olivos, confundido, pensando cómo responder a la magnitud del descontento, quizás dirigiendo aún unos resultados que nadie previó. El partido gobernante, la Unión Cívica Radical, sacó el 37% de los votos pero perdió 13 bancas en la Cámara Baja -sin poder ahora constituir quórun propio- y se quedó con solo dos gobernantes en Córdoba y Rio Negro. Los peronistas por su parte, ganaron cinco curules de diputados e impusieron sus gobernadores en 17 de las 22 provincias. Entre estas, la poderosa y populosa -cerca del 50% de electorado- Buenos Aires, en la que el candidato del Frente Justicialista (peronista) derrotó al radical Casella por casi el 10%, margen nunca sospechado ni por el más optimista seguidor del difunto Perón.
La dinámica presidencial ya había venido perdiendo fuerza en los últimos meses, empantanada en una crisis económica que se resiste a ceder y limitada por una sensación generalizada de incredulidad en la palabra oficial.
El recrudecimiento de la inflación -con un índice de casi el 14% en agosto- volvió a poner en duda la estabilidad y echó a tierra los planes de crecimiento del equipo económico, que hasta habían rendido pocos frutos.
Esto significó para la gente salarios deprimidos, cesantía, pero sobre todo la convicción de que "estamos peor que antes". "Había que demostrarle al gobierno que esta política económica no podía seguir adelante", dijo una votante desilusionada.
También la credibilidad gubernamental sufrió un embate después de los sucesos de Semana Santa. Entonces, un grupo de militares se amotinaron para exigir la suspensión de los juicios a sus compañeros acusados de crímenes contra los derechos humanos, cometidos durante la dictadura.
Si bien el Presidente aseguró no haber negociado su rendición, la rápida aprobación de la Ley de Obediencia Debida -por la cual se eximió de los juicios a todo el personal militar y de seguridad por debajo del rango de brigadier general- y las subsecuentes declaraciones de jefes militares sobre "espacio político ganado en Semana Santa", dieron a muchos argentinos la impresión de que no se les dijo todo. Según el periodista Tomás Eloy Martínez, el gobierno perdió apoyo "al no haber confiado en la inteligencia con que los gobernados podían asumir la verdad ".
Los grandes proyectos del Presidente: el traslado de la capital a Viedma, que ahora ya es ley, la reforma constitucional y la fundación de la segunda República, no se han hecho carne en los argentinos y se están convirtiendo en utopías con que nadie sueña.
Pero sería incompleto explicar estas elecciones. Sólo como una derrota de los radicales. También fue el triunfo de un peronismo renovado, con dirigentes que han hecho un enorme esfuerzo por transformar este movimiento autoritario y violento que albergara personajes tan siniestros como López Rega, en un partido moderno con métodos más democráticos. No obstante, sólo áhora que tendrá que compartir el poder casi a medias con el partido oficial, se sabrá qué tan sólida ha sido la conformación del nuevo peronismo. Hay quienes temen que los conflictos internos aún no resueltos y la fortaleza de caudillos iradicionales -muchos de los cuales volvieron a ganar en provincia- tendrán tanto peso en el accionar futuro de los peronistas que terminarán por debilitar las instituciones que gobiernen.
A pesar del silencio de derrotados y triunfadores sobre el rumbo que tomarán ante el nuevo panorama político argentino, es claro que el gobierno deberá cambiar sus planes económicos y pactar con el peronismo sus futuras políticas en lo militar y laboral, si quiere evitar quedarse paralizado durante los dos años que le restan. Según pudo establecer SEMANA puede haber un brusco giro hacia la liberalización de la economía, pero también se estaría considerando la opción opuesta de aflojar el rígido ajuste impuesto por la renegociación de la deuda externa que se firmó hace menos de un mes en Washington.
Para algunos observadores gobierno y sistema en la Argentina están aún hoy muy ligados y la debilidad del primero afectará al segundo. De ser esto cierto, la soledad de Alfonsín abre peligrosamente campo a las presiones militares que buscan una reivindicación total del terrorismo de Estado con que se combatió la guerrilla. Por otro lado, sin embargo, el hecho de que el electorado hubiera podido manifestar su descontento optando por la alternativa fortalece la lógica misma de una democracia.
La última vez que los argentinos pudieron votar por tercera vez consecutiva fue en 1962, y entonces, cuando el peronismo ganó la gobernación de la provincia de Buenos Aires, en un intento por salvarse el gobierno central la intervino, sólo para desintegrarse a los pocos meses bajo la bota militar. Ahora las dos fuerzas políticas mayoritarias, que en conjunto representan al 80% del país, tienen la responsabilidad de que esto no vuelve a suceder.