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A su llegada a Francia Florence Cassez visitó todos los noticieros, radios y periódicos. Lamentó la reacción de algunos mexicanos y dijo que necesitaba urgentemente un trabajo. | Foto: AFP

MÉXICO - FRANCIA

Caso Cassez: ¿Justicia o farsa?

Bella, joven e independiente, Florence Cassez, condenada en 2005 en México por secuestro, dividió a mexicanos y franceses. Su liberación, por serias irregularidades en el proceso, dejó muy mal parada a la Justicia azteca.

26 de enero de 2013

“Soy inocente, soy inocente, soy inocente”. Dos palabras que Florence Cassez repitió una y otra vez, cada segundo, cada minuto, cada hora de los 2.603 interminables días que pasó en la cárcel en México. Joven, independiente y atractiva, en 2005 cayó en manos de una Justicia que la acusó de liderar una temible banda de secuestradores, que la condenó a 60 años de prisión y que no dudó en machacarla. La semana pasada, por graves irregularidades en el caso, la Suprema Corte de México dictó su “inmediata y absoluta” liberación. A su llegada a Francia dijo: “Soñé 10.000 veces con este momento y cada vez me despertaba llorando. La rabia de probar mi inocencia fue lo único que me mantuvo a flote”. 

El 9 de diciembre de 2005 los televidentes se despertaron con una noticia bomba. En vivo y en directo, desde un rancho en la carretera entre México y Cuernavaca, los periodistas transmitían un operativo contra los Zodiacos, una pandilla de secuestradores. En Televisa, uno de los grandes canales nacionales, el reportero narraba excitado “de último minuto, un duro golpe a la industria del secuestro se está dando en estos momentos”, mientras seguía a policías de uniforme negro y pasamontañas. Mejor que un reality, frente a las cámaras estaban tres rehenes recién liberados y los capos de la banda: Florence Cassez, despeinada y aterrada y su exnovio, Israel Vallarta. 

Cassez, nacida en 1974 bajo los cielos grises del norte de Francia, llevaba dos años en México. Cuando solo tenía 16 años abandonó la casa de sus padres para labrarse un camino complicado, laborioso, pero independiente. Fue vendedora en un importante almacén de confecciones y escaló posiciones hasta dirigirlo en 2001. Pero un recorte de personal la empujó hacia nuevos horizontes.  

Su hermano Sébastien vivía en México desde 1997. No le iba mal. Representaba empresas francesas de productos médicos en Toluca. Florence tomó la decisión de irse. Como escribió en su libro A la sombra de mi vida. Prisionera del Estado mexicano, “llegué a México el 11 de marzo de 2003. Para mí, era el comienzo de una nueva vida”. Encontró trabajo, un apartamento y un novio: Israel Vallarta, un amigo de su hermano, vendedor de repuestos de carros, que se estaba divorciando. “Me sentía sola. Terminé cediendo a sus avances. Yo no estaba enamorada, él sí. No le hacía preguntas para guardar mis distancias”. 

La pareja duró apenas un año y Florence decidió regresar a Francia a mediados de 2005. Pero no conseguía  trabajo y sentía que con su físico, su pasaporte y su energía le podía ir mejor en México. Volvió y mientras buscaba empleo en el D.F. Israel la dejaba quedarse en su finca, a 30 kilómetros de la capital. Compartían casa, pero cada uno tenía su cuarto. Según ella “fui muy clara. Puse las reglas y él las aceptó gentilmente. Me veía hojear las páginas de los clasificados y probar suerte. Lo veía ir y venir entre los talleres mecánicos de sus hermanos, donde trabajaba todos los días, así como ocupándose de otras cosas en las que tuve cuidado de no entrometerme”.

Para diciembre de 2005 el futuro de Florence parecía aclararse. Había conseguido trabajo en un hotel de lujo de la capital y un apartamento en la colonia Juárez, un barrio del centro, muy cercano a su nuevo empleo. El 8 de diciembre Cassez fue por última vez donde su ex para recoger sus cosas. Sus colegas y sus nuevos vecinos nunca la volverían a ver. De un día para otro su vida dio un vuelco. Para muchos medios se volvió la “francesa diabólica”, la cómplice de un grupo que asesinó a una persona y raptó a 18. Y para la Justicia un caso emblemático de la lucha contra el secuestro. 

Mientras las semanas pasaban, el proceso se llenaba de inconsistencias. Dos meses después del espectacular arresto de los “Bonnie y Clyde” de México, se reveló que el operativo en el que cayeron era una farsa, un montaje para los medios. Vallarta y Cassez habían sido capturados 24 horas antes, mientras se desplazaban en una camioneta hacia el D.F. La Policía los mantuvo incomunicados y en la madrugada del día siguiente los llevó al rancho de Vallarta, donde interpretaron para las cámaras un heroico rescate de rehenes a sangre fría. Pero eso no fue suficiente para frenar la investigación.

Como tampoco lo fue el comportamiento errático de varios testigos. Los secuestrados al principio no reconocieron a Cassez, pero unos meses después recordaron a alguien que “hablaba con acento extranjero, al parecer de origen francés, ya que arrastraba la erre” y que tenía “cabello teñido color güero (rubio)” que se asomaba de su pasamontañas. La policía también presentó a un presunto miembro de la banda, que dijo que “la francesa planificaba y cobraba y a veces cuidaba a las víctimas”. Después afirmó que le habían sacado su testimonio bajo tortura.

El proceso siguió su curso. En 2008 la condenaron a 96 años de prisión, pena que luego fue reducida a 60 en segunda instancia. Entre tanto en Francia y en México se crearon comités de apoyo y los medios se apropiaron del tema. Florence, en una de las tantas entrevistas que dio, explicó: “¿Sabes por qué no me dejan salir, por qué ha habido tanta saña? Porque no se trató de una equivocación, fue un montaje. Con mi caso la Policía quiso mostrar que incluso al que menos se parece a un secuestrador - una francesa, bonita, joven –, hasta a esa persona la iban a encontrar y detener”.
 
A punta de artículos y de lobby el caso Cassez se volvió un asunto de Estado. El presidente Nicolas Sarkozy le pidió a su colega Felipe Calderón que la dejara purgar su pena en Francia, hizo presión sobre el poder judicial y apoyó públicamente la causa de su compatriota. Los mexicanos se resistieron y la relación binacional explotó en 2011, cuando un tribunal federal no aceptó un recurso de la joven. En París la canciller Michèle Alliot-Marie dijo que era “una negación de Justicia” y que eso iba a tener consecuencias. A lado y lado del Atlántico convocaron a los embajadores y por culpa de las tensiones se canceló el Año de México en Francia, un encuentro cultural, turístico y de negocios con un presupuesto de 50 millones de euros y más de 360 eventos previstos. 

En 2012 franceses y mexicanos cambiaron de presidentes, lo que sin duda distendió la atmósfera y tal vez tuvo influencia sobre la decisión que tomó el martes pasado la Suprema Corte de Justicia. Según su sentencia, no se respetaron “los derechos fundamentales” de Cassez, se violó el debido proceso “con inducción hacia las víctimas y testigos” y se “vulneraron los derechos fundamentales de presunción de inocencia”. En pocas palabras, no la liberaron porque demostró su inocencia sino porque la Fiscalía no respetó los procedimientos legales básicos.

La decisión provocó reacciones airadas en México. Según un sondeo de la semana pasada, 73 por ciento de los encuestados piensan que la francesa es culpable. El sentimiento es que las presiones de un país poderoso se impusieron sobre siete años de proceso, dos juicios y las instituciones nacionales. Isabel Miranda de la asociación Alto al Secuestro exclamó que la decisión era “algo concertado y pactado” con el gobierno francés. Ezequiel Elizade, una de las víctimas de la banda Zodiaco dijo que “este país no vale absolutamente nada. Somos una porquería”.

Pues si algo quedó claro es que este caso desnudó un sistema judicial inepto y corrupto, y sobre todo incapaz de  responder lo único que realmente importa: ¿Quién es Florence Cassez?  ¿La joven inocente que estaba en el lugar equivocado,  o la francesa demoníaca?