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CHOQUE DE VANIDADES

Una crisis de zarzuela refleja hasta qué punto se han dañado las relaciones de Fujimori con los militares peruanos.

26 de enero de 1998

Hace un poco más de un año, el 17 de diciembre de 1996, el Estado peruano celebraba, tal vez con alborozo exagerado, el triunfo de la Operación Chavín de Huántar, que significó la muerte de todos los guerrilleros del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru y dela de uno de los rehenes que mantenían desde hacía varios meses en la casa del embajador japonés en Lima. Pocos imaginaban que ese mismo éxito militar se convertiría, 12 meses más tarde, en el florero de Llorente de una peligrosa crisis de celos entre el Ejecutivo y el general Nicolás de Bari Hermoza, comandante de las Fuerzas Militares y uno de los pilares en los que descansa, según muchos, el poder en el Perú desde el autogolpe de 1992. Todo comenzó en el pasado mes de noviembre, cuando el general Hermoza presentó su libro Operación Chavín de Huántar, en el que narra con detalle las interioridades de la toma de decisión y la puesta en práctica de ese operativo militar. Hasta ahí todo estaría correcto si no fuera porque, aunque en el acto estaba presente el asesor de seguridad Vladimiro Montesinos _otro de los pilares del poder_, el primer mandatario no fue invitado. En la obra aparecen Montesinos y Hermoza como los verdaderos gestores del ataque y Fujimori como un mero espectador calificado. Quienes conocen a Fujimori saben que esa era una afrenta que el presidente no estaba dispuesto a tolerar, sobre todo teniendo en cuenta que la Operación Chavín de Huántar vino en su rescate cuando su popularidad había llegado a su punto más bajo en su último período de gobierno y cuando, según los observadores independientes, se encuentra barajando sus posibilidades de lanzarse a una segunda reelección en 2000. El 'Chinito' contraatacó en el aniversario del hecho, en una entrevista a un diario limeño, al sostener que los verdaderos artífices de la operación fueron Montesinos, varios oficiales de menor graduación y él mismo. Con cierto dejo de ironía oriental Fujimori relegó el papel de Hermoza al de un ejecutor sin mayor opinión sobre el tema. Ahí fue Troya. Dos días más tarde el general Hermoza invitó, en un gesto inusual, a todos los comandantes generales de la Marina y la Aviación, a los oficiales jefes de seis regiones y a los ministros de Defensa y del Interior a un brindis con ocasión de su cumpleaños. Una vez en pleno acto social el jefe de la primera región militar, general Carlos Bergamino, dijo en su discurso, dirigiéndose a Hermoza, que "cualquier intento por menoscabar los méritos que usted haya logrado en buena ley gracias a su alto nivel profesional y a sus virtudes personales lo sentimos como un agravio que afecta nuestra institución". Más claro no canta un gallo. Sobre todo si se tiene en cuenta que, en un gesto menos usual todavía, los medios de comunicación fueron notificados en pleno de una reunión que supuestamente era social y privada. Cuando los periodistas cumplieron su función de informar, el país se enteró quién estaba ante un choque de vanidades limítrofe con la crisis institucional. La forma como se conjuró la crisis, al menos momentáneamente, fue tan atípica como comenzó: Fujimori ofició al ministro de Defensa, general César Saucedo, para ordenarle a los mandos regionales que se reintegraran inmediatamente a sus comandos, y el general Saucedo le contestó para remitirle una escueta nota de Hermoza según la cual la orden había sido cumplida. Pero como comentó en su editorial el diario El Comercio, de Lima, "por las formas seguidas, así como por los conductos informativos (que no son los regulares cuando directivas internas se publican y cuando se usan intermediarios) queda, con bastante precisión, una preocupante imagen de que hay un trasfondo irresuelto". Algunas hipótesis sostienen que los oficiales asistentes no conocían el contenido de los discursos que serían pronunciados, y que por lo tanto todos, sobre todo los ministros, resultaron involucrados en un acto de contenido político que pretendía reflejar la posición de las Fuerzas Armadas. Pero otros piensan que al menos los principales comandantes estaban al tanto y que la reunión en Lima tenía alcances aún mayores pero que la firme actitud de Fujimori de devolverlos a sus comandos cortó de un tajo lo que podría haber llegado a mayores. Pero hay un punto que tiene impresionado a más de uno. Tanto Fujimori como Hermoza alegan haber concebido el plan junto con Montesinos, el misterioso zar de la seguridad peruana, a quien muchos atribuyen el verdadero manejo de las riendas del poder. El episodio de las vanidades encontradas no hace otra cosa que acrecentar esos rumores.