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Con carisma y personalidad, el gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, logró ser protagonista de la política nacional. | Foto: AFP

ESTADOS UNIDOS

El fallido candidato republicano a la Casa Blanca

Cuando por fin parecían haber encontrado en el corpulento Chris Christie el candidato ideal para reconquistar la Casa Blanca, una maniobra de estilo mafioso para crear un enorme trancón complicó sus planes.

8 de febrero de 2014

"El movimiento político conservador busca desesperadamente Mesías para puesto en la Casa Blanca”. Este aviso clasificado podría resumir la complicada posición electoral que enfrenta el Partido Republicano de cara a las presidenciales de 2016. Van a cumplir ocho años alejados del poder y aún no saben cómo reconquistarlo. Guiado por los integristas del Tea Party, el partido se aisló cada vez más de los Estados Unidos del siglo XXI, ese país diverso y progresista que se volvió mayoría y reeligió a Barack Obama en 2012. Después de varios fracasos, muchos pensaron por fin haber encontrado a su redentor: Chris Christie. El gigantón gobernador republicano de Nueva Jersey parecía cumplir todos los requisitos para ganarle la batalla a los demócratas: es un conservador sin ser fanático, un pragmático que prioriza la acción sobre la ideología, en fin, un líder carismático con suficientes credenciales para dirigir la resurrección republicana.

En noviembre del año pasado el gobernador buscaba reelegirse con barrida en Nueva Jersey y posicionarse como la figura política del momento. Y cuando lo logró con más del 60 por ciento de los votos, un récord para un republicano en un estado liberal, los medios nacionales lo coronaron. Se convirtió en el hombre providencial, el elegido, el único capaz de ganarle a la casi segura candidata demócrata Hillary Clinton en 2016.

Pero desde que comenzó este año un escándalo, en apariencia menor, le dañó el caminado a Christie y, de paso, está hundiendo las esperanzas del renacer republicano. Por esos días se supo por qué entre el 9 y el 13 de septiembre Fort Lee vivió un infierno. Esa semana sus habitantes encontraron cerrados sin previo aviso dos de los tres carriles de acceso al puente George Washington, el más transitado del mundo con 102 millones de vehículos que lo atraviesan al año. La intempestiva clausura provocó un trancón monstruoso, que afectó indirectamente a toda la ciudad. La gente llegó entre dos y tres horas tarde a la oficina, una ambulancia no alcanzó a socorrer a una anciana de 91 años que murió, decenas de niños no fueron a clases y muchos no cumplieron sus citas. Fue un caos monumental nunca antes visto.

Es que para los habitantes de esta ciudad suburbana de Nueva Jersey, el puente George Washington es vital. Muchos trabajan, estudian, se curan, compran y se divierten en Nueva York, que normalmente queda a 20 minutos en carro, cruzando el río Hudson. Como era de esperarse, el alcalde demócrata de Fort Lee, Mark Sokolich, pidió explicaciones. Nadie fue capaz de contestarle y los responsables se lavaron las manos diciendo que “hicimos un estudio de una semana para determinar los patrones de seguridad del tráfico. Revisaremos los resultados para saber cuáles son las tendencias y continuaremos trabajando en asociación con las policías locales”.

Ese lenguaje kafkiano en realidad escondía una jugarreta sucia, baja y mezquina. En efecto, todo indica que se trató de una maniobra digna de los populares gánsteres de New Jersey, para castigar a Sokolich por no haber apoyado la reelección de Christie. En las últimas semanas se revelaron varios correos entre altos funcionarios de su administración que muestran que el cierre de los carriles de acceso al puente George Washington fue un hecho intencional para crear un trancón colosal.

En uno de los correos descubiertos, Bridget Anne Kelly,  jefa adjunta de gabinete de la Gobernación, le escribe a David Wildstein: “Es tiempo para algunos problemas de tráfico en Fort Lee”. Wildstein, amigo de infancia de Christie, era su ficha en la Autoridad Portuaria de Nueva York y Nueva Jersey, que administra el viaducto. En otro mensaje, le dicen a Wildstein “me siento mal por los niños” atrapados en el tráfico. Él responde, sin vergüenza, “son los hijos de los votantes de Buono”. Barbara Buono era la candidata demócrata que osó enfrentar la reelección de Chris Christie.

Los medios también publicaron correos donde los funcionarios se felicitan por el operativo de desquite. Uno de ellos incluso celebró “¿Está mal si estoy sonriendo?”. Ninguno de los mensajes implica directamente a Christie, que después de echar a sus funcionarios por “mentirle”, no ha hecho más que negar cualquier implicación y pedir perdón. Pero ni la prensa ni los demócratas van a soltar una presa tan jugosa.

La semana pasada Wildstein, uno de los hombres clave en la acción punitiva, escribió que “hay evidencias de que Christie tenía conocimiento del cierre de varios carriles en el momento que se estaba haciendo, contrario a lo que él sostuvo”. Aunque el gobernador volvió a decir de manera tajante que “no lo planeé, no lo autoricé, no lo aprobé”, aceptó que tal vez supo del atasco, pero que no pensó que fuera algo inusual. Para rematar, otros alcaldes demócratas de Nueva Jersey se unieron a la batalla y denunciaron que Christie usó fondos federales para hacer presión política, obligarlos a aprobar proyectos y darle contratos a gente cercana a su campaña.

Una historia de éxito

La carrera de Christie había sido hasta ahora meteórica. En menos de una década este hombre de 51 años y más de 100 kilos de peso pasó de ser fiscal de su estado a un probable candidato presidencial. Su personalidad desbordante, su sentido del humor y su carácter auténtico y directo impulsaron un proyecto político que buscó gobernar con los demócratas, algo que sus copartidarios no han logrado hacer en Washington. Christie es además un republicano popular entre los latinos, los afroamericanos, las mujeres y las minorías. Sectores que el partido tendrá que incluir por pura matemática si quiere algún día volver a la Casa Blanca.

En 2012 había logrado figurar a escala nacional cuando el huracán Sandy se abatió sobre Nueva Jersey, dejando 350.000 hogares destruidos, 116.000 refugiados y siete millones de personas sin luz. Todo el país lo vio abrazando niños y ancianos, con los pies en el barro mientras evaluaba los daños de la catástrofe. Su actitud adquirió una nueva dimensión cuando Obama, a pocos días de las elecciones presidenciales en las que se enfrentó a Mitt Romney, visitó el estado devastado. En vez de atacarlo, Christie acompañó el presidente en toda su gira y calificó su comportamiento de “sobresaliente”. Aunque eso causó escozor entre los republicanos, el país vio a dos hombres que se juntaron por encima de sus diferencias ideológicas para actuar.

Pero eso parece haber sido el siglo pasado. De salvador del conservadurismo, Chris Christie pasó a ser comparado con Tony Soprano, el famoso mafioso pandillero de la serie televisiva. Ambos son acuerpados, ambos son de Nueva Jersey, ambos tienen el mismo magnetismo bravucón y ambos son crudos y espontáneos en su forma de ser. Pero después de una maniobra tan burda y mafiosa quedó claro que nadie quiere a un capo de presidente. Mientras que en diciembre Christie le sacaba dos puntos a Hillary en los sondeos presidenciales y se llevaba el 48 por ciento de las intenciones de voto, la semana pasada el gobernador se desplomó y ya ni siquiera es favorito entre los precandidatos republicanos.

Pues aunque a los estadounidenses les gusta la gente atrevida, un poco ruda y directa, el Bridge-gate, como ya lo bautizó la prensa, deja a Christie muy mal parado. Si no sabía, se rodeó de personas viles, y si sabía, no solo cayó en un acto terriblemente bajo de matoneo político, sino que le mintió al país. Y eso en Estados Unidos es imperdonable.