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CARRERA CON OBSTACULOS

Después de muchas peripecias, Mario Soares se alza con la victoria en las elecciones portuguesas

24 de marzo de 1986

Un perfecto cambio de máscaras es lo que ha sucedido en Portugal. Mario Soares, el veterano líder socialista que el 26 de enero pasado obtuvo en la primera vuelta de las elecciones presidenciales sólo un 25% de los votos frente al candidato de la derecha Diogo Freitas do Amaral --quien fue el campeón de esa jornada, pues se quedó con el 46% de los votos-- consiguió arrastrar, en la segunda vuelta, este 16 de febrero, un 51% de los de los sufragios, convirtiéndose en el primer Presidente civil electo desde la revolución del 25 de abril de 1974 que derribó, en forma incruenta, la más vieja dictadura que quedaba en Europa.
Aunque estrecho (Freitas do Amaral obtuvo en la segunda ronda el 49% de los sufragios), el triunfo de Soares es el resultado del temor que inspira en Portugal la posibilidad de que la derecha reorganizada, que se parapeta detrás del ambicioso y duro profesor Freitas do Amaral, regrese al poder. Por ello y en una demostración de formidable disciplina, el electorado de izquierda, fraccionado en varias tendencias (socialistas, comunistas, eanistas y católicos radicales), decidió ir a las urnas para votar no tanto en favor de Soares como para hacerlo contra Freitas, un hombre que a duras penas sonríe y que descubrió las ventajas de la democracia sólo después que cayera el tinglado salazarista.
Soares, de 60 años, sin lugar a dudas manejó bien los asuntos de la segunda vuelta. El animal político que hay en él le aconsejó dejar a un lado los discursos tibios de la primera ronda y emprender una delicada empresa de seducción sobre la franja adversa a Freitas. Sus discursos de repente se llenaron de referencias al "espíritu de abril", tema que casi nunca mencionó durante la primera fase electoral. Su propósito era reconciliarse con la izquierda (para los comunistas de Alvaro Cunhal, Soares siempre ha sido un hombre reaccionario camuflado bajo una sigla honorable) sin perder al mismo tiempo los votos centristas. Se presentó, pues, como el único hombre capaz de dar continuidad a aquel sentimiento renovador y democrático de 1974 y de conjurar la amenaza de las fuerzas "revanchistas, nostálgicas y reaccionarias". Y se salió con la suya. Diogo Freitas do Amaral, en cambio, quien se presentaba como el gestor de una derecha democrática "en plena renovación", como el hombre de la eficacia y el nacionalismo que puede poner término a la crisis y al descenso constante del nivel de bienestar de los portugueses, no "coronó"; a pesar de eso, su caudal electoral creció tres puntos.
Sin embargo, la verdadera naturaleza del triunfo de Soares no engaña a nadie. Al otro día de conocer los resultados del escrutinio, Soares corrió a distanciarse de los partidos que le permitieron ganar. "Seré fiel a los compromisos que asumí antes de la primera vuelta", declara sin pestañear. "Seré Presidente de todos los portugueses, independientemente de sus opciones". El baldado de agua fría era claro para aquellos que pedían al nuevo Mandatario dar continuidad en el futuro a la "convergencia democrática" lograda durante las dos últimas semanas.
La derecha por eso no se mostró muy alarmada por su derrota. Si se exceptúa la declaración del director de la campaña de Freitas, quien advirtió que dentro de cinco años "nuestras ideas podrán conseguir la victoria", cuando los jóvenes que se entusiasmaron con ellos puedan votar, el ambiente en general era de distensión. Los conservadores portugueses ven en el ex Primer Ministro al campeón del anticomunismo y del atlantismo. Saben de su fervor por el Fondo Monetario Internacional (que ha dejado a Portugal una onerosísima deuda externa de 16 mil millones de dólares, para una población de 11 millones de habitantes), y de su amistad personal con Ronald Reagan.
Ese es Mario Soares, un tipo contradictorio que suscita amor y odio, que polariza a la gente. Sus allegados dicen que es masón, y revelan que es amigo de narrar sus experiencias en la cárcel cuando luchaba contra la dictadura y que trata gentilmente a los que le demuestran hostilidad. "Se dirige a ellos, nunca les da la espalda. Les habla y los convence. Luego se lo llevan a omar un café", cuentan. El hombre fue comunista en su juventud, antes de fundar el Partido Socialista. Sus gobiernos han sido un fracaso desde el punto de vista económico: el nivel de vida siempre bajó muchos puntos. El general Antonio Ramalho Eanes, presidente de Portugal desde julio de 1976, no lo quiere. Ese tipo de político profesional, marrullero, indispensable, cínico, le inspira desconfianza. Pero tuvo que votar por él, como tuvieron que hacerlo los otros sectores derrotados en la primera vuelta.
"Soares sólo sabe a agua", dice un periodista que cubrió los comicios del domingo, recordando lo que la izquierda radical afirmaba hace unos años del líder portugués. Hoy no podrían decir lo mismo del hombre que superó el 8% de votos que los sondeos aseguraban que tenía al comienzo de la campaña electoral y que catapultándose en el 25% obtenido el 16 de febrero, logró llegar al 51% el pasado domingo. No obstante, a Soares le queda una amargura: no haber alcanzado el fervor que la ciudadanía le profesó al general Eanes, quien fue elegido Presidente en 1976 por el 61% de los votos y por el 57% en 1980.
Portugal es el país más pobre de Europa. El 13% de la población activa está desempleada, la estructura productiva es endeble, el ingreso a la Comunidad Económica hace temblar a los empresarios. Soares tendrá que bregar con esos problemas y con un pragmático primer ministro de derecha, Aníbal Cavaco Silva, que cuenta con respaldo parlamentario y buena imagen en la calle. En esas condiciones, una guerrilla institucional podría estallar. Ya se verá si el astuto nuevo Presidente es tan bueno en el cargo como saltando obstáculos para llevar a él.--