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Los vecinos de los barrios de clase alta montan barricadas para trancar las calles, creyendo que con eso lograrán un cambio. | Foto: AP

VENEZUELA

Caracas, una ciudad dividida

Los opositores al gobierno de Nicolás Maduro no solo provienen de los barrios elegantes de Caracas. Muchos viven en las zonas más deprimidas y, aunque son los más afectados por la crisis, no salen a protestar.

8 de marzo de 2014

Sus vecinos no lo saben. No tendrían por qué sospechar, ya que de la ventana de su casa en el barrio 23 de Enero, bastión chavista de Caracas, cuelga una bandera para conmemorar el aniversario de la muerte de Hugo Chávez. Los ‘colectivos’, grupos chavistas parapoliciales armados, le han pedido colgar afiches de apoyo a Nicolás Maduro en las paredes. Y ella lo hace con gusto, de puertas para afuera. Pero si algún entrometido revisara las gavetas de su cocina encontraría vasos de plástico con el nombre de Henrique Capriles y enrollado entre el clóset, un afiche de su fallida campaña presidencial.

La opositora no quiere revelar su nombre: trabaja para un programa gubernamental, por eso su preferencia política es un asunto íntimo. Según explica, no le interesa ganarse problemas ni en su trabajo, ni con sus amigos y familiares que militan en el otro bando. La oposición se lleva por dentro. Cuenta que hay otros como ella en el barrio, algunos valientes cacerolean de vez en cuando pero no se atreven a protestar en la calle. “Mientras la gente del 23 esté tranquila, esto va a seguir igualito”, dice. Para ella, la gente en los sectores más populares anda ocupada consiguiendo comida y no tiene tiempo para protestas.

Muchos chavistas culpan de la escasez a los empresarios burgueses que, según el gobierno, acaparan los alimentos. Así, para ellos las protestas son solo un berrinche de clase alta. Pero han salido a los medios voceros de barrios populares, quienes aseguran que allí también hay descontento con el gobierno. Entre ellos está Yeiker Guerra, de Petare, considerada una de las favelas más grandes de América Latina. “Aunque no se vea, no significa que no haya razones para protestar. Son las clases bajas las que más están sufriendo la inseguridad y la inflación, el problema es que los colectivos armados actúan con mayor fuerza en estas zonas”, le dijo Guerra a SEMANA. Otros activistas como Víctor Becerra, un estudiante del 23 de Enero que está lanzando un movimiento llamado Generación del 14, o Julio Coco, del sector de La Pastora, han reiterado que el descontento en sus barrios no se traduce automáticamente en que se identifiquen con la oposición.

Según Óscar Olindo Camacho, experto en desarrollo y urbanismo, en los cerros de la ciudad habita el 30 por ciento de los caraqueños, en condiciones de pobreza. La mayoría de ellos no se han sumado a las protestas por miedo o porque no sienten respaldo de los dirigentes opositores, que tampoco han trabajado de la mano con sus propios líderes barriales. Si eso no sucede, no se sumarán al cambio.

El escenario donde se están llevando a cabo las manifestaciones no produce ningún efecto sobre el gobierno: no se reclaman los derechos frente al palacio de Miraflores o la Asamblea Nacional ni se exigen medicinas frente al Ministerio de Salud. En parte es porque el gobierno ha prohibido que las protestas lleguen al centro de la ciudad y a sectores chavistas. “No pasarán”, ha dicho Maduro en varias ocasiones.

La confrontación entre los manifestantes y las fuerzas de seguridad del Estado se da en los sectores más pudientes de la ciudad y las barricadas se hacen en las zonas residenciales de clase media y media-alta. Esto solo refuerza la idea de que las protestas son cosa de los ricos y que lo único que están causando son problemas vecinales.

Si en el imaginario colectivo el 23 de Enero es el referente geográfico del chavismo caraqueño, la Plaza Altamira es el de la oposición. De día los vendedores de helados recorren los jardines y los novios se sientan en las bancas. Pero cuando empieza a caer el sol llegan los descontentos, arman sus ‘guarimbas’, atraviesan alambre y escombros en las avenidas y juegan a tumbar al gobierno inspirados por lo que pasó en Ucrania.

El miércoles en la noche la Guardia Nacional lanzó gas lacrimógeno dentro de los apartamentos y arremetió contra los carros de quienes viven en el sector, según denuncias del alcalde de Chacao. El anuncio del presidente Maduro de que cualquier “candelita que se prenda, candelita que se apaga” y el haber enviado un abrazo a los motorizados se interpretó como un guiño a los colectivos.

“No les vamos a lanzar flores, no nos vamos a dejar joder”, dice Christian Andrade, que organiza a los más jóvenes en la Plaza Altamira cuando se arma el tropel. Para él y otros amigos del distrito de Chacao, cada noche se libra una batalla contra una dictadura. Para la otra mitad de la ciudad, es un acto incomprensible.