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¿CAMINO A LA REELECCION?

Clinton, proclamado candidato oficial del Partido Demócrata, se perfila como el presidente del cambio de milenio.

30 de septiembre de 1996

Bill Clinton había dicho que su discurso ante la Convención Demócrata de Chicago sería el más importante de su carrera. Eso es difícil confirmarlo en un político relativamente joven, pero lo cierto es que sus palabras lograron galvanizar a su audiencia. Dos semanas atrás, su contrincante Bob Dole había aceptado en San Diego la candidatura republicana con una nostálgica remembranza a Estados Unidos de su juventud, de ciudades pequeñas y valores morales y familiares a toda prueba. En Chicago, el presidente recogió la lanza al decir que, "con todo respeto, no debemos construir un puente al pasado. Nosotros necesitamos un puente al futuro". En su discurso de 65 minutos usó repetidamente la misma metáfora, para invitar a los norteamericanos a atravesar con él el umbral del siglo XXI. Tan marcada apelación al porvenir logró, sin decirlo, poner en el primer plano la diferencia de edades entre los dos candidatos: Dole tiene 73 años y Clinton 50. El discurso de Clinton evitó el error cometido hace cuatro años de pintar su política en brochazos demasiado amplios, incapaces de llegar al oyente desprevenido, y esta vez trajo a cuento un inventario de temas electorales muy concretos, referidos a cuatro aspectos fundamentales: educación, economía, ecología y ancianidad. A tiempo que atacó la propuesta de Dole de reducir en un 15 por ciento los impuestos, propuso un programa de creación de empleos mediante exenciones impositivas para las empresas que contraten a personas amparadas por el seguro de desempleo, y un plan para incentivar la creación de empleo en zonas pobres, por valor de 3.000 millones de dólares. Al final, Clinton se consolidó como el más seguro ganador de las elecciones, con más de 12 puntos de ventaja en las encuestas, y su vicepresidente Al Gore, aclamado también por su discreto pero crucial papel, quedó como su seguro sucesor en caso de que la fórmula gane en noviembre. En el balance, la Convención demócrata presenció una nueva prueba de la capacidad de resurrección política del candidato a la reelección. Porque no es gratuito que a Clinton le llamen sus amigos 'The comeback kid', algo así como 'El muchacho que resurge'. Hace menos de dos años, el presidente era negado como el Nazareno por parlamentarios de su partido para quienes una excesiva asociación con su nombre podía amenazar sus propias posibilidades electorales. Los temores no eran injustificados, porque en noviembre de 1994, en medio de una baja histórica en la imagen del presidente, el Congreso cayó por primera vez en muchos años bajo el poder de una absoluta mayoría republicana.
En ese momento, cuando el personaje más conocido de la política norteamericana era el pugnaz Newt Gingrich como Speaker de la Cámara de Representantes, nadie hubiera dado un dólar por la reelección de Bill Clinton. Y la historia estaba de parte de quien así pensara, porque sólo tres presidentes demócratas lograron ser reelegidos desde que se fundaron los Estados Unidos: Franklin Roosevelt en 1936, Woodrow Wilson en 1916 y Andrew Jackson en 1828. La recuperación del presidente comenzó cinco meses después del desastre demócrata en el Congreso, cuando se presentó el atentado criminal de la ciudad de Oklahoma, pues la opinión pública sintió que su manejo de la tragedia fue acertado. Poco más tarde, los envalentonados republicanos se enfrentaron con él para obligarlo a aprobar un presupuesto fabricado a su medida, y en el esfuerzo cerraron literalmente al gobierno durante varias semanas. La presencia de ánimo del jefe del Estado lo proyectó ante los norteamericanos como un defensor de los intereses de la gigantesca clase media de ese país frente a las incursiones republicanas. Y, al mismo tiempo, el presidente lograba posicionarse como un centrista de nuevo cuño, capaz de arrebatar al partido de la oposición sus banderas más preciadas, como el presupuesto balanceado, los valores familiares o la reestructuración del sistema de seguridad social. No es gratuito que la última parte de la campaña, con el viaje de varios días en un tren llamado 'Expreso del Siglo XXI', haya tenido una llamativa participación de su esposa Hillary y su hija Chelsea. Entre tanto se anunció que la economía norteamericana alcanzó durante el segundo trimestre su crecimiento más vigoroso de los dos últimos años, a una tasa anual del 4,8 por ciento. Todo ello, junto con la unidad del partido de gobierno y el comportamiento de las encuestas, hacen pensar que el camino de Clinton está despejado, y el de Dole lleno de espinas.
Escándalo inoportuno
La noche del jueves habría sido perfecta para el eufórico Bill Clinton si no hubiera sido por la intempestiva renuncia de Richard Morris, uno de sus principales estrategas, involucrado en una relación con una prostituta de 400 dólares por hora. El escándalo estalló por cuenta del tabloide The Star, que le pagó a la mujer, Shelly Rowlands, para que revelara la historia, incluyendo detalles como que el asesor permitió a su amiga escuchar las conversaciones que sostenía con Clinton, leer el texto de los discursos de sus jefes y le contó la forma como los empleados llaman al presidente (el 'monstruo') y a Hillary (el 'tornado'). Según Rowlands, Morris le contó que le hubiera gustado tener un affaire con Hillary si ambos no hubieran estado casados. Con todo eso de por medio, Morris no tuvo otra opción que renunciar, para evitar que el tema afectara las posibilidades de Clinton de ser reelegido. Sin embargo, los analistas coincidieron en que el tema de Morris será olvidado muy pronto, entre otras cosas por la premura en la reacción de la Casa Blanca, y que, en cualquier caso, el candidato no es Morris sino Clinton. No obstante, un regocijado Bob Dole no dejó de apuntar que fue el propio Morris quien dirigió la estrategia hacia el centro de Clinton, y que su renuncia significará que el presidente regresará a su signo político de 'liberal demócrata', un remoquete que, a juicio de los republicanos, es poco menos que ofensivo.