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BARAK OBAMA Se dirige a un auditorio en el centro de convenciones Orborn, en Jacksonville, Florida, el 19 de julio. El jueves se supo que el presidente tiene una importante ventaja sobre su rival en tres estados claves: Ohio, Florida y Pennsylvania.

ESTADOS UNIDOS

Carrera por la Casa Blanca, en tierra derecha

Cuando la competencia por la presidencia entra en sus últimos 100 días, y Obama y Romney se juegan el todo por el todo, varios estudios dicen que las campañas en sí no cambian casi nunca la intención de voto de la gente.

4 de agosto de 2012

A menos de 100 días de las elecciones en Estados Unidos, el presidente Barack Obama y su adversario republicano Mitt Romney se enfrentan en una batalla campal donde tienen cabida hasta las más feroces zancadillas. El objetivo, de aquí al 6 de noviembre, es ganar, y esa carrera por llegar a la Casa Blanca se rige en buena parte con el 'todo vale'. Lo sorprendente, sin embargo, es que por mucho que hagan los dos, por muchos discursos que pronuncien, por muchas giras que realicen, por mucho dinero que consigan, no lograrán cambiar la intención de voto de los ciudadanos. Así de simple: las campañas políticas estadounidenses, tan sofisticadas como son, resultan menos efectivas de lo que la gente cree.

 ¿Sirve, por ejemplo, la publicidad negativa? ¿Sirven los 59 millones de dólares gastados por ambas campañas para haber puesto en televisión más de 170.000 anuncios críticos del oponente, en lo que -según le dijo a The Washington Post el profesor de la Universidad de Vanderbilt John Geer- es "la campaña más negativa desde que apareció la televisión"? Todo indica que no, y la verdad es que semejante cantidad de anuncios que atacan al contrincante no le han dado un giro a las encuestas. La más reciente de la empresa Gallup le concede a Obama 47 por ciento de los votos y a Romney 45 por ciento, porcentajes que no han sufrido grandes variaciones desde hace tiempo.

 La selección del compañero de fórmula de Romney, prevista para mediados de este mes, tampoco volteará la campaña. Sea el hispano Marco Rubio, el exgobernador de Minnesota, Tim Pawlenty, la exsecretaria de Estado Condoleezza Rice o el senador de Ohio Rob Portman, continuará su rumbo. Solo si el aspirante republicano escoge a alguien tan incapaz y errático como Sarah Palin, llave de John McCain hace cuatro años, podría garantizar una votación pobre. Por lo demás, en los últimos 20 años casi ningún candidato ha visto aumentar significativamente su apoyo en las urnas por cuenta de su 'número dos'.

 ¿Y las convenciones de cada colectividad? ¿La del Partido Republicano el 27 de este mes en Tampa (Florida) o la del Partido Demócrata el 3 de septiembre en Charlotte (Carolina del Norte)? Difícil. Ese tipo de actos se han planeado cuidadosamente y es muy raro que alguien se lance de buenas a primeras a romper el guión y a desafiar con un discurso desde el podio a Romney o al propio Obama. Y si la cuestión es de plata para cada campaña, se calcula que cada uno de los candidatos recogerá unos 800 millones de dólares. 

 Por si fuera poco, los debates, tan llamativos para los televidentes, no han inclinado recientemente la balanza en las urnas. Es cierto que el primero que se celebró en la historia, entre John F.Kennedy y Richard Nixon en 1960, favoreció al aspirante demócrata porque se veían más relajado y porque no sudaba como su adversario. Pero desde entonces los participantes llegan tan preparados ante las cámaras que rara vez meten la pata. Sería extraño entonces que Obama, que no pierde los estribos en esas situaciones, o Romney, que estuvo en la mayoría de los 20 debates republicanos durante las elecciones primarias, cometan un error en las citas del 3 de octubre en Denver (Colorado), el 11 de octubre en Danville (Kentucky), y el 22 del mismo mes en Boca Ratón (Florida).

 La confirmación de todo lo anterior consta en una serie de investigaciones que han visto la luz pública en los últimos días. La primera de ellas corrió por cuenta de Alan Abramowitz, un profesor de Ciencia Política de la Universidad de Emory, que desde 1992 ha acertado en el nombre del ganador de los comicios presidenciales y, casi con total precisión, en el porcentaje de votos que ha recibido. Para Abramowitz, los norteamericanos, salvo casos extraordinarios, deciden su voto con base en dos variables que son la situación económica del país a mediados del año de la elección y la popularidad de los candidatos tres meses antes de los comicios.

 Según el Post, dos analistas de prestigio comparten la tesis de Abramowitz. Uno es James Campbell, de la Universidad de Buffalo (Nueva York), lo hace tras el estudio de la tradicional encuesta Gallup. Sostiene que el candidato que ha ido adelante en ese sondeo a finales de septiembre ha ganado 14 de las últimas 15 elecciones. El otro analista es Ryan Fair, de la Universidad de Yale, que saca conclusiones similares en su libro Prediciendo elecciones presidenciales, donde desmenuza 21 comicios. Campbell y Fair señalan que los votantes no cambian de parecer ni siquiera cuando su candidato mete la pata en declaraciones tontas o incorrectas (ver recuadro).

Otros estudiosos difieren un poco de estas tesis. "No hay duda de que en los países existe lo que se llama el voto duro, es decir, la base electoral, o sea la gente que vota siempre por los mismos, dado que está afiliada a un partido determinado. Eso, en el caso de Estados Unidos, es muy alto. Pero es innegable también que en este país hay un 10 por ciento de indecisos y es a ellos a quienes se dirigen las campañas. Este porcentaje, en México, es del 20 por ciento y en Venezuela, del 30 por ciento, porque la democracia es más frágil", le dijo a SEMANA Roberto Izurieta, profesor de The George Washington University. Y agregó: "En ese sentido, las campañas sí pueden variar la opinión del votante. Y mientras más lo consigan, más efectivas serán". 

 Así las cosas, ¿quién ganará en noviembre? Abramowitz se aventura a predecir que Obama, a pesar de los indicadores económicos: el desempleo no baja del 8,3 por ciento, una cifra con la cual ningún presidente ha sido reelegido desde los tiempos de Franklin Delano Roosevelt; en junio solo se crearon 100.000 puestos de trabajo (el país tiene 305 millones de habitantes), y el PIB en el segundo trimestre del año creció apenas el 1,5 por ciento.

Pero más allá de estas teorías, Obama y Romney siguen peleando voto a voto y centran sus esfuerzos en conquistar a los indecisos. El problema es que a medida que pasan los días ese segmento se reduce. Y por mucho que Obama haga ver a Romney como un multimillonario desconectado de la clase media estadounidense, y aún cuando Romney repita la cifra de desempleo, será difícil que alguno se eche al bolsillo tantos votos. Falta poco para las elecciones, lo que viene no está exento de sorpresas, y la carrera, que para algunos columnistas pintaba aburrida y muy sencilla para Obama, entra en tierra derecha con toda la expectativa que eso trae.
 
Mitt en acción
 
Como en la canción de Joaquín Sabina, Mitt Romney “siempre tuvo la frente muy alta, la lengua muy larga”. Por lo menos así fue cuando, un día antes del comienzo de los Juegos Olímpicos de Londres, criticó a la organización ante la evidente molestia de su anfitrión, el premier británico David Cameron: “Hay unas cuantas cosas que desconciertan, no hay suficientes efectivos de seguridad, y una posible huelga de oficiales de inmigración no son razones para animarse”. Y en Israel dijo que la brecha de prosperidad entre los palestinos y los israelíes se debe a “diferencias culturales”, lo que enfureció a los primeros. A Romney se le conoce como el candidato del 1 por ciento, la población más rica de Estados Unidos, y algunos de sus comentarios no le ayudan. “Los muy pobres no me preocupan, tenemos una red de seguridad para ellos”, dijo en una entrevista en CNN. Pero la lengua de Romney ya no lo meterá más en problemas, pues mientras más se acercan las elecciones es menos probable que los norteamericanos cambien su intención de voto según lo que los candidatos digan en campaña.