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CEDER ES PODER

Mientras Ortega más cede, más se debilita la posición norteamericana

22 de febrero de 1988

Para Ronald Reagan, nada sería mejor como regalo de cumpleaños. En vísperas de cumplir el próximo 6 de febrero su aniversario número 77 y a escasos 12 meses de dejar la Casa Blanca, el Presidente norteamericano quiere un presente del Congreso de su país, y no está escatimando nada para conseguirlo.
El antojo de Reagan es claro: un cheque de por lo menos 50 millones de dólares para sostener a los "contras" nicaraguenses durante unos meses más de lucha. Según la Casa Blanca, los insurgentes antisandinistas están ahora atravesando un momento definitivo en el campo de batalla y no se les puede abandonar.
A pesar de que en Washington ya se ha vuelto costumbre que una vez al año el tema de Nicaragua se ponga sobre el tapete, en esta ocasión las cosas son especialmente complicadas. Es por esa razón que cuando el próximo 3 de febrero se estudie en el Congreso el asunto de los "contras" y se vote la propuesta de la administración Reagan, se estará poniendo en juego mucho más que la suerte de un Ejército insurgente durante unos cuantos meses.
En esta oportunidad todo el andamiaje de la Casa Blanca está temblando debido a la intromisión de Oscar Arias, el Presidente de Costa Rica, ganador del Premio Nobel de la Paz en 1987 y quien fue el padre de los acuerdos de Esquipulas II, firmados en Guatemala el 7 de agosto pasado. Según estos, los países centroamericanos se comprometieron a adoptar una serie de medidas políticas para procurar que la paz vuelva a la convulsionada región.
Fue con base en los acuerdos de Esquipulas que la mayoría de los países firmantes iniciaron una serie de cambios, relativamente sorprendentes. En El Salvador, por ejemplo, el gobierno de Napoleón Duarte concedió una amnistía que permitió la liberación de unos 500 presos políticos.
La atención, no obstante, estuvo centrada en Nicaragua. Al cabo de una larga guerra que ha costado unas 40.000 vidas, el gobierno sandinista se comprometió a hacer reformas para propiciar una solución negociada a los problemas del país. El esquema, como es de suponer, fue rechazado de plano por la Casa Blanca la cual sostiene que es imposible confiar en la buena fe de Managua e insiste en obtener un cambio a través del eventual triunfo militar de los "contras".
En un comienzo, el cumplimiento del pacto empezó bien. Los sandinistas permitieron el regreso de viejos opositores del régimen y dieron permiso para la reapertura del diario La Prensa y de algunas emisoras de radio que habían sido silenciadas.
En noviembre, sin embargo, el proceso se detuvo. Managua se negó a negociar directamente con los "contras" y las medidas adicionales de apertura no se tomaron. Esa irregularidad le sirvió a Washington para intentar el torpedeo de Esquipulas II de la manera más directa posible. Argumentando que el plan había fallado, Reagan propuso inicialmente un paquete de ayuda militar por 270 millones de dólares a distribuir durante 18 meses, al tiempo que convencía a los países centroamericanos firmantes del acuerdo (Costa Rica, El Salvador, Guatemala y Honduras) de presionar a Nicaragua hasta un extremo supuestamente inaceptable para los sandinistas.
Para que no quedaran dudas de las intenciones de la Casa Blanca, el asesor de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, el general Colin Powell, visitó a cada uno de los presidentes centroamericanos en los días anteriores a la cumbre de mandatarios éscenificada en San José de Costa Rica el fin de semana del pasado 15 de enero. El mensaje transmitido por el alto funcionario era claro: cada Jefe de Estado recibió la instrucción de colocar a Nicaragua contra la pared, bajo la advertencia de que una postura blanda implicaría la suspensión de la ayuda militar de Washington al país que se mostrara "gentil" con los sandinistas.
La estrategia acabó resultando, pero a medias. En el encuentro de San José, Daniel Ortega se vio efectivamente acorralado por sus colegas. En pocas palabras, a Ortega se le dijo que tenía que aflojar la cuerda muchísimo más para que la iniciativa de paz continuara con vida.
Contra muchas expectativas, el líder sandinista acabó cediendo. El martes pasado levantó el estado de emergencia que regía en el país desde marzo de 19.82, de tal manera que revivieron derechos restringidos como el de huelga, el de hacer manifestaciones políticas y el Habeas Corpus, entre otros. Además, Ortega accedio a la tan esperada reunión tete a tete entre la "contra" y representantes de su gobierno y como si eso fuera poco, anunció la liberación de 9 mil presos políticos.
Sin embargo, pronto muchos observadores politicos norteamericanos y la propia Casa Blanca denunciaron lo que para ellos no es más que una mascarada sandinista: su argumentación se basa, en primer lugar, en que el levantamiento del estado de emergencia puede ser revocado, y así lo dijo el propio Ortega, si los Estados Unidos persisten en su ayuda a la "contra". Además, la oferta de diálogo se refiere únicamente a un eventual acuerdo de cese al fuego, pero de ninguna manera a posibles modificaciones a fondo del régimen. Y por último, la liberación de los 9 mil presos políticos solamente se hará si los Estados Unidos acceden a recibirlos con sus familias.
De esa forma, todo parece indicar que las concesiones de Ortega no sólo no son un triunfo de la diplomacia norteamericana, sino que constituyen una significativa victoria de relaciones públicas de los sandinistas, obtenida sin tener que dar nada sustancial a cambio: Managua logró la moñona de pasarle gratis a Washington la carga de probar su buena voluntad acerca del proceso de paz de Centroamerica.
En esas condiciones, la Casa Blanca no se encuentra nada contenta con la actitud nicaraguense. De hecho, en el Capitolio norteamericano quedó en claro que los partidarios de la causa rebelde van a tener que luchar fuerte mente para sacar adelante la propuesta de apoyo. Para muchos parlamentarios, la justificación de la oposición armada es la de obligar a Managua a cierta apertura política y ahora que esta empieza a conseguirse, el dinero para los "contras" no se justifica.
No obstante, mientras llega la hora de la votación, la Casa Blanca se va a encargar de mover todas las cuerdas posibles para salirse con la suya. Para Reagan, la ayuda a los insurgentes es todavía más justificable en este momento en que "gracias a la presión militar" Managua está accediendo a las demandas de sus vecinos. Además, el departamento de Estado insiste en que los rebeldes están consiguiendo por fin buenos resultados en el terreno militar, sobre todo en contener las ofensivas del ejército sandinista.
Por el momento, el poder de decisión lo tiene el Congreso norteamericano. Si éste vota en favor de la ayuda a los "contras", queda claro que la lucha y el derramamiento de sangre continuarán, con la ventaja para Ortega de que le podrá achacar toda la culpa a los Estados Unidos. Irónicamente, si el Congreso cancela la propuesta, los sandinistas tampoco podrán cantar victoria. Los "contras" son ya una fuerza militar fuerte que tiene varias fuentes de financiación y a cambio de un cese al fuego exigirán reformas que el gobierno de Managua parece no estar dispuesto a conceder.
La atención en torno a Nicaragua ha echado por tierra las esperanzas de aquellos que creían que con Esquipulas II, la posibilidad de la paz en Centroamérica era cercana. Mientras que a Managua se le regaña porque se ha atrasado en cumplir con su parte del tratado, a los otros gobiernos que no han hecho lo suyo, se les han perdonado las faltas. En particular, los especialistas señalan la complacencia hacia Honduras, país donde se encuentran alojadas las bases "contras" más importantes y que no deja duda sobre su calidad de aliado incondicional de Washington. Según los planes iniciales, Honduras debía "expulsar" a los rebeldes nicaraguenses alojados en su territorio (tal como hizo Costa Rica), pero lo cierto es que el gobierno de Tegucigalpa no ha hecho nada en ese sentido.
Todas esas circunstancias aseguran que el futuro de Centroamérica es oscuro en los meses por venir. A pesar del dinámico Presidente de Costa Rica, lo cierto es que el esfuerzo de paz está ya lisiado y que el incumplimiento de los acuerdos de Esquipulas es patente. Aunque aún no se sabe si Reagan se sale con la suya y logra financiar a los antisandinistas durante varios meses más, lo que ya es seguro es que Washington no aceptará una solución negociada, por lo menos durante la presente administración. Las cesiones de Managua son miradas en la Casa Blanca como gestos sin contenido que no pueden ni deben ser tenidos en cuenta y esa tónica va a continuar en la capital norteamericana hasta enero de 1989, cuando un nuevo Presidente de los Estados Unidos debe decidir qué hacer con el eterno problema de la paz en Centroamérica.--